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1 de Noviembre de 2025

“La voz que nos acompañó siempre”: el Vasco Arrías y una vida entera detrás del micrófono de Radio Nacional El Bolsón

Con motivo de un nuevo aniversario de LRA 57 Radio Nacional El Bolsón, Ricardo “el Vasco” Arrías repasa su historia junto a la emisora que marcó generaciones. Casi cuatro décadas de radio, amor por la Patagonia, noches de transmisión y la certeza de que las voces, aunque se apaguen, nunca se olvidan.

Sabado, 01 de noviembre de 2025 a las 06:29

Cuando se dice Radio Nacional El Bolsón, hay nombres que suenan como campanas familiares. Voces que uno reconoce sin esfuerzo, aunque hayan pasado los años. Una de esas voces es la del Vasco Arrías, un hombre que dedicó 38 años de su vida a ese micrófono, que fue testigo del pulso de un pueblo y de los grandes capítulos de la historia argentina.

Ricardo Arrías, “el Vasco” —como lo conoce todo el mundo— nació en El Bolsón, en la esquina de Azcuénaga y San Martín. Su historia, como la de tantos hijos de la Patagonia, está hecha de caminos que se van y regresan. Hijo de un oficial de Gendarmería, pasó su infancia recorriendo destinos del país. Hasta que, a los 17 años, volvió al pueblo de sus abuelos maternos, que tenían una pequeña despensa llamada El Vasquito. Allí empezó a echar raíces, sin imaginar que su vida quedaría para siempre unida a la radio.

“En ese tiempo estaba complicada la situación en Bahía Blanca, el año 73 o 74. Decidí venirme porque era bastante insoportable vivir allá”, recuerda. Llegó al Bolsón, ayudó a sus abuelos y empezó a trabajar en lo que saliera. Primero en el reparto de encomiendas, luego al volante de los transportes de la familia Alcalde. Eran años en los que los caminos de ripio y las estancias activas eran parte del mapa cotidiano. “Nos movíamos por todos lados, por toda la región" dice riendo.

Fue en uno de esos viajes donde el destino le tendió la mano. Su compadre, Pino Pogliano, le habló de algo que recién se estaba gestando: una emisora estatal en El Bolsón. “¿No querés rendir para entrar a Radio Nacional?”, le preguntó. El Vasco no sabía ni que existía tal proyecto. Pero fue, rindió… y entró. Así comenzó, casi por azar, una historia de amor con la radio que duraría casi cuatro décadas.

 

Los primeros días del aire

Era 1981. Argentina atravesaba los últimos años de la dictadura y la radio se preparaba para salir al aire por primera vez. LRA 57 nació en el marco del llamado Plan Soberanía, una estrategia del Estado para instalar emisoras de baja potencia en zonas cordilleranas y de frontera, en tiempos donde las señales extranjeras penetraban fuerte y no existían las FM.

“Yo entré como operador de estudios. Pino también, y Daniel Tornero. Los locutores eran Omar Cerieldín, Jorge Silei, Ricardo Azcona... y nada más. Éramos poquitos”, recuerda el Vasco. Empezaron a transmitir el 9 de julio de 1981, primero con horarios acotados, ajustando equipos y aprendiendo el oficio sobre la marcha.

La emisora se inauguró oficialmente el 1º de noviembre de 1981, y desde entonces la voz del Vasco comenzó a formar parte del paisaje sonoro de El Bolsón. “No teníamos de dónde sacar noticias, los diarios llegaban al otro día, así que inventábamos cosas, hacíamos participar a la gente del pueblo. Había poquitos teléfonos, cien o doscientos, y ni hablar de celulares. Era otro mundo.”

El teletipo de la agencia Télam, que llegaría tiempo después, fue casi un milagro. “Podíamos leer noticias al instante, eso era una maravilla.”

 

La radio en tiempos difíciles

A los pocos meses de empezar, el país se vio envuelto en uno de sus episodios más duros: la Guerra de Malvinas. En esos días, los operadores se quedaban toda la noche cuidando que la transmisión no interfiriera con señales militares. “Nos dijeron: si escuchan un avión arriba de la antena, salgan corriendo lo más lejos posible. Porque lo primero que volaban eran las vías de comunicación.”

Eran tiempos de miedo, de censura y de listas negras. “Yo alcancé a trabajar con las listas de los intérpretes prohibidos. No se podía pasar a Horacio Guaraní, ni a Mercedes Sosa, ni a tantos otros. Estaban escritas, eran oficiales.”

