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25 de Junio de 2025

Antú Paillacán: "Mi camino con la música es generar lazos y unir"

Su escuela de música fue viajar durante siete años. Cada vez que pisó un lugar nuevo se encontró con otro aprendizaje, conoció artistas de todo el país y de Latinomérica. Aprendió tocando con otros, "abriéndose munditos" en los que su hilo conductor fue la música. De vuelta en Esquel enseña y aprende, compone y comparte su mirada artística con lo social, lo comunitario, lo artístico, tejiendo redes con melodías.

Domingo, 10 de noviembre de 2024 a las 06:00

Antú Paillacán nació entre artistas y lo primero que recuerda sobre la música es pasarse tardes enteras escuchando cassettes en lo de su abuela Tina. De su madre dice que vino la música del mundo, de su padre la música de la Patagonia, y su camino ha transitado los ritmos afros, el jazz, la música nacional, el folklore, R&B, la música patagónica y el reggae. Viajar por Argentina fue su escuela de música y volvió para formarse como docente y participar de escenarios como solista e integrando bandas de Esquel. Antú hace música para encontrarse con otros: “Es como ese hilito que nos une, nos hace sentir bien y que somos iguales”.

 

MÚSICA PARA JUGAR

Su madre hacía música hasta que se dedicó a maternar y su papá, Eduardo Paillacán es un cantor patagónico referente de la cordillera. A sus tres años sus papás se separaron y volvieron con su mamá a lo de su abuela en el barrio San Martín: “Nuestra infancia fue re tranquila, jugando con un montón de chicos en la vereda, algo que hoy lo recuerdo como invaluable”.

- ¿Cuál es tu primer encuentro con la música?,

- En lo de mi abuela vivíamos varias personas, era como el refugio al que todos volvíamos. Cada uno tenía su biblioteca particular y sus cassettes, que era lo que se usaba, algunos grabados, otros originales pero de todos lados y los gustos. Y mi juego era agarrar cualquiera y ponerlo. Desde música clásica a tambores africanos y con algunos resonaba más y los volvía a escuchar.

- ¿Te acordás alguno en particular?

- No en particular pero cuando escuché tambores fue algo instantáneo, magnético. Ahí empecé a conectar con el ritmo y empecé a aprender de forma muy autodidacta. Lo que pasa cuando el arte esté tan naturalizado dentro de la familia, o sea, más allá de que había libros, por ejemplo tenía una tía que escribía y hacía poesía, tenía un tío que recitaba, tenía mi abuela que tocaba la guitarra, entonces era algo... la expresión artística y todo lo que tenía que ver con crear estaba en el ambiente así, natural. Entonces me acuerdo que yo quería estudiar piano, fue mi primer impulso cuando era chica, a los ocho, y te decían “bueno, no sé, fíjate ahí tenés el piano”. No es que me iban a llevar a tomar clases, porque era como “seguro podés”. Entonces fue como un camino bastante autodidacta y yo me acuerdo que una de las primeras cosas que hice fue intentar agarrar el piano y descifrar una partitura, pero de la nada, o sea, descifrarlo, mandarme, y empecé a entenderlo, empecé a descifrar una partitura como si fuera un misterio, un mensaje oculto, y logré entender. Entonces ahí dije, “ah, entonces yo puedo inventar” y después cuando me enteré que tal partitura era de Beethoven, y empecé a escuchar Beethoven, sentí “ah, no, pero ya está todo hecho”, fue mi primer bajón. Quería crear algo nuevo y me di cuenta que ya había tanto, tan zarpado, que te juro que fue mi primer bajón y ahí desistí de la partitura y el piano. Después a los once años agarré la guitarra y fue también muy rápido esto de aprender dos acordes y hacer un tema con dos acordes. Era como que ya tenía tanta data acumulada de escuchar, de leer, de conectarme también con cosas que yo sentía también, y así empecé a hacer unos temas, los tocaba, mis amigos se las sabían, empecé a sacar otros temas de otra gente, y así. Para mí la música siempre estuvo ligada a crear, es lo que yo tengo para compartir.

