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25 de Junio de 2025

Pablo de la Fuente: Una mente, cuerpo y espíritu de montaña

Pablo de la Fuente es guía de montaña. Hizo doce expediciones al Aconcagua, conoce la cordillera entre Chubut y Chile como pocos y no se llena: "Sigo porfiando con El Chaltén". Incansable aprendiz de todo lo que la rodea, su clave ha sido aprender a escuchar la naturaleza de los cerros y la de su propio cuerpo-mente, la cumbre es el objetivo, pero su verdadero desafío es ir siempre por una nueva aventura, y allá queda la cumbre cuando no se puede.

Domingo, 06 de abril de 2025 a las 06:00

Pablo de la Fuente es un montañista de pura cepa, un “festejante de la montaña” al que si bien tiene como objetivo la cumbre, lo atrae el desafío. Horas bajo cero, “nutrirse en equipo”, dejar a la montaña que te atraviese y descubrirla: “ese cuadradito que tiene ríos, glaciares” y que te vuelve una protuberancia pequeña en la sombra que te regala al amanecer en sus pendientes. Un guía experimentado que aprendió de los límites físicos con la fortaleza de la mente, al que los equipos le son funcionales y que acompaña en el camino, la foto es lo de menos: la cumbre es la experiencia. Con todos los cerros de la cordillera entre Chubut y Chile recorridos y doce expediciones al Aconcagua, él no se colma de aventuras: “Sigo porfiando con la zona de El Chaltén”, confiesa.

Vino a Esquel a sus cinco años con su familia en los años 70, por el trabajo de su padre en la construcción de la Hidroeléctrica Futaleufú. Con la promesa de la “bonanza idílica” primero llegaron con su hermano y su padre y su mamá venía en los vuelos de Transporte Aéreo Militar los primeros meses hasta que se instalaron definitivamente cuando consiguieron una casa. “Veníamos de La Pampa, jugábamos mucho al aire libre y por el calor usábamos poca ropa y andábamos en patas. Cuando llegamos acá el clima era otro pero seguimos jugando en los galpones y baldíos de frutales, me gustaba salvajear y creo que de ahí me vino la cuestión de andar en la montaña. Teníamos que ir a la escuela que no se suspendía ni a palos, nevara, lloviera, una delicia. Para llegar a la Escuela 8 tenías que pasar unas lomas previas y mi atención estaba en eso más que en la escuela así que mi mamá nos anotó en unas escuelas previas a los “Copitos”, que te preparaban para ir a la montaña”.

Subir a esquiar no era para todos y continúa siendo limitado su acceso por los altos costos y la falta de políticas de promoción del deporte en la montaña: “Mis papás no podían financiar el esquí así que nos mandaban a las de verano, recorríamos la cascada, subíamos la Capilla del Ceferino, que todavía era campo y no estaba el bosque introducido de pinos en los alrededores de Esquel. Salíamos con el Club Andino también al Cañadón de los Bandidos, hacíamos salidas diurnas”. A los 14 años conoció al Quelo Arriola – andinista histórico de la ciudad – quien por entonces estaba buscando junto a otros montañistas las cataratas de Vodudahue: “Esa hazaña marcó un punto de inflexión para mucha gente, de fantasear y explorar. Para él era cuestión de armar la mochila y salir”, recuerda Pablo.

De a poco fue conociendo las “responsabilidades” de la montaña, los trámites para pedir los permisos para subir a los refugios, para pasar por los campos: “el paisaje tiene dueños”, sentencia. “Con el Quelo aprendimos a caminar con pausas, a prestar atención a los puntos cardinales, por ejemplo aprendimos que “la barba de viejo” que sale en los árboles indica la salida del sol. Su coloración dice algo, el largo indica otra cosa y todo eso nos lo explicaba con una didáctica increíble. Yo alucinaba porque todo tenía un por qué. Ahí se sumó por ejemplo Mario Boccos que era más técnico y de escalada, pero teníamos la misma filosofía, nunca más dejé de subir a la montaña”.

UN MENTOR, PARA ENTENDER QUE NO SÓLO SE TRATA DE LA CUMBRE

No sólo Quelo marcó la filosofía de pablo sino también Pablo Castiarena -otro experimentado guía de montaña de Esquel-: “Él a mí como a muchos me marcó con todos sus conocimientos. Tenía una mística muy grande, se había ido a la India y nos mostraba las fotos. De él aprendí que la montaña es como una maestra generosa que te evalúa y te pone a prueba. Si vos no llegas no es culpa de la montaña, hay que seguir la propia intuición. Si no te sentís bien, si no te parece subir con determinada gente, eso va apareciendo”.