Sin embargo, cuando llegó la vuelta de la democracia, la radio volvió a ser alegría. “Fue una fiesta tremenda, me acuerdo de las lágrimas, de las sonrisas. Y ahí todo empezó a cambiar un poco.”

La música, los programas locales, los avisos al poblador… La radio se convirtió en un punto de encuentro, una extensión de la vida cotidiana. Por sus micrófonos pasaron historias, voces, pedidos, y también silencios.

 

Entre la salud, los amigos y las despedidas

El Vasco trabajó hasta 2019, año en que se jubiló tras una cirugía cardíaca que le cambió la vida. “El último año vine complicado, muy delicado de salud. Me operaron en Cipolletti. No me costó jubilarme, porque ya venía con ese proceso.”

Durante más de 25 años compartió las mañanas de Radio Nacional con Juan Domingo Matamala, escritor, locutor e historiador. “Estuvimos todos los días uno al lado del otro. Imaginate: cuando me internan acá en el hospital del Bolsón, en la sala de terapia intermedia, la nueva, en la cama de al lado estaba Juan. Y al poco tiempo, Juan falleció.”

Hace una pausa. Respira. “Mirá lo que son las cosas de la vida, de estar todo el tiempo juntos a terminar en la misma sala.”

Con el tiempo, también se fueron otros compañeros, como Ricardo Azcona, “como un hermano”. La radio, como la vida, le fue dejando ausencias. Y aunque muchos le ofrecieron volver, el Vasco eligió el silencio. “Me he dedicado a mis cosas, a viajar, a disfrutar. No me dieron ganas de volver al aire.”

 

La voz del pueblo

Hablar con el Vasco es recorrer buena parte de la historia cultural de El Bolsón. Además de operador y periodista, fue animador de escenarios y locutor de fiestas populares: la Fiesta del Lúpulo, la del Tren a Vapor, la de la Fruta Fina, la del Artesano de Epuyén, la del Asado en Cholila. “La única que nunca hice fue la de Lago Puelo”, bromea.

También fue actor de teatro en sus años jóvenes. “Todo eso me ayudó a aprender a hablar, a moverme, a improvisar. Aprendí la profesión por necesidad, pero después tuvimos la posibilidad con Daniel Tornero de ir a capacitarnos a la Universidad Nacional del Comahue con la gente de Radio Netherland. Dos meses intensivos. Fue un antes y un después.”

La radio, dice, fue su escuela y su casa. En sus años de esplendor, LRA 57 era el corazón informativo de la comarca, donde los vecinos esperaban los avisos al poblador para saber si un familiar había llegado, si alguien necesitaba ayuda, si se había perdido una oveja o si nacía un hijo.

 

¿Y la radio hoy?

“Yo veo que la gente joven no escucha radio desde hace muchos años. Hoy está el streaming, los podcasts. Pero la radio… la radio va a seguir existiendo con sus matices.”

Para el Vasco, más allá de los formatos, la esencia sigue siendo la misma: acompañar. “El que no tiene la dirección del streaming no sabe que existe, es diferente. Pero la radio, la radio de verdad, la que te acompaña en la cocina, en el taller, en la ruta… esa no muere.”

Hoy escucha poco. “A veces cuando me subo al auto, o mi señora que la pone todos los días por las noticias locales. Yo soy más de leer, de mirar alguna carrera o los partidos de la selección.”

Pero cada tanto, confiesa, prende la radio y, sin decirlo, escucha lo que fue su casa durante casi cuarenta años.

 

La despedida del aire

Antes de cerrar la charla, el Vasco deja un mensaje que parece una síntesis de todo lo vivido:

“Nosotros vivimos gracias a los oyentes y a los lectores. A ellos, el abrazo más grande.”

Esa frase —dicha con la calma de quien ya no necesita micrófono para hacerse escuchar— encierra el espíritu de toda una vida: la gratitud.

 

Epílogo: las voces que no se apagan

Quizás la radio cambie de forma, se vuelva digital, portátil o efímera. Pero hay algo que no se transforma: la emoción de una voz que acompaña. En cada casa de la comarca, en cada mañana de invierno o en cada noche de viento, todavía resuena algo del Vasco, aunque ya no esté al aire.

Su historia es también la de un pueblo que creció escuchando. Que aprendió a reconocerse en los nombres, en las fiestas, en las noticias y en los silencios compartidos.

Porque la radio —esa compañera que parece invisible— no vive en los cables ni en las antenas: vive en la memoria.

Y mientras existan quienes la recuerden, la voz del Vasco seguirá encendida, como una llama pequeña en medio de la cordillera.

Una voz que no se apaga. Una historia que nos recuerda que, a veces, las palabras más sencillas son las que más nos acompañan.