Eduardo Paillacán toca en La Trochita desde hace al menos 25 años y durante casi la totalidad de su vida la guitarra fue una extensión de sus brazos. Compartió escenario con los músicos más prolíficos de la región y compuso canciones que hoy podría decirse que son clásicos del sur. Divulgador, buscador -y "encontrador"- del sonido patagónico, si hay pocos que saben de la música local, Eduardo es uno de ellos y asegura: "Esquel, aunque a muchos les pese, es tierra de cantores".
De formación autodidacta, su primer acercamiento a la música fue en la casa de sus padres en Esquel, ciudad donde nació. Durante los meses de esquila, mientras su padre trabajaba, su madre cuidaba de cinco hijos: "Mi mamá decía que yo era muy tranquilo. Me la pasaba mirando, en realidad escuchando desde el cajoncito donde dormía, la música que pasaban en Radio Nacional Esquel que había empezado a transmitir hacía poco y era una novedad. Además era la única fuente de música -no teníamos electricidad- y la mayoría era patagónica, de hecho mis padres conocieron las pilas por la radio".
Él no supo hasta grande de muchas de las canciones que escuchó en plena explosión del Nuevo Cancionero folklórico argentino. Cuenta que las identificaba y que cuando volvió a escucharlas de grande supo recién sus nombres, como "Mi pequeño amor" de Ramón Ayala interpretada por los Tucu Tucu. Claro, sin grabador sólo la memoria podría hacerlas sonar adentro, como la guitarra de su hermano mayor: "esa memoria musical me ha criado".
MELODÍAS POR INSTINTO
Colgada de un clavito en la pared para que no la alcance, la Maestoso tenía un tamaño ideal para un niño pequeño, casi como invitándolo a tomarla igual.
- ¿Te acordás la primera vez que tocaste?
- Yo fui desarrollando la intuición con la música porque estaba todo el día escuchándola. El oído se acostumbró y yo incluso me dormía tocando las cuerdas al aire porque ni sabía ni intentaba, era simplemente escucharla. Como a los cinco ya la tocaba un poco y a los siete aprendí a afinarla. El que la afinaba era mi tío, mi hermano no sabía, entonces dependía de que viniera de visita. Mis tíos también tocaban y eran carreros, campesinos, así que hacían milongas, algunas poquitas balseadas, tengo recuerdos de la música chilena. Encontré las melodías esas en unas recopilaciones de Violeta Parra como otras que fui encontrando y recordando. Cuestión que por tocarla y escucharla tanto al aire, aprendí a los siete años a afinarla y ya no había que esperar a los tíos. Fue un shock para mí, era como diez regalos juntos.
-¿Cómo aprendiste canciones después?
- Mi hermano aprendió a tocar algunas armonías, o sea, acordes que mi madre le enseñaba y que mi tío le había enseñado a mi madre. Algunos acordes, el La mayor, el Mi menor, y bueno, tocar un poquito con la mano derecha, ablandar las manos y demás... Después el oído musical y bueno.... empezó la disputa por la guitarra, porque era una sola guitarra para una familia grande, con tíos que llegaban, incluso los vecinos venían y pedían prestada la guitarra porque no todo el mundo tenía. Se estilaba ir a una casa para conseguir la guitarra un ratito, un par de horas, se prestaba de esa manera en la vecindad, a nivel familiar, con el vecino. El tamaño de la guitarra además me ayudó a darle agilidad a las manos, no podía creer que estaba tocando, yo viví en el mundo de la guitarra toda mi vida. Salía a jugar y volvía a tocarla un ratito y volvía a salir, ya en ese entonces en el Bella Vista, un barrio con mucha vida de niñez en el medio de un calafatal con zanjas hechas por arroyos gigantes que bajaban en invierno, era una vida semicampesina. Además estaba la familia Sifuentes, todos guitarreros y tocaban mucho y yo iba a mirar qué hacían. Cinco o seis años ahí metido escuchando y mirando, tenía todas las antenas puestas ahí, obsesionado. Porque además tenía que recordar después la posición de las manos y como tocaba con la mano derecha. Todo un ejercicio de memoria, haciéndome dibujitos mentales para reproducirlos en casa. Después como también cantaba, empecé a ser aceptado entre las guitarreadas.
UNA BANDA PARA ENTRARLE A LA GUITARREADA
Eduardo llega a la casa de Sergio Ríos, otro referente de la música patagónica criado en el barrio Bella Vista, y éste le dice: "Tati, necesito me acompañes porque voy a cantar en un Festival para el Día de la Madre". Él no sabía lo que era un festival: "¿Qué es eso? Yo tocaba la guitarra", dice. En frente vivía Aldo Marihuán, otro exponente de la música patagónica, a quien Eduardo sumó al grupo y se fueron a lo de los Sifuentes "para entrarle a la guitarreada".
