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23 de Noviembre de 2025

Jesús “Jesuli”, el payaso del semáforo que eligió alegrar El Bolsón

Un artista callejero que encontró en la montaña un hogar, en la calle un escenario y en cada sonrisa un motor para seguir.

Sabado, 22 de noviembre de 2025 a las 08:59

En el corazón de El Bolsón, donde la Avenida San Martín late con la mezcla diaria de autos, vecinos, turistas, feriantes y bicicletas que cruzan como flechas entre semáforos, aparece su figura. Un banquito gastado, un minuto de malabares y una nariz roja que, aun desde lejos, parece resistir el viento, la lluvia y la nieve. Todos lo conocen. No hace falta presentarlo. Pero él, de pie sobre la línea blanca, responde con una sonrisa tímida: “Mi nombre es Jesús. Pero como payaso, soy Jesuli”.

Jesús Cuevas llegó desde Ezeiza hace dos años. Viajó con su familia rumbo a Bariloche, sin imaginar que sería El Bolsón el lugar que terminaría atrapándolo. “No conocía. Íbamos a Bariloche… y después vinimos para acá. Conocimos, y nos quedamos”, recuerda, mientras con una mano acomoda una de las pelotas naranjas con las que minutos después hará piruetas en el aire para quien se frene a mirarlo.

Se instaló con sus dos hijos y con la mamá de ellos. En ese entonces buscaba, como tantos, un lugar donde empezar de nuevo. Lo encontró en este valle verde, donde la calle —esa misma calle que para otros es rutina o tránsito— se transformó en su escenario cotidiano.

 

Un oficio elegido con el cuerpo y el alma

Jesús habla con la serenidad de quien ya entendió que su oficio no es solamente hacer malabares. Es acompañar a la gente en un momento mínimo pero decisivo del día: un minuto de semáforo. “La gente viene con sus problemas en el auto y hay que tratar de sacarla de ahí. Es un segundo. A veces para uno se hace eterno, pero es el desafío: un mini espectáculo en un minuto”, explica.

Para él, esta profesión es también una lección. Una forma de vida. “Es meterle todos los días, mucha práctica. Alimentarse bien también, porque es un deporte”, dice, y se seca la frente, transpirada incluso en las mañanas frías.

Pero su vida no es solo arte callejero. También trabaja en construcción, maneja máquinas, hace “de todo”. La diferencia es que en el semáforo encontró un espacio que no está hecho solo de esfuerzo físico, sino también de un vínculo emocional con la gente.

 

Los vientos, los golpes y el humor social

El semáforo no siempre es amable. El clima tampoco. Quien vive en la Comarca lo sabe: una ráfaga de viento puede caer como un puñetazo del cielo, y Jesús lo confirma: “He cambiado ya varios bancos porque se me vuelan. Se van rompiendo poco a poco”, cuenta entre risas.

Pero más que el clima, es la gente la que marca el ritmo de su día. “Soy un termómetro del humor de la gente”, reconoce. Hay días en los que recibe miradas cansadas, ventanillas cerradas, ceños fruncidos. Días en los que la Comarca viene con sus preocupaciones a flor de piel. Y días diferentes. Días en los que alguien baja la ventana solo para decirle gracias.

Y claro, también está la mala onda. “Una vez me tiraron un huevo podrido. Yo agarro todo lo que me dan… y me tiraron un huevo podrido, imaginate”, recuerda, riéndose de una anécdota que, sin embargo, podría derribarle el ánimo a cualquiera. Pero él elige otro camino: “La onda es no engancharse en esa mala energía. Si te enganchás, te sigue”.

 

Generosidad, comunidad y familia

A pesar de ese tipo de episodios, Jesús repite una frase con énfasis, como quien quiere que quede grabada: “Acá en El Bolsón hay mucha generosidad”. Y enumera: ropa, comida caliente, billetes que aparecen sin que él espere, gente que lo reconoce aunque no lo haya visto nunca sin maquillaje. “Me han dado bastante plata… es importante”, dice sin vergüenza, con la sinceridad del que vive de aquello que es, literalmente, fruto del día.

Cada tanto, además, lo llaman para animar fiestas. Ahí ya no es Jesús: ahí es Jesuli en su máxima potencia. Y no está solo. Su hijo más chico lo acompaña, se disfraza, participa. “Ellos se enganchan siempre”, dice orgulloso, como quien sabe que el oficio también se hereda por contagio, por juego, por amor.

 

El arte que nace de un lugar abandonado

Su historia con los malabares empezó lejos de las montañas. En Ezeiza, con amigos. “Nos juntamos en un lugar que estaba abandonado. Le dimos vida. Dimos talleres, hicimos varieté, donde mucha gente hacía espectáculos”. Ese espacio que un día estuvo vacío se convirtió en escuela, en comunidad y en el punto de partida de un camino que, sin que lo supiera entonces, lo traería hasta la Patagonia.

A veces, cuando el tráfico disminuye y el semáforo tarda en cambiar, Jesús recuerda esos años. Porque, aunque ahora su escenario sea el asfalto, el espíritu es el mismo: crear vida donde antes no la había.

 

Un alias en la era digital

La modernidad también llegó al semáforo. “Soy un artista callejero actualizado 2.0”, dice entre carcajadas. Y sí: ya casi nadie se sorprende al ver el tarjetero colgado de su banquito con un alias de Mercado Pago que dice payaso.nariz.

“Para que envíen ahí las 24 horas, los 365 días del año”, anuncia con humor. Y, por supuesto, “si es los 365 días… mejor”, agrega.

En redes sociales también se lo puede encontrar: jesulidamiancuevas. El nombre largo, la sonrisa corta, la paciencia infinita.

 

La emoción que sostiene todo

Cerca del final de la charla, cuando el semáforo empieza a parpadear en verde y los autos se alinean para seguir su ruta, le pregunto por el momento más emocionante que vivió en su trabajo. No duda ni un segundo.

“Cuando un chico sonríe… ahí. Eso es lo mejor”.

Se detiene. Suspira. Y sonríe él también.

El semáforo cambia. Es hora de trabajar. Levanta el banquito, acomoda los mangos naranjas y se despide: “Vamos arriba”. Y sí. A veces, detrás de una nariz roja, hay una historia que te cambia el día. Y a veces, incluso, te cambia algo más profundo