Su acento británico nunca se apagó, pero su corazón latía al ritmo del Piltriquitrón. Desde que llegó a Mallín Ahogado en los años setenta, Mike Cooke tejió una historia de vida tan profunda como su música. Hoy, tras su partida, sus palabras vuelven a sonar, recordándonos que hay vidas que no se apagan: simplemente se transforman en canción.