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8 de Noviembre de 2025

Don Pepe Inostroza: el hombre que amansó el tiempo y sembró tradición en El Bolsón

Desde su infancia en la Patagonia profunda hasta los desfiles del Día de la Tradición, la historia de Don Pepe Inostroza es la de un hombre que convirtió la vida en una doma de amor, memoria y raíces.

Por Redacción

Sabado, 08 de noviembre de 2025 a las 08:08

Nació entre los límites del Chubut y Santa Cruz, en 1948, en un rincón donde el viento sopla tan fuerte que parece borrar los nombres y las huellas. En la Pampa del Castillo, donde los inviernos arañaban los treinta o cuarenta grados bajo cero, José “Pepe” Inostroza conoció desde temprano lo que era resistir. Allí, entre el frío y el silencio, empezó la historia de un hombre que más tarde se convertiría en uno de los guardianes de la tradición gaucha en El Bolsón, símbolo de un país que todavía late al ritmo del caballo y la bandera.

Su voz es pausada, cargada de esa calma que solo da la experiencia. “Nosotros fuimos ocho hermanos, y yo el menor de todos”, recuerda. “Para colmo, cuando tenía apenas seis meses, falleció mi mamá. Cada uno se crió por su lado”. Las distancias eran largas en la Patagonia de entonces. No había teléfono, apenas alguna carta o una señalada donde las familias del campo se reencontraban, marcaban la hacienda y compartían historias. Fue en una de esas fiestas, casi por casualidad, que alguien lo nombró por su apellido y le cambió la vida. “Un señor me preguntó si no tenía familiares en Bariloche… y así, de a poco, fui descubriendo que tenía un tío allá. A los 21 años, después del servicio militar, lo conocí. Y él se encargó de que yo conociera a mi familia”.

El reencuentro con su historia fue también el comienzo de un nuevo rumbo. Se instaló en Bariloche, donde se casó y nacieron sus hijos. Pero con el tiempo, la ciudad empezó a quedarle chica. “Soy medio de campo nomás”, dice sonriendo. Entonces conoció El Bolsón, y como quien encuentra el lugar donde el alma respira, se quedó. Hace cuarenta años que vive aquí, rodeado de montañas, tradiciones y afectos.

La vida de Pepe está marcada por la mezcla perfecta entre trabajo y pasión. Aunque aprendió el oficio de carnicero —“una profesión que me dio de comer”, como dice—, nunca dejó de sentir el llamado del campo. “Siempre llevé al hombro aquello de la tradición, de la doma, del caballo”, cuenta. “Mis hijos no se criaron en el campo, pero sí aprendieron conmigo cómo era todo eso. Cada uno quiso su caballo, y empezaron a acompañarme desde muy chicos”.

Hoy, sus hijos y nietos son parte activa de la Agrupación Gaucha El Redomón, que lleva el alma y la impronta de su fundador. “Ya hace 15 o 20 años que se encargan ellos de todo. Y eso es lo que vale, que los jóvenes se sumen. Porque si los jóvenes no se acercan, las tradiciones mueren. En cambio, acá, el 70% de los que desfilan son chicos muy jóvenes. Y eso me llena de orgullo. Yo tengo casi 80, mis hijos 40, mis nietos 20, y todos siguen. Ya vamos por la tercera generación”.

El nombre “El Redomón” no fue elegido al azar. “El redomón es ese caballo que está entre lo salvaje y lo manso, justo en el momento de aprender a confiar”, explica Pepe. “Cuando el caballo ya está de andar, cuando te tiene fe, ahí deja de ser redomón. Por eso el nombre, porque representa ese proceso, esa entrega”.

Quizás sin saberlo, en esa definición se describe también a sí mismo: un hombre que aprendió a confiar en la vida, a domar los vientos de la pérdida, a transformar el dolor en memoria y la memoria en comunidad.

Durante años, Pepe organizó fiestas gauchas, jineteadas y desfiles. Sus hijos lo siguieron, y con ellos llegaron los nietos. “Uno de mis hijos jineteó, y ahora los nietos también. En mis tiempos no había campeonatos, ni premios grandes. Te daban una gorra o una faja y ya estabas feliz. Pero lo importante era estar juntos, celebrar el caballo, la gente, la vida”.