- ¿Y ahí que música hacían?
- Es que aprendíamos de oído, no sabíamos muy bien qué estábamos cantando, no nos poníamos a analizarlo. Escuchábamos canciones por la radio que nos gustaban y ponele, aprendimos una zamba, "La engañera", y nos faltaba una estrofa y no nos importaba, la hacíamos igual. Era distinto de... bueno, para nosotros estaba bien, faltaba una estrofa y no importaba.
- ¿Qué recuerdo tenés de esa primera vez?
- Nos había invitado el Pampa Tabares, un imitador de Horacio Guaraní y habían hecho el escenario con tambores de 200 litros, de esos que se usan para la construcción. Me subieron al escenario con el poncho que me había conseguido mi madre y que me lo arrastraba, yo sin mucha consciencia... el instinto era estar metido dentro de la música, la consciencia nuestra estaba metida en la carne. Si no, no la podías sacar.
Sergio Ríos tenía 14, Aldo Marihuán 12 y Eduardo 10. Eduardo cuenta que en su cumpleaños de 50, su madre le dijo que nunca pensó que iba a vivir de la música. Desde esa vez en 1971 hasta hoy, compuso canciones como "Siestrerías", "Plegaria para la guitarra", "La porfía" que dan nombre a parte de los discos que editó y distribuye él mismo. Integró "Las voces del Bella Vista", fundó "Estirpe" y participó de todos los encuentros que pudo recopilando canciones de la Patagonia.
DOS MEMORIAS EN UN SÓLO CAMINO: EL DE LA MÚSICA
Eduardo no vivió de la música, y lamentablemente como la mayoría de los artistas, siempre tuvo otro trabajo: "pero sí por la música y con la música", asegura y agrega, "yo era muy salvaje, muy intuitivo y cuando Sergio y Aldo me proponen un "proyecto", continuar tocando, me tuvieron que explicar dos o tres veces".
- ¿Cuándo decidiste dedicarte a la música?
- Cuando fuimos a la radio empecé a entender lo que significaba, era tocar para otros. Yo era un analfabeto en esas cosas, yo andaba con la gomera, jugando en el barro. Era muy inocente y encima mi mamá se resistía porque me decía que tenía que trabajar o estudiar. Yo seguía yendo a la escuela, era la 24. Después mi mamá compró un tocadiscos para los cumpleaños y de a poco los discos con mucho esfuerzo para que yo desarrollara mi oído musical. Podía pararlos y volverlos a escuchar para sacar cuerda por cuerda y así fuimos consolidando el grupo. Empezamos a generar convivencias musicales y a tocar en otros lados y escuchábamos a "Los troperos patagónicos" que eran Cafalo Garrido, Julio Silva, y Miguel Carranza. Habían ido a Pico Truncado a un festival muy grande donde también conocí a el "Gato" Osses.
Luego llegó su primera guitarra, comprada en Casa Ayats un día en que casualmente estaba otro músico de Esquel, Néstor Martínez: "Él nos ayudó a elegirla según me contó porque no me acuerdo, debe ser de la emoción". Era también una guitarra Maestoso pero más dura, "agarré mucha fuerza en los dedos", cuenta.
Durante la "colimba" le tocó cuidar las fronteras en Río Mayo, cuando se decía que Chile tenía el plan de invadir la Patagonia y pasó noches enteras acompañando con la guitarra a sus compañeros acuartelados y sin comunicación con el exterior. Cuando salió se fue de mochilero a Ushuaia con Luis Rojas "a experimentar la libertad". Rojas cantaba y se recorrieron bares y parrillas hasta que en 1983, sobre el final de la dictadura cívico militar, decidió volverse a la Patagonia y apareció la trova cubana, la música chilena, "apareció Latinoamérica, viví todos los cruces sonoros", recuerda.
LA GUITARRA SE CONVIERTE EN ORQUESTA
"Ya no era rascar la guitarra y acompañar, había armonía. Y ya me empezó a llamar la atención todo ese tipo de cosas un poco más complejas. Más complejas para aprender, obviamente, con la misma técnica de siempre: escuchar, y si podía observar en vivo y en directo, mejor".
- ¿Ahí empezaste a componer?