Pablo opina que hoy con los tiempos de la “virtualidad”, cambió mucho la filosofía “el tema de exponer o de llegar para exponer, de mirá con quién estoy o dónde estoy, es una postura que ignora por completo el verdadero tema y ese es la montaña, en ese sentido lo comercial me separa y el aprendizaje me lo marcaron los tiempos compartidos con Castiarena o Arriola”.

TRABAJAR EN LA MONTAÑA

Pasaron varias experiencias por la región. “Ya con la mayoría de edad, mis padres no tenían excusas para dejarme salir. Me las arreglaba y me juntaba unos mangos para los equipos, salía a dedo para el Chaltén, el Frey en Bariloche. Empecé a comunicarme con los dueños de las estancias para poder pasar, llegaban muchos extranjeros a la terminal vieja para hacer trekking y ahí empecé a abrir la cabeza y conocer otros equipamientos también”. Cuando se certificó como Guía de Montaña empezó a buscar otros “ecosistemas” y otras oportunidades laborales: “Mi primer trabajo fue con Alejandro Byrne que puso una empresa de turismo outdoor y hacía los trekkings del Parque Nacional como el Alto El Petizo, o El Riscoso y se podían quedar en los campings libres de entonces”. Pablo conoció rápidamente la región y cuando salí para el lado de laguna Trafipan – ahora Monte Bianco – se cruzaba con los carreros de Alto Río Percy que todavía tenían mucha actividad: “Cortaba camino con algunos de los madereros también por ir desde Laguna Trafipán, pasar por Laguna Larga y ahí llegaba al Camping Maitenal, me instalaba en el Camping Maitenal. Panfleteaba ahí en la estación de servicio que había frente a la Intendencia, y siempre salía guiando desde ahí al Alto El Dedal”.

Se conoció toda la cordillera chubutense y no se cansó de subir y bajar como porteador: “Llevaba insumos al refugio del Frey, o cargamentos y en los tiempos libres escalaba y mantenía el estado físico”. En los años 90 Parques Nacionales dejó de habilitar guías de montaña propios y tuve que rendir equivalencias en Bariloche y lograr la matrícula nacional.

Ahí se me cambió un poco el plan porque tenés que tributar, la carga laboral empieza a tener otra responsabilidad y empecé a guiar en Salta, Jujuy, El Calafate, El Chaltén, que era muy incipiente y con poquitas casas”. En el medio de las temporadas se dedicaba a hacer taller de esquí, guía con raquetas en Esquel hasta que llegó la oportunidad de trabajar en el Aconcagua. Las estadías en un Área Natural Protegida son de 15 días por ende Pablo debía entrar y salir para acompañar a la enorme cantidad de turistas y montañistas que suben año a año el cerro mendocino: “Para mi fue impresionante porque fui por primera vez con el Andino siendo el más joven del equipo y ahora lo llegué a subir doce veces".

UNA FILOSOFÍA DE VIDA

Entre esquíes, álbumes de fotos, VHS, y cuadernos con anotaciones, para Pablo la montaña es un estilo de vida que va más allá de las hazañas y se trata de prestar atención a la montaña: “En ella tenés todo...” y es que sin su mentor no lo hubiese conseguido y así intentó profesarlo en las personas a las que le tocó guiar. Sin embargo el mundo comercial en la montaña ha traído trajo también el mundo de las redes sociales: “Es invasivo. Nos corresponde un algoritmo para cada personalidad y si no ocupás el lugar, lo ocupa otro con seguidores que lo hacen exitoso. No importan las horas en la montaña y empieza a generarse la situación de que hay muchos guías con nivel técnico pero falta lo psicológico. Por eso es importante el examen porque permite evitar problemas que van a detonar en la montaña y tener un mentor porque te transmite los valores de la montaña. No se trata de replicar sólo lo que se ve en las redes sociales, de poner una banderita. Hay que formarse, ”.

- ¿Cuál es el objetivo de un guía de montaña? ¿es hacerte subir la montaña? ¿es llegar a la cima? ¿es aprender?

- El guía de montaña debería ser el fusible entre alguien que quiere hacer algo con seguridad y no se anima solo y su objetivo. Si el guía se convierte en la estrella de que subiste gracias a él... es medio raro, porque el concepto es que la experiencia sea grata y es difícil por el interés comercial que se genera con eso del estrellato del guía o la gente que va otro lo hizo y quiere hacer lo mismo porque piensa que se trata de pagar y hacerlo. Eso lo ví mucho en extranjeros. Antes tenías una relación previa, aunque sea desde un locutorio empezábamos a hablar, había una reciprocidad y por ahí éramos 14 personas durmiendo en las carpas y esa es una convivencia muy íntima que necesita su preparación. Hoy son tantos los que pasan que por ahí te enterás subiendo que tienen problemas de ágorafobia o se inyectaban dexametasona para tener otro ritmo y eso lo trae lo comercial. Se necesita confianza mutua y muchas veces lo comercial va contra todos esos valores”.

