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19 de Octubre de 2025

Las montañas del alma: la vida de Gabriel Rapoport, el guardián del Turbio

Desde la Comarca Andina, el guía de montaña Gabriel Rapoport revive la memoria de Huella Andina y la esencia del río Turbio, donde la naturaleza respira historia y aventura en un marco de naturaleza prístina.

Sabado, 18 de octubre de 2025 a las 08:14

Hablar de Gabriel Rapoport es hablar del montañismo en la Patagonia. Él Pertenece a esa raza de personas por la que por las les corre un profundo amor y pasión por los rincones más recónditos de nuestras montañas. Si bien ha participado de innumerables expediciones, actualmente es un reconocido vecino de la Comarca Andina y desde hace ya varios años impulsa las actividades en un sitio quizás más conocido en el exterior que en nuestro propio país, hablamos de la zona de las nacientes del río Turbio, en la provincia del Chubut.

El viento baja suave desde los cerros y atraviesa las calles tranquilas de El Hoyo, trayendo consigo ese aroma a tierra húmeda y leña encendida que marca el ritmo de la Comarca Andina. En un rincón del pueblo, Gabriel Rapoport nos espera. Su mirada es calma, y su voz tiene el tono sereno de quien aprendió a escuchar el lenguaje de la montaña. “Acá todo tiene su tiempo —dice apenas empieza la charla—. El bosque, el agua, la gente. La montaña no apura a nadie”.

La entrevista ocurre con la imagen del cerro Plataforma de fondo y las pausas largas que Rapoport deja entre cada frase lo llevan a uno a viajar con el pensamiento. Hablar con él es entrar en otro ritmo, donde las palabras parecen caminar al compás del viento. “Trabajé muchos años con Huella Andina —recuerda—. Fue una experiencia hermosa, porque nos permitió volver a mirar los caminos que ya estaban antes de nosotros. Son senderos que nacieron con los pueblos originarios, con los primeros pobladores. Caminos que guardan memoria”.

Huella Andina, explica, fue pensada como una red que conecta la historia, la geografía y la identidad de los pueblos de la cordillera. En la provincia de Chubut, atraviesa lugares como el río Azul, El Desemboque, Patriada, Epuyén y Cholila. Pero su corazón, dice, siempre lo llevó más al sur, hacia el río Turbio, ese territorio escondido donde los Andes se vuelven imponentes y el silencio tiene peso. “El fondo del Turbio es de una belleza que no se puede explicar —cuenta—. Paredes de granito de más de 700 metros, un lugar más conocido afuera que entre nosotros. Es difícil llegar, y quizás por eso se conserva como se conserva”.

Rapoport conoce cada curva del camino, cada paso del valle. Junto a otros montañeses, construyó refugios y senderos para que el Turbio pudiera ser visitado sin ser dañado. “Abrir caminos no es llenar de gente —aclara—. Es hacerlo con respeto. Nosotros armamos refugios en los 80, con baños en un solo lugar, fuego controlado y mínimo impacto. Es una manera de convivir con la montaña sin romper su equilibrio”.

En su relato se mezclan la pasión y la advertencia. “Hay que tener mucho cuidado con lo que se muestra. La montaña no es un parque de diversiones. Es un espacio vivo. Si no se la escucha, se defiende sola”. Habla del incendio que arrasó una parte del valle, del accidente aéreo en el cerro Plataforma, y de cómo la naturaleza, poco a poco, va recuperando su pulso. “Cuando sacamos los animales salvajes, el bosque empezó a renacer. Volvieron los pájaros, los animales nativos. Eso te enseña más que cualquier libro”.

Gabriel no tiene redes sociales ni busca reconocimiento. Vive en la Comarca Andina desde hace décadas, y su nombre circula de boca en boca entre quienes practican trekking, escalada o esquí de montaña. “No soy de las redes, no me sale —confiesa sonriendo—. Nunca me gustó eso de mostrarse. En la montaña no hay público. Si mentís, te lo hace saber enseguida”.

Su vínculo con la montaña es casi espiritual. En cada palabra, se adivina una forma de respeto que roza lo sagrado. “Allá arriba todo se acomoda —dice—. Si vas con soberbia, la montaña te baja. Si vas con humildad, te enseña”. Lo escucha uno y parece entender que el oficio de guía, para él, no tiene que ver con liderar sino con acompañar. “Ser guía no es ir adelante. Es cuidar que todos vuelvan con el corazón lleno y la cabeza más clara”.

Antes de despedirnos, Rapoport se queda mirando hacia el oeste, como quien conversa con algo que no necesita palabras. “Tenemos una joya, ¿sabés? —dice en voz baja—. Una joya que todavía no muchos conocen. Y ojalá sepamos cuidarla antes de querer mostrarla”.

El rumor del viento llega desde lejos, y su voz se mezcla con él. Hay algo profundamente humano en ese modo de estar: sencillo, atento, sin pretensiones. Porque Gabriel Rapoport no solo guía por los senderos de la montaña. También enseña —sin decirlo— a escuchar los silencios de la Patagonia.