- A mi me eligió la guitarra, soy en realidad como una víctima de los sonidos de la guitarra. Ahí soy feliz, siempre fui feliz. Con mi amigo Luis hicimos la primera canción que era de amor, "En el camino", y cuando aparece el Nuevo Cancionero aparece la copla, la poesía, otros matices. Y la poesía también vino a intervenir al hombre en sociedad, en sus esperanzas y en sus luchas, no en la joda o en el pasatiempo o el fogón y la reunión. Para mí, Silvio Rodríguez es el gran modificador del sonido de la guitarra en Latinoamérica. Él modificó todo. Con esa canción inocente de un unicornio partió en dos la historia de armonía musical para los músicos argentinos. Yo tenía toda esa riqueza musical que me permitió entrar en ese contexto y por ahí si no se estudia de dónde vienen los sonidos, se pierde esa riqueza musical. Yo lo fui amasando digamos, poniéndole al impulso de la guitarra la poesía, el hombre en sociedad, sus injusticias, sus esperanzas. Ahí empecé a componer mis canciones mientras trabajé como ayudante de mecánico, ferretero pero yo lo único que tenía en la mano era la guitarra. Era lo único que siempre tenía y ahí vino la decisión: llueva, truene, caigan rayos, vengan locos, lo que sea, yo voy a seguir cantando hasta el último día. Ahí aprendí a sobrevolar la falta de dinero, la falta de un sueldo, la falta de tener una estabilidad económica, la jubilación. La música que hago es como mi sangre, que no se puede catalogar mucho ¿no?, entonces no tiene precio, el precio se lo pongo yo cuando puedo y bueno, me lancé a dedicarme enteramente.
LA GUITARRA Y UN BOLSO
Luego se fue de gira con sus canciones y Nelson Ávalos por Neuquén, había peñas en toda la región, algo que hoy para muchos tiene sabor a mito: "Lo que pasa es que Esquel es una ciudad que todavía, considero yo, que somos muy acomplejados de ser quienes somos. Tenemos una identidad bonita y aunque a muchos les pese es tierra de cantores, el tema es poder reconocerlo. Si se habla de hacedores y trabajadores de la música en la Patagonia todos miran para acá, porque acá estuvo Abelardo Epuyén y quedó como un embrujo de toda esa historia, pero todos miran para la cordillera de Chubut, yo lo he visto. Salvo Giménez Agüero que es de Santa Cruz y el Gato Osses, el resto es casi todos de por acá: Lito Gutiérrez, Luis Rosales, Chele Díaz, Tito Ledesma, Nelson Ávalos".
- ¿Te imaginás o pensaste que hubieses hecho si no tocabas la guitarra?
- Lo que pasa es que la música es intuitiva para mí. Ordeno las ideas y ordeno un acorde, la matemática, la armonía está en el aire, la vida es eso. Algo que está pasando, está sonando y es maravilloso, toda mi vida estuve acompañado por una guitarra armada. Estamos de acuerdo en eso con la guitarra, no hemos peleado todavía.
Luego llegó La Trochita y la segunda memoria, su memoria mapuche. Toca en los vagones desde 1997 y decidió contar también la historia de los pueblos originarios de Esquel, de su cultura y su propia historia. "Tenemos que luchar contra la desinformación de los medios nacionales. O sea, eso también es real y se ha recrudecido la violencia y el silenciamiento", explica Eduardo.
UN REVOLTIJO HECHO DE CUERDAS Y TENDONES
- ¿Cómo describirías tu sonido?
- Escucho música de cualquier género, pero mi sonido sale de adentro y de los dedos, sin pensar. Está la mente en blanco y están los dedos haciendo una música. Hago afinaciones medio raras, simplemente buscando sonido y si querés tocar Patagonia, no está dentro del 440, va por otra energía. No me gustan las armonías que pueda hacer, aplaudo a los otros pero no me nace a mí. Entonces lo que he hecho fue desarreglar la guitarra, salir del confort. Por ejemplo "Piedra voz", que está dedicada a los ecos de los cerros cuando yo era niño. Recuerdo que gritaba de la loma y rebotaba y yo imaginaba que había gente adentro de los cerros, o tirando piedras desde arriba y escuchar como rebotan, todo ese movimiento tiene sonido. Ahí encontré una armonía que me fascinó. Nadie me lo explicó, es como cuando me invitaron a hacer el "conjunto". Cuando me encontré con mi cultura, me atajaron mis canciones, que yo mismo pude fabricar y llegué a todo intuitivamente. Mirando un camaruco llegué a una afinación de do mayor con todas las cuerdas desalojadas y luego descubrí que mi abuelo participaba de camarucos, todo lo veo desde la música y encontré también ese estado espiritual con la música.
Para Eduardo La Trochita se convirtió en una fuente laboral, en un autorreconocimiento y en un espacio para vivir dentro de su propio elemento, la guitarra: "Yo con la guitarra sé lo que tengo que hacer, la misma canción habla. Después trato de orientar a quienes se suben al tren en ese estado espiritual y lugareño con música de aquí, mía y de otros. Si alguien pregunta, puedo responder y con mi música valgo por lo que soy. Ese es el resumen de toda búsqueda en la vida".