DE LOS PIES A LA CUMBRE, LA MONTAÑA ES UNA SOLA

Aunque atento a los signos de la naturaleza, los tiempos del cuerpo, la confianza y reciprocidad y la importancia del placer a la hora de subir una montaña, Pablo hizo cumbre en el Aconcagua dos veces por recreación, y de las 12 expediciones que hizo, hicieron cumbre otras siete veces: “Para la 13 expedición quiero ir con amigos. El 13 es un número que me trata bien y me encantaría hacerlo desde Esquel porque es impresionante. Tenés que ir en avión y sino por tierra hasta llegar al Aconcagua y después a la inversa, es como rebobinar en VHS. Vas con muchas expectativas y dudas y a la vuelta es como que resolviste la ecuación”.

- ¿Cuáles te acordás especialmente subidas de montaña?

- La primera vez que subieron Guille Glass y Martín Grech fue grandiosa porque los chicos sacaron un permiso con escribano porque el Aconcagua todavía no era de un Parque Nacional y no tenía guardaparque formal. Yo valoro especialmente la confianza tanto de los padres como de los que suben, de ir con Guille y Martín y después con Lucas Ruiz, todos ellos entre 16 y 20 años y yo unos pocos más.

- ¿Es un valor importante la confianza como montañista?

- Sí, por eso para mí la más importante que subí es el Aconcagua. Me han invitado a lugares como Nepal, pero entre el dinero que se requiere y el uso que se le da no me gusta.

- ¿Por qué?

- Para llegar tenés que ir directamente en helicóptero al campo base. Si vas caminando hay que tener muchos recursos económicos para la aproximación. Subir más alto nunca fue lo que me atrajo. A mi em atrae el desafío: ver tal montaña y su nombre y saber que la voy a subir, ahí aparece la aventura, a lo mejor no es la cumbre, por ahí abajo te encontrás un gran río y hacés kayak, balsa, rafting. La montaña te abre un abanico de posibilidades además de la cumbre, como caminar con raquetas en un bosque, esquiar o ver un pueblo que vive todo el año en cierto lugar. Todas las experiencias por más duras que sean tienen un lado positivo.

Lo de él es ese “cuadradito y lo que contenga la montaña, agua, río, nieve, la gente que la habita, que va y que viene. Te topás a veces con temperaturas de 15 grados bajo cero que no dormís y estás arropado durante horas. Cuando llega el amanecer y salís ahí ves el sol y todo lo que ilumina alrededor. Las sombras de la montaña, enormes y en el caso del Aconcagua hasta el Pacífico y vos decís ´bueno en esas proyecciones estoy yo parado en la punta””.

Pablo sabe que la cumbre es el objetivo: “A veces estás cerca y no podés porque sabés que físicamente no hay resto y hay que bajar. Trabajar en equipo también es importante cuando lo hacés con personas y nos alimentamos bien, nos hidratamos, ayudamos, porque sabemos lo que queremos y el día de la cumbre es uno solo, así que nos nutrimos del trabajo en equipo. Ahí hay un aprendizaje muy grande”.

FESTEJANTE DE MONTAÑA

“Cuando era chico había una figura interesante que era el festejante de montaña, que no le interesa ser el escalador exitoso o la cumbre, ´guardátela porque no me interesa´. Pero el festejante de montaña es el que sabe ver las cuatro estaciones, hace un asado, baja un río, se hace una balsa de palo, hace la carpita, hace un rancho con ramas. Antes había una práctica muy linda que era hacerse el jarro de croto con una lata, hacías un alambre, te hacías un jarrito con una accesorio temporal, pero te hacías un fueguito, te tomabas unos mates, un tecito, apagabas bien y a seguir”.

Pablo dialoga con la montaña: “Con Quelo aprendimos a hacer un fuego chiquito, para un té, no hace falta tirar un árbol entero y dejar un hueco negro. Necesitás cuidar también la energía y por sobre todo la montaña. Hay gente que va a acampar y aunque le encanta, revienta todo porque piensa que es un derecho adquirido”.

El derecho es de la montaña, “no hay mucha maña. No se necesita más que paciencia y fuerza mental, dos o tres pulóveres de lana, un rompe vientos, un termo con agua caliente. Si sentís mucho frío, ya sabés, tenés que bajar”. Pero si la montaña no va a Pablo, Pablo va a volver siempre a la montaña.