El reconocimiento llegó una tarde, cuando el predio donde se realizan las jineteadas de El Bolsón fue bautizado con su nombre: Predio Don Pepe Inostroza. “No lo esperaba. Me preguntaban cómo queríamos llamarlo: ¿El Redomón? ¿El Gaucho Viejo? Y cuando lo destaparon y vi que decía mi nombre… me largué a llorar”, cuenta emocionado. “No se trata de plata ni de apoyo económico, sino de acompañamiento, de que te digan ‘sí, vamos’, y así fue como lo logramos”.

Pepe habla de los caballos como quien habla de viejos amigos. “El caballo es una herramienta de trabajo, como tu micrófono”, compara. “Lo cuidás, lo querés, no vas a dejar que se rompa. El caballo sabe cuándo lo tratás bien o mal, es inteligente”. Se detiene un momento, mira hacia algún punto del recuerdo y agrega: “A veces hay gente que no entiende la doma. Piensan que se trata de maltrato, pero no. El caballo tiene dos caminos: o se amansa y vive, o termina en el matadero. La doma lo salva. Se lo cuida, se lo alimenta, se lo mantiene. Es preservarlo”.

Tiene uno, su favorito, el que ya casi está jubilado. “Se llama Recuerdo”, dice con ternura. “Era de un amigo de la familia, después pasó a un tío, de ahí a mi hijo, y él me lo regaló a mí. Lo llevé por todos lados. Es zaino oscuro, medio cebruno. Ya está viejito, pero sigue ahí. Es parte de la familia”.

Recuerdo no es solo un caballo: es una metáfora viva del pasado que camina al lado de Pepe, un símbolo de la lealtad que une al hombre con sus raíces.

Alguna vez, incluso, su caballo fue protagonista de una anécdota singular. “En Bariloche, hace unos años, vino la gobernadora”, rememora entre risas. “Y sí, ella subió mi caballo. Tomás, mi nieto, lo llevó, sabía cómo pasar frente al palco. Y ahí estuvo, la gobernadora a caballo. Ese fue otro orgullo”.

Cada noviembre, cuando se acerca el Día de la Tradición, El Bolsón se viste de fiesta. Los desfiles de la Agrupación Gaucha El Redomón son un espectáculo de historia viva: hombres y mujeres con sus bombachas, ponchos y sombreros, niños montando con orgullo, banderas que flamean al viento y una comunidad que sale a la calle para sentirse parte.

“Ahí me doy cuenta de que somos argentinos, de verdad”, dice Pepe. “Veo pasar los caballos, la gente aplaudiendo, las familias, y me lleno de emoción. Ahí veo mi Argentina. La bandera. Eso me llena de orgullo”.

Habla de la juventud con esperanza. “Tenemos argentinos para rato, gauchos para rato”, asegura. “Y Agrupación El Redomón para rato también. Porque los jóvenes van para adelante, y eso me da tranquilidad. Esto no se va a terminar”.

En su mirada hay algo que trasciende las palabras: la certeza de haber cumplido una misión. De haber amansado el tiempo con la paciencia del que sabe que la vida es un rodeo largo, con caídas y levantadas, con aprendizajes y silencios.

Don Pepe no solo crió caballos y familia: crió un legado. Ese que seguirá trotando cada vez que en El Bolsón se escuche el relincho de un redomón, o flamee una bandera celeste y blanca en la Plaza Pagano, recordando que todavía hay hombres y mujeres dispuestos a sostener lo nuestro, con orgullo y con amor.

Y así, en el corazón del pueblo, entre la música de los estribos y el olor a tierra húmeda, sigue latiendo el espíritu de Don Pepe Inostroza. El hombre que unió generaciones, que enseñó a sus hijos y nietos que la tradición no es pasado, sino una forma de vivir el presente. El hombre que convirtió la doma en memoria, y la memoria en identidad.

Porque en El Bolsón, mientras los caballos desfilan y la gente aplaude, hay algo que se mantiene intacto: el alma de un gaucho que sigue amansando el tiempo, paso a paso, con la mirada puesta en el horizonte.