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7 de Diciembre de 2025

“Transformar el dolor en belleza”: la historia de Sergio Loiotile y la luthería ético-ambiental en la Comarca Andina

Un oficio antiguo, una escuela nacida del bosque y un sueño que se multiplica: la luthería ético-ambiental como camino de sanación, arte y comunidad.

Sabado, 06 de diciembre de 2025 a las 08:55

La música tiene la capacidad de atravesar lo que a veces la palabra no puede nombrar. Y cuando esa música nace del bosque, de los troncos que viajaron por el agua o de un árbol caído que vuelve a vibrar, la historia se vuelve todavía más profunda. Así comienza esta nueva charla del ciclo de entrevistas de Info Cordillera, un espacio que busca humanizar, escuchar y contar historias de vida de la Comarca Andina. En este caso, el disparador es una nueva capacitación en Luthería Ético-Ambiental, un proyecto que desde hace años impulsa Sergio Loiotile, luthier, docente y artesano de Mallín Ahogado.

Cuando llega a la entrevista, Sergio saluda con su calma habitual y con ese modo pausado de quien lleva décadas escuchando al bosque. “Nací en Buenos Aires, en los años 70, y estoy en la comarca desde hace 23 años”, dice casi como un formalismo que no termina de capturar la historia detrás. Porque su vínculo con El Bolsón viene de mucho antes, desde su adolescencia.

“Desde los 17 salía de mochilero y siempre terminaba acá —cuenta—. A veces viajaba a Mendoza, cruzaba a Chile, volvía por la Patagonia… y terminaba en El Bolsón. O me iba al norte, pero extrañaba el bosque, las aguas limpias, ese verde, y volvía. Necesitaba pasar por Bolsón al menos una vez al año”. En ese gesto repetido fue encontrando un hogar, mucho antes de mudarse definitivamente.

 

Un sueño al costado de un arroyo

“Me instalé con el sueño de tener una casita al costado de un arroyo, en un bosque, y poder trabajar la madera”, recuerda. Ese sueño lo cumplió en Mallín Ahogado, donde vive rodeado de árboles, herramientas y un taller que hoy es una escuela.

Pero no todo fue idílico. Hubo un momento crucial que cambió su forma de trabajar: “Cuando empecé a construir instrumentos, sentí que yo también era parte de la depredación del bosque.”

Ese instante de conciencia lo llevó por otro camino. Comenzó a experimentar con maderas locales, recuperadas, muchas de ellas arrastradas por ríos o lagos. Descubrió, casi como un secreto de la naturaleza, que ese paso por el agua genera en la madera procesos acústicos excepcionales: un secado natural, una vibración particular, una historia incorporada.

Así nació la luthería ético-ambiental, una manera de trabajar que respeta los bosques, recupera lo que la naturaleza entrega y transforma el daño —como el que dejaron los incendios forestales— en belleza sonora.

“El hombre se transforma a través de la música”, afirma Sergio. Y agrega una frase que lo define con simpleza y profundidad: “Será lo escorpiano que soy, eso de transformar el dolor en belleza”.

 

El oficio, el maestro y el árbol que vibra

Antes de ser luthier, Sergio ya trabajaba con la madera. “Con mi padre hacía de todo: herrería, carpintería…”, recuerda. Pero el instrumento llegó por otro lado: el violonchelo. Estudiando fue que un maestro le cambió la vida. “En la primera clase lo agarré con miedo y me retó. Me dijo: ‘Eso fue un árbol, ahí había nidos, y un artesano lo hizo para que vos hagas algo bello’. Me rompió la cabeza”.

Ese maestro se llamaba Troncoso —un apellido casi simbólico— y estudiaba en el Conservatorio de San Martín. Fue él quien le habló de un luthier anciano que enseñaba gratis en San Cristóbal: Franco Ponzo, quien terminó siendo su maestro profundo, el que le transmitió el oficio sin retener nada.

Ese gesto de generosidad marcó para siempre la idea de escuela que Sergio sostiene hoy: gratuidad, comunidad, acceso, devolución.

 

El taller que creció con la gente

La historia de Sergio como docente empezó en 2008, en el Centro Cultural Galeano. Después siguió en el centro comunitario de Mallín Ahogado. “Cargaba las herramientas en el auto y me iba a dar clases. Venían adolescentes a hacerse sus guitarras eléctricas. Después los veías tocar en vivo con sus propios instrumentos… Era hermoso”.

Con el tiempo, decenas —quizás centenas— de personas pasaron por sus talleres. Algunos hoy son docentes de la Escuela 814. Otros construyeron sus primeros instrumentos con él y siguen en ese camino. Sergio no lo dice para agrandarse, pero se nota en su tono que esos procesos lo llenan de orgullo: “Mucha gente ha construido instrumentos conmigo, acompañados por mí. Si pienso en todos los que hice y los que hicieron mis alumnos… son muchísimos”.

 

El alerce, el tesoro silencioso

Cuando se le pregunta si tiene una madera favorita, se ríe: “No debería decirlo porque la cuido y está en peligro de extinción”. Pero la dice igual: el alerce.

Sus razones son técnicas y poéticas a la vez: densidad de vetas, transmisión de sonido, nobleza. Aunque aclara: “Siempre hay que hablar del estado de la madera. Un alerce verde no funciona. Pero un alerce que estuvo sumergido, que viajó por los lagos… es otra cosa”.

Una de las historias más fuertes es la de los alerces del Turbio. “Había una laguna de altura que desbordó y abajo había un bosque de alerces. Todavía están bajando por el agua. A veces el lago los arrima a la costa y podemos recuperarlos, siempre con permiso del Parque Nacional”.

Son maderas únicas: árboles centenarios que vuelven a sonar, literalmente.

 

La emoción de ver nacer nuevos sueños

Cuando se aproxima una nueva cohorte de la escuela de luthería, algo se mueve también adentro de Sergio. Dice que se siente “un realizador de sueños”. Y la frase no suena soberbia: su mirada lo confirma.

“Uno de mis sueños era vivir donde vivo y hacer lo que hago. Y el otro era tener una escuela de luthería gratuita, como aprendí yo.”

Por eso, cada vez que llega un estudiante nuevo, temeroso, con las manos que no se animan a tocar la madera o a sostener un instrumento, Sergio recuerda aquel violonchelo que él también agarraba con miedo. Y sonríe: “Es maravilloso. Simplemente maravilloso”.

Lo que comparte no es solo un oficio. Es una filosofía: soñar, avanzar paso a paso, perseguir la utopía, aunque se corra siempre un poco. Como decía Galeano: el horizonte se aleja, pero sirve para caminar.

Sergio lo dice así: “La vida es una sola. Tenemos que hacer todo lo que podamos que sea generoso, productivo, compartido, sin hacerle daño a nadie y cuidando el ambiente.”

Su proyecto encarna esa idea. La música como puente, la madera como memoria, el bosque como maestro, la comunidad como sentido.

Porque, al final, de eso se trata la luthería ético-ambiental: darle voz a un árbol que ya no está vivo pero todavía puede cantar. Transformar el dolor en belleza. Construir algo que sea para todos.