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23 de Junio de 2025

"Yo crecí con el silbato del tren": la historia de Don Ángel Curriñanco, memoria viva de El Maitén

Criado desde recién nacido en una casa sencilla junto al río, donde antes no había luz, ni radio, ni caminos, Don Ángel Curriñanco guarda el pulso de un pueblo que nació con el ferrocarril. Su vida es testimonio de los días en que El Maitén era apenas un puñado de casas de adobe y leña traída en carros.

Sabado, 14 de junio de 2025 a las 12:01

A veces, para entender un lugar, hace falta escuchar la voz de quienes lo vieron nacer. En esta nueva entrega del ciclo de entrevistas de Info Cordillera, llegamos hasta El Maitén, al corazón de la Comarca Andina, para encontrarnos con Ángel Curriñanco, un viejo poblador que guarda en la memoria los días en que este rincón patagónico era apenas un puñado de casas desperdigadas al borde de las vías de La Trochita

Sentado junto a su esposa, Rita, en su casa construida con sus propias manos, Don Ángel rememora con claridad asombrosa las primeras décadas de vida en un pueblo que no tenía ni luz ni caminos, pero sí una identidad forjada con esfuerzo, solidaridad y trabajo.

 

De Mamuel Choique a El Maitén: el viaje de una vida

Don Ángel no nació en El Maitén, sino en Manuel Choque, Río Negro. Llegó con apenas un año de vida junto a su padre, un ferroviario que vino a trabajar en el mantenimiento de las vías. “Mi papá trabajaba en Vías y Obras. Hacía mantenimiento en la línea. Era ferroviario de alma”, cuenta con orgullo.

La familia se asentó en la costa del río, al lado del actual Club El Maitén. “Mi papá hizo una casita de adobe con chapas de cartón. El piso era de tierra. Todo lo hicimos a pulmón, porque acá no había nada. No había luz, ni radio, ni televisión, ni teléfono. Nada. Solo una radio a pila, chiquita, con la que escuchábamos Radio Nacional Esquel. Se escuchaba clarito en ese tiempo, porque no había interferencias.”

 

Infancia de nieve, leña y trabajo

Los inviernos eran duros. “La nieve nos llegaba hasta las rodillas. Mi papá compraba leña y la traían en carros desde El Coy o Buenos Aires Chico. Con eso calefaccionábamos la casa con una estufa a leña”, recuerda.

A los nueve años, Ángel ya entendía lo que era ganarse la vida. “Mis viejos querían que aprenda a hacer plata. Entonces, una familia de acá, los González, me tomaron para trabajar en su quinta. Yo regaba las verduras y después salía a venderlas en canastos por todo el Maitén. Me pagaban con unas moneditas que yo guardaba en un tarro, y con eso, después de tres meses, me compré una camisa blanca de labilito. Me sentí un señor. Esa camisa nunca la olvidé.”

 

El mecánico rural que encendió la luz del pueblo

La vida siguió con mucho trabajo y pocas comodidades. A los 17 años, Don Ángel hizo un curso de mecánico rural en la Escuela Misión Monotécnica N°38. “Era una escuela técnica nacional que tenía de todo: tornería, herrería, hojalatería, mecánica. Eso me abrió las puertas para entrar a trabajar en la Cooperativa de Luz y Fuerza en 1975, como maquinista.”

En ese tiempo, El Maitén apenas tenía 70 medidores de luz. “El pueblo recién se estaba armando. El ferrocarril tenía su propio grupo electrógeno para abastecer a sus casas, al taller y a la enfermería. Nosotros, desde la cooperativa, dábamos luz de 6 de la tarde a 12 de la noche. Después, todo quedaba a oscuras. Yo más de una vez volví a casa con linterna.”

 

El amor también llegó

A su lado, Rita, su esposa, lo escucha con una sonrisa cómplice. Se conocieron en Cholila, donde la familia de ella tenía un negocio grande, un almacén de ramos generales. “Ella es alemana, igual que su papá. Nos casamos en 1996, cuando yo ya tenía casi 40 años. Ellos querían que yo me mude a Cholila y deje la cooperativa, pero yo llevaba 25 años ahí. No podía renunciar. Así que la traje para El Maitén. Y nunca me lo reprochó.”

Don Ángel y Rita levantaron su casa donde antes solo había matas de calafate. “Esto era todo campo pelado. No había ni una calle. Solo alambre y viento. Nosotros hicimos todo.”

 

El Maitén que fue… y el que se va apagando

Hoy, con más de siete décadas de vida en el lomo, Don Ángel observa con dolor el presente del pueblo que tanto ama. “El Maitén no tiene vida propia. No hay producción como en El Bolsón o en Cholila. Acá todo nació con el ferrocarril. Y hoy la mayoría de la gente es jubilada. Los jóvenes no tienen dónde trabajar. Se van. No hay futuro.”

Sus palabras no buscan generar lástima, sino dejar constancia. “Yo me pude quedar porque tuve trabajo en la cooperativa. Si no, también me hubiera ido. Hoy el Maitén se está quedando vacío. Va a ser un pueblo de jubilados.”

 

Filosofía simple, sabiduría profunda

Le preguntamos si esta realidad lo angustia. “Sí, a mí sí. Pero es lo que le toca vivir al Maitén. Yo no fui ambicioso nunca. Con tener para comer y vivir tranquilo, me basta. Nosotros somos como los pajaritos: si se nos cortan las alas, se termina todo.”

Don Ángel cree en Dios, aunque desconfía de quienes usan la religión como bandera. “Las religiones son humanas. Fallan. Van a la iglesia, pero después hacen otra cosa. Yo creo en Dios, pero vivo con lo justo y haciendo lo correcto.”

 

 Una historia que merece ser contada

La historia de Ángel Curriñanco es la historia de muchas familias que forjaron con esfuerzo los pueblos de la Patagonia. Es también un testimonio vivo de cómo se levantó, con adobe, leña y coraje, el Maitén de ayer.

Agradecemos a Don Ángel y a Rita por abrirnos las puertas de su casa y de su memoria. Prometemos volver, porque contar estas historias no solo es un deber periodístico: es también un acto de justicia.