¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

27 de Diciembre de 2025

“Volver siempre al corazón”: la vida de Raúl Heinzle, un hijo de Villa Turismo que nunca dejó su esencia

Un recorrido íntimo por la historia de un referente del básquet cordillerano, su familia, sus raíces y ese amor profundo por El Bolsón que lo trajo siempre de vuelta.

Sabado, 27 de diciembre de 2025 a las 09:30

La Comarca Andina está hecha de montañas, de viento y de historias que se dicen despacio. Historias que no necesitan exagerarse para conmover. Historias que vienen de la tierra, de la chacra, del trabajo con las manos y del deporte que, a veces, salva. En este ciclo de entrevistas de Info Cordillera, nos encontramos con un vecino de esos que todos conocen, de esos que se cruzan en la cancha o en el barrio y siempre tienen un saludo. Un hombre que hizo camino lejos, pero que nunca dejó de tener un pie en su terruño.

Raúl Heinzle —profesor, referente del básquet y, sobre todo, vecino de Villa Turismo— abre su historia con una sinceridad que emociona.

Nacido en El Bolsón en 1973, toda su vida, salvo un puñado de años de aventura deportiva, estuvo atada a ese rincón querido de la Comarca. “De toda la vida en Villa Turismo”, dice casi como quien reafirma un juramento. Y detrás de esa afirmación aparece la historia de sus padres: un padre austríaco que llegó al país con nada, buscando rehacerse después de la guerra; y una madre de Cerro Radal, que se convirtió en el centro afectivo de toda su vida.

 

Los pasos del inmigrante

La historia del padre de Raúl parece salida del baúl de tantas familias de la región. Tras la Segunda Guerra Mundial, cuando Europa estaba herida y sin trabajo, él y su hermano decidieron venir a la Patagonia “sin nada”, apenas con esperanza. “No había recursos allá, ni trabajo ni comida”, cuenta Raúl, y uno imagina el frío distinto en esas montañas que no eran las suyas, y que con el tiempo lo serían.

Trabajando en el viejo Servicio Forestal conoció a la madre de Raúl. Él venía de Austria, ella ya estaba aquí. Entre visitas y caminos de montaña se encontraron. De esa unión nació Raúl, que creció entre pampa, chacra y barrio.

 

La escuela, el barrio y el salto inesperado al básquet

Raúl hizo la primaria en la Escuela 270 y luego continuó el secundario entre el CBU y el ciclo superior modelizado en lo que ahora es la ESRN 10 frente al estadio municipal. Hasta entonces, nada hacía pensar que terminaría ligado para siempre al básquet.

“Yo jugaba al fútbol”, recuerda con una sonrisa. “Con los vecinos, con los Sale. En cualquier rinconcito armábamos arco con los manzanos”. El básquet, dice, era algo lejano. “Ni sabía lo que era una pelota de básquet”.

Pero un día, mientras trabajaba en la chacra de los Muñoz, en esa pampa interminable que todos conocen, el destino se camufló en forma de vecino. Quico Torres, comerciante de Esquel y padre de un jugador de San Martín, lo vio pasar. Una figura de dos metros a los 16 años no pasa inadvertida. Lo llamó, le preguntó si le interesaba jugar, le habló de Esquel, de oportunidades, de un mundo desconocido.

“Para mí era otro mundo. Me llevaron crudo al básquet”, recuerda.

 

El desarraigo y las primeras escapadas

Tenía 18 años cuando lo llevaron a Esquel. Le dieron una pieza, comida y un lugar en el club. Pero Raúl se escapó. Dos veces.

Lo cuenta sin vergüenza, con la humildad con la que se narra una herida que terminó siendo enseñanza.

“Me escapé sin decir nada, me subí al colectivo, volví a las siete de la mañana y estaba feliz. No sabía lo que estaba haciendo… era el desarraigo. No estaba acostumbrado a salir”.

Sin celulares, sin internet, sin redes, comunicarse era otra cosa. Había que pedir una cabina telefónica y marcar bien. Y a veces, hasta eso era demasiado para un pibe acostumbrado a la chacra y a la familia.

Los dirigentes entendieron. Lo acompañaron. Y apareció, entonces, alguien que marcó su historia para siempre: el técnico Eddie Bermúdez, ex Globetrotter. Estricto, formal, impecable. “Me trataba de usted”. Para Raúl, ese trato hoy es oro puro.

Bermúdez habló con los padres, comprendió aquel carácter tímido y le dijo: “Usted siga entrenando, que yo lo voy a llevar a Chile”.

 

Un viaje que cambió la vida

Raúl entrenaba de madrugada, a las doce, solo en el gimnasio, con una pelota de goma. “La conducta te hace llegar”, afirma. Y llegó.

Primero a Castro, en Isla de Chiloé, a probarse en un cuadrangular. Luego a Laja, cerca de Concepción, donde jugó como extranjero profesional. Casa, comida, pasajes, sueldo. Otro mundo.

Jugó contra Colo Colo, la Católica, recorrió hoteles, ciudades, vivió la vida del deportista rentado. Algo que nunca imaginó mientras trabajaba en su El Bolsón natal.

Después volvió a Argentina, jugó un amistoso en Esquel contra Independiente de Trelew, y lo contrataron para la Liga B, tercera categoría nacional. Para cualquiera sería un sueño. Para Raúl era trabajo, experiencia y agradecimiento.

“Vos me conocés —dice—. Nunca fui de mirar muy alto. Nunca soñé con la NBA. Yo disfruto ver un partido de Liga Nacional, tomar unos mates. Me concentro en el lugar donde estoy”.

 

El regreso al terruño: enseñar y devolver

Hoy Raúl es profesor de básquet en la escuela municipal. Y aunque no trata a los chicos de “usted”, transmite lo mismo que le inculcaron a él: conducta, respeto, humildad.

“Con los pibes pasa por llegarles. Sin decir una palabra, a veces les decís todo. Y yo trato de devolver lo que me dio el básquet. A mí me ayudaron mucho. No hay que olvidarse de quien te ayuda”.

Cuando ve a chicos de El Bolsón como Santiago Guasco o Valentín Lengyel irse a jugar afuera, siente una emoción casi paternal.

“Es como si fuese un padre. Me da alegría. La humildad y la constancia te mantienen. Eso depende de ellos”.

 

El terruño, la esencia y la madre

Hay un hilo que sostiene toda su historia: Villa Turismo. El lugar al que volvió siempre, incluso cuando se escapaba de Esquel. El lugar que sigue eligiendo.

“Lo llevo en el corazón. Es como la madre. Único. Me han dicho que me quede a vivir en otros lugares, pero no lo cambio por nada”.

Raúl defiende el ritmo del pueblo, la esencia humana, la simpleza de saludar en la calle, de ir a ver un partido de fútbol un domingo cualquiera. “Eso es oro puro”, dice.

Y cuando la conversación llega a su madre, la voz se le quiebra. No quiere llorar, pero casi.

“Mi vieja es todo. Más que todo. El alma mía. Donde está, está conmigo. Doy la vida por ella”.

En un mundo donde las palabras a veces se gastan, Raúl rescata esa idea antigua y valiosa: tener palabra, mantenerla. “Eso es oro puro. Eso se cotiza en bolsa”.

 

Raúl Heinzle es, ante todo, un hombre agradecido.

Agradecido de su familia, del deporte, de quienes lo ayudaron, de la tierra que lo vio nacer.

Y en cada palabra que dice, queda claro: uno puede viajar lejos, pero siempre vuelve a donde está su corazón.