Con este ciclo de entrevistas de Info Cordillera llegamos a alguien que literalmente lleva las montañas en la sangre. Cuando se habla del Cerro Lindo, en las alturas de El Bolsón, hay un apellido que inevitablemente aparece: Chiguay.
Su actual refugiera, Quem Quem Chiguay, nos recibe con esa serenidad de quien conoce el lenguaje del viento y el ritmo del bosque.
“Bueno, buenísimo que tengamos este lugar para poder mostrarle a la gente”, dice sonriendo, con esa mezcla de humildad y firmeza que tienen los que aprendieron a vivir en la montaña.
¿Exageramos si decimos que naciste allá arriba? “No, se puede decir que sí”, responde. Y se ríe. “Mi padre fue escalador, hacía escalada en hielo. Estuvo muchos años en la Comisión de Auxilio, formó instituciones, participó en rescates… siempre estuvo involucrado en la montaña”.
Su historia familiar está tejida con esfuerzo y amor. “Hace más de cuarenta años que estamos ahí”, recuerda. “Mi mamá hacía el refugio, bajaba a hacer guardias al hospital de El Bolsón, se pegaba un baño, atendía el consultorio y después volvía a subir. Así era. Hasta que vine yo: subíamos a caballo o me subía en la mochila”.
La imagen de esa infancia es una postal de la vida cordillerana: la madre médica, el padre refugiero y una niña creciendo entre la leña, la nieve y los silencios del cerro.
Del esquí al refugio: una vida entre montañas
Quem Quem también es profesora de esquí, titulada por ADIDES, nivel 2. “Empecé a los 18, ya tengo 34, pero esquío desde chica”, cuenta. Se formó en el Club Andino Bariloche, donde compitió y más tarde se profesionalizó. “Tuve la suerte de formarme con Pablo Eldauk, un referente que me dijo: vos andá y hacé el curso. Yo arrancaba llevando fajos de caña, armando las carreras de los chicos… los que hoy son grandes esquiadores, eran unos piojitos”, recuerda entre risas.
En su voz hay orgullo y nostalgia cuando menciona los inicios del Cerro Perito Moreno: “Con el Hanomag subíamos las cañas, te llegaban a los tobillos y vos con veinte kilos arriba... era una odisea. Los chicos que aprendieron ahí, entrenando entre piedras, hoy le ganan a cualquiera”.
El esquí la llevó lejos: “Trabajé cinco temporadas en Andorra, hacía dobles temporadas allá y acá. Estuve en Grau Roig, fueron años hermosos, aprendí muchísimo. Viajar te abre la cabeza: te enseña lo bueno, lo malo y lo distinto, y te da otra perspectiva de todo”.
Cinco inviernos seguidos sin ver el verano. “Soy de las menos, tengo amigos con 18 temporadas de invierno, no tienen vitamina D”, bromea. “Pero te permite pegarte un viajecito, ir a una playita, tomar sol... eso también se disfruta”.
La vida en el refugio: entre la soledad y el encuentro
Para muchos, ser refugiero es el trabajo soñado: vivir en el paraíso. Pero Quem Quem lo dice claro: “Tiene sus pros y sus contras. Te tiene que gustar, de verdad.”
Y agrega: “Hay que cortar con eso de que el refugiero tiene que ser mala onda. También el turista hace lo suyo, todos fuimos turistas alguna vez, todos hicimos preguntas obvias. Lo importante es entendernos”.
Habla del Cerro Lindo con cariño: “Tenemos un bosque amplio, un territorio plano y extenso, donde podés caminar, perderte y reencontrarte. Buscás leña, volvés, la gente te pregunta y la llevás a recorrer. Es un lugar muy noble, distinto a los más masivos”.
El aislamiento tiene su lado luminoso: “Nosotros tenemos un filtro natural. El que llega al refugio, llega porque realmente quiso llegar. Hay quienes se emocionan al ver el refugio y lloran, y otros que llegan enojados, diciendo ‘yo no vuelvo más a este lugar’, pero después te dicen ‘qué hermoso, valió la pena todo’”.
La montaña enseña respeto
La vida en las alturas también tiene su lado duro. “Nos tocaron algunos accidentes, cuenta con tono grave. Siempre tienen ese dejo amargo... pero tratamos de ser cuidadosos, de transmitir que no hay que subestimar la montaña. No se sube en crocs. Hay que ir preparado.”
Por eso, el acceso a la cumbre se hace con guías habilitados y seguro de trekking. “Tratamos de mantener precios accesibles para que todos puedan ir con guía. En cuarenta años, los accidentes graves se cuentan con una mano.”
La montaña también le enseñó liderazgo: “Mi papá siempre decía: ‘¿Dónde está el león que hay que peinar?’. Es una manera de decir que no hay que dar vueltas: hay que resolver. En la montaña, la rapidez y la resolución te pueden salvar la vida*”.
De su madre heredó la templanza y la entrega: “Es todo amor, pero también resolutiva. Es mi mano derecha, cuando necesito algo, ahí está. Subiendo, bajando, cargando... siempre presente”.
Entre la vocación y el descanso merecido
A los 34 años, Quem Quem sabe que el cuerpo también pide pausas. “Me gusta la montaña, me gusta todo lo que tenga que ver, pero a veces hay que parar y reprogramarse. Lo mismo me pasó con el esquí: hice un parate. A veces uno entrega todo al turista y se olvida de disfrutar. Hay que salir del trabajo y volver a disfrutar para uno mismo”.
Cuando puede, sale a caminar por las cumbres cercanas, sin apuro, sin horarios. “Eso es disfrutable, puro disfrute para uno mismo”, dice con los ojos encendidos.
Y si hay algo que no puede faltar allá arriba, es la buena comida. “Hacemos guisos de lenteja, pizza... pero ahora estoy probando la receta nueva del goulash con spätzle. Si sale bien, este año estrenamos plato nuevo”, cuenta divertida.
¿Y un buen vino? “Obvio, siempre, aunque cueste llevarlo en la mochila. Un buen vino nunca falta.”
La charla termina con la imagen de fondo del mágico Cerro Lindo. En el verdor de los bosques de lengas, la figura de Quem Quem Chiguay resume una vida entera dedicada a la montaña: la herencia de sus padres, la pasión por enseñar, la calma del refugio y el amor por un paisaje que es, a la vez, hogar y destino.
Porque en cada paso, en cada caminata, en cada historia compartida, Quem Quem sigue tejiendo la memoria viva de la cordillera.