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6 de Septiembre de 2025

El arte de atrapar la vida: Juan Chiarenza, fotógrafo de recuerdos imborrables

Un viaje de búsqueda, una cámara como destino y la sensibilidad de atrapar lo irrepetible

Sabado, 06 de septiembre de 2025 a las 09:12

En este nuevo capítulo del ciclo de entrevistas de Info Cordillera, la conversación se centra en una figura que, sin proponérselo al principio, se volvió parte de la memoria colectiva de El Bolsón. Su nombre es Juan Chiarenza, fotógrafo reconocido en la región por haber estado presente en innumerables cumpleaños, casamientos, fiestas de 15 y celebraciones que, gracias a su lente, hoy son recuerdos imborrables.

“¿Cuántos hemos pasado por su cámara, por su lente, en algún evento, en alguna situación?” —la pregunta surge al inicio de la charla, que tuvo como disparador una foto de un momento icónico a nivel mundial: el casamiento de Lionel Messi. Ese hecho abre la puerta a la reflexión: si un instante así puede quedar inmortalizado, ¿cuántas historias locales habrán quedado registradas por el ojo atento de Chiarenza?

 

De Buenos Aires al sur, con 300 pesos y una búsqueda espiritual

Juan nació en la Ciudad de Buenos Aires, en 1981. En plena adolescencia comenzó una búsqueda personal vinculada con la meditación y cierta necesidad de calma. “Me vine de mochilero a los 20 años, buscándome. Salí a hacer turismo, con una búsqueda medio espiritual. Vine con 300 mangos, era el 2001, un año complejo para el país. Capital Federal era una locura. Parecía post-apocalíptico”, recuerda.

Ese contexto fue el empujón final: salir del caos, dejar atrás el ruido y lanzarse a un viaje sin certezas. “No conocía nada, me subí a un bondi al sur. Mi intención era recorrer Bariloche, El Bolsón, Lago Puelo, Esquel, Trevelin. Cuando llegué a Trevelin se me acabó la plata. Entonces pensé: si tuviera que elegir un lugar para volver y quedarme, ¿Cuál sería? Y la respuesta fue clara: El Bolsón”.

Ahí, el destino le tendió una mano. Encontró trabajo en el "Hostel El Pueblito”, recibiendo a viajeros. “La dueña, Lili, es hoy la que me alquila mi casa. Mirá cómo da vueltas la vida, veinte años después”, relata. Ese empleo temporal lo fue enraizando. Conoció a una chica, se quedó tres meses, luego tres años, y de pronto había construido una vida. “Mis vacaciones eran por 15 días. Cuando le dije a mi mamá que no volvía, me respondió: ‘ya me lo imaginaba’”.

 

El inicio de la fotografía: un celular, un ojo y un legado

La fotografía no estaba en sus planes iniciales. La chispa apareció con algo tan simple como un celular nuevo. “Me compré un teléfono con buena cámara y empecé a sacar fotos. Las subía a Facebook y me decían: ‘che, qué buena foto’. Para mí era apretar un botón en el momento justo, pero la gente lo valoraba. Entonces pensé: capaz debería comprarme una cámara”.

La primera fue una Canon T6i, a la que le guarda un cariño especial. Con ella comenzó a animarse a eventos y fiestas. Nunca estudió formalmente fotografía: “Soy autodidacta. Aprendí mirando tutoriales, investigando y equivocándome. Me fui formando en la práctica, cobrando poco al principio porque sentía que era un aprendizaje, un derecho de piso”.

Ese talento, sin embargo, tiene raíces familiares. Su abuelo materno era fotógrafo; el paterno, músico y trompetista principal del Teatro Colón. Hoy, Juan es ambas cosas: fotógrafo y profesor de música en un jardín. “Soy el embudo de esas dos herencias. Lo que soy hoy es familia pura”, dice con una sonrisa.

 

La responsabilidad de atrapar lo irrepetible

Con los años, su oficio se fue consolidando. Y también la conciencia de lo que implica ser fotógrafo de eventos. “La fiesta se hace una vez. La gente no puede repetir el casamiento porque al fotógrafo se le rompió la cámara. Tenés que tener todo duplicado: dos flashes, dos cámaras, dos tarjetas. Siempre llevo un respaldo en el auto. Eso me lo enseñó mi viejo: puede fallar”.

Las primeras experiencias, sin embargo, estuvieron atravesadas por miedos. “Recuerdo una fiesta de 15 en un salón enorme, muy oscuro. Yo con un solo flash y temiendo no estar a la altura. Pensaba: ¿en qué me metí? Al final salió bien, pero aprendí que no es tan simple como apretar un botón. Necesitás herramientas para no perderte el momento”.

Ese “momento” es la clave de todo. El instante exacto, irrepetible, en que alguien sonríe, se abraza o dice “sí, quiero”. Chiarenza lo resume con sencillez: “Soy sensible. En muchas bodas, cuando los novios se dicen que sí, a mí se me cae un lagrimón. Estoy tan atento a no perderme nada que me emociono profundamente”.

 

Historias que se entrelazan con su lente

A lo largo de los años, las fotos se transformaron en testigos de historias. Ha acompañado a familias que lo llaman primero para el casamiento, luego para el nacimiento de un hijo, más tarde para el cumpleaños del primer año. “Me pasó muchas veces: que me vuelven a convocar y es como ver crecer la historia desde adentro”.

Su mirada busca evitar la repetición y el automatismo. “No saco 600 fotos para entregar 300. Prefiero estar atento y entregar casi todo lo que capturo. Son unas 350 imágenes, y la gran mayoría se aprovecha”.

El vínculo con la gente es parte del oficio. Tiene sus trucos para despertar sonrisas o miradas. “En el momento del carnaval carioca grito ‘foto, foto’ y todos se juntan. En el vals digo ‘foto’ y los novios me miran. No son frases armadas, son recursos para captar la atención en segundos”.

 

El costado íntimo: ego, redes y búsqueda interior

Como muchos fotógrafos de su generación, Chiarenza comenzó compartiendo intensamente en redes sociales. Pero con el tiempo, esa práctica perdió sentido. “Durante mucho tiempo alimenté Facebook o Instagram. Hoy me doy cuenta de que era ego. Y estoy en un camino espiritual donde el ego no me nutre. No gano más clientes por subir fotos. Lo que me satisface es entregar el trabajo y que el cliente esté feliz”.

Tampoco lo seduce diversificar a cualquier costo. “Me piden videos, drone, de todo. Pero prefiero especializarme en lo mío. Soy fotógrafo. No quiero abrir un campo que me haga perder el rumbo. Me gusta entregar un trabajo correcto y bien hecho”.

 

Un futuro rodeado de risas y asados

Cuando se le pregunta cómo se proyecta en 10 o 20 años, no duda: seguirá siendo fotógrafo. Pero la razón no es solo económica. “Siempre digo: qué buen trabajo que tengo, que estoy rodeado de gente feliz. ¿Quién va a una fiesta triste? Nadie. Estoy en un ambiente de celebración, de risas, de asado, y encima me pagan por algo que me gusta. Eso lo quiero sostener en el tiempo”.

En esa simpleza está su secreto: un oficio que no es solo oficio, sino también un modo de estar en la vida. Porque, en definitiva, cada click suyo se convierte en memoria. Y la memoria, como la felicidad, es un tesoro que se guarda para siempre.

Juan Chiarenza no solo retrata imágenes. Retrata la emoción de una comunidad que se mira en sus fotos para recordar quiénes son, de dónde vienen y qué momentos los marcaron.