Hablar del apellido Pascual en la Comarca Andina es hablar de transporte. “La Golondrina” no es solo una empresa de colectivos: es parte de la identidad regional. Su creador, Roberto Pascual, abrió las puertas de su casa y de su memoria para compartir en una nueva edición de este ciclo de entrevistas de Info Cordillera, una historia de vida que mezcla sacrificios, accidentes, trabajo incansable y una profunda conexión con la tierra patagónica.
Infancia en Comodoro: la calle como patio y taller
El 29 de diciembre de 1944, en una casita alquilada al pie del Cerro Chenque, nació Roberto Pascual. Una partera lo recibió entre apuro y sorpresas, apenas horas antes del brindis de Año Nuevo. “Arruinó la fiesta a su madre y a toda la familia”, bromeaban los suyos cada vez que recordaban aquel nacimiento que llegó antes de lo previsto.
Comodoro Rivadavia era entonces una ciudad dura, marcada por el viento y el petróleo. Las calles de tierra eran el terreno de juegos de los chicos, y los caballos, una postal cotidiana. Roberto pasaba horas con sus amigos armando autos de lata, derritiendo estaño para fabricar juguetes y, casi sin darse cuenta, aprendiendo de mecánica en cada experimento.
“Mi viejo era sastre, quería que estudiara. Pero yo no podía quedarme quieto, tenía que meter mano en algo”, recuerda hoy, con la voz cargada de una mezcla de nostalgia y picardía.
Primeros oficios y el despertar de la mecánica
A los 16 años ya estaba al frente de nueve empleados en una tintorería. La responsabilidad temprana lo curtió, aunque su verdadero interés estaba en los motores.
Más tarde abrió un taller metalúrgico. Fabricaba caños de escape, reparaba motores y se animaba a trabajos de fundición. “Muchas veces aprendíamos a los golpes. Había que cumplir con licitaciones y, si no sabías algo, lo aprendías en el momento”, recuerda.
El automovilismo lo atrapó en la juventud. Llegó a correr Hot Rod en pistas improvisadas, donde la velocidad era pura adrenalina. Pero un accidente cambió su destino: a más de 200 kilómetros por hora volcó y se quebró la columna. Pasó meses internado, entre yesos y silencios. Allí, en ese tiempo de espera y reflexión, tomó una decisión: dejar atrás la vida de las carreras y buscar otro rumbo.
Un nuevo comienzo en El Bolsón
En 1975 llegó a El Bolsón. El valle era todavía un lugar pequeño, de ritmo lento, con calles tranquilas y vecinos que se conocían todos. “Vine buscando otra vida, algo distinto, un lugar donde criar a mis hijos”, cuenta.
Como todo recién llegado, probó con distintos trabajos: repartió gaseosas Bilz, transportó rollizos de lenga, vendió vinos, armó un emprendimiento de pintura y hasta fabricó soda. Cada día era una apuesta distinta, pero el motor seguía siendo su centro de gravedad.
El giro llegó en 1983, cuando desde El Hoyo lo convocaron para cubrir un servicio escolar. Compró un viejo colectivo y comenzó con apenas diez chicos. “Ese fue el inicio. Éramos pocos, pero de a poco se sumaron más”, recuerda.
Fue así que nació “La Golondrina”, nombre que él mismo eligió porque, como esas aves, sentía que emigraba de un lugar a otro.
La construcción de un símbolo
Los primeros viajes fueron una mezcla de aventura y sacrificio. Los caminos de ripio ponían a prueba los vehículos, y muchas veces Roberto terminaba con las manos engrasadas en medio de la ruta, arreglando motores bajo la lluvia o la helada.
“La mecánica la hacíamos nosotros mismos. Si el colectivo se quedaba, había que dormir ahí y arreglarlo al otro día. No había otra”, recuerda, con una sonrisa de quien sabe que esos años duros se transformaron en anécdotas valiosas.
Con el tiempo, los recorridos se multiplicaron. La Golondrina empezó a unir pueblos: El Bolsón, Lago Puelo, El Hoyo, Paraje Entre Ríos. No era solo transporte: era un servicio vital que conectaba comunidades y acortaba distancias en una región donde el colectivo era, muchas veces, la única manera de llegar a destino.
El legado familiar
Hoy, a sus 80 años, Roberto ya no está al frente del día a día. Esa responsabilidad la tomó su hijo Jorge, quien sostiene la empresa en un contexto complejo. La pandemia fue un golpe durísimo: colectivos parados, ingresos en cero y deudas acumuladas.
“Hace poco lo felicité, no sé cómo hizo para salir adelante con tanta presión”, admite Roberto con la voz quebrada. La segunda generación logró mantener en pie un servicio que para la comunidad es esencial.
El hombre detrás del volante
Más allá de la empresa, lo que emociona a quienes lo conocen es su historia de vida. La de un hombre que nunca se dejó vencer: ni por la pobreza de la infancia, ni por los accidentes, ni por las crisis económicas.
Cuando camina por El Bolsón, son muchos los que lo saludan con respeto. Algunos fueron chicos que viajaron en sus primeros colectivos; otros son vecinos que vieron crecer su empresa junto a la Comarca.
“La Golondrina” sigue recorriendo los caminos de la región. Y con cada viaje lleva, también, un pedazo de la vida de Roberto Pascual: un hombre que, con esfuerzo, convirtió los colectivos en alas y a la Comarca en su destino.