 

MÚSICA PARA CREAR

La mayor parte de su infancia y adolescencia fue junto a su mamá que recuerda que le transmitió mucho sobre el sentido de hacer música, de hacer arte. Cuando se encontraba con su papá “le bajaba línea” sobre la música patagónica y para ella era un desafío “no ser hija de”.

- ¿En qué sentido?

- Lo menciono porque es importante, porque no es fácil ser “hija de”. Imagínate en un pueblo también, es importante en el sentido de tu trayectoria y de dónde te encontrás vos con la música. A nivel musical admiro un montón lo que hace mi viejo, y claro es muy fuerte, es muy particular, pero bueno en mi caso se juntan un montón de cosas a nivel personal, a nivel afectivo, historias de vida. Siempre se lo voy a admirar, pero es muy loco porque yo jamás quise imitarlo, jamás quise seguir su camino, eso como que fue natural también. No es que yo digo “voy a hacer algo distinto”, yo realmente estuve conectada también con mis propios sentidos desde la música, entonces yo seguí ese caminito y de repente hacemos músicas distintas, lo único que no me gusta cuando dicen “sos hija de”, es que esperan que saque la guitarra y le mande música patagónica o que haga lo mismo. Es como... “che, somos diferentes”, entonces que se respetara eso, fue diferente la construcción de cada uno.

- ¿Cómo fue tu camino con la guitarra?

- Mi vieja me enseñó los primeros acordes, de mi viejo tengo de escuchar y escuchar, pero no nos hemos puesto a estudiar o a hacer algo juntos. En mi familia paterna, también todos músicos, mis tíos, mis tías o primas bailaban, mis tíos tocaban y era folclore, música más regional, siempre en la tierra, música muy de la tierra, latinoamericana. En la casa de mi abuela, de mi familia materna tenía más apertura al mundo con la música, los libros, y así fui encontrándome con esos mundos constantemente, todas las juntadas familiares había música. Así fue mi primer nido y a mis 16 años, ya tenía canciones acumuladas y no encontraba mi espacio como para seguir, para estudiar, para tocar la guitarra mejor. En ese momento no había talleres y había gente que estaba queriendo hacer cosas con un montón de ideas y una creatividad tremenda, y entonces yo en ese momento, en plena secundaria, full al palo, estrés, como un montón de cosas de la adolescencia y tantas emociones a flor de piel... En ese momento yo no vivía con mi vieja, vivía en la casa de mi abuela, mi vieja se había ido hacía varios años a Corcovado, por docencia, porque era un mejor trabajo y llegué a tener picos de estrés en la escuela, entonces tomé la decisión de irme a Corcovado un tiempo y terminar la secundaria allá.

 

MÚSICA PARA VIAJAR

Cuando llegó a Corcovado, casi al mismo tiempo se abrió una orquesta de vientos de bronce. Allí fue su primer estudio formal, con saxofón y partitura y su profesor, era un gendarme retirado. Además su mamá la contactó con un baterista, también recién llegado pero de Buenos Aires, y ahí comenzó a tomar clases de percusión.

- ¿Te mudaste a Corcovado pensando en estudiar?

- No, fue muy loco que todo eso se dio al mismo tiempo que yo llegaba allá. Me quedó algo muy hermoso a nivel personal, como esto de tomar decisiones cuando las sentís.... eso de mudarme a otro lugar me trajo un montón de cosas hermosas, de confiar en esos impulsos, fue mi primer aprendizaje. De pronto vivía en Corcovado, que si bien era un pueblo cercano, era totalmente distinto estudiando saxofón y percusión. En el medio los chicos, los compas, llegaban a la escuela en caballo, te hablaban cosas del campo, y de ahí yo me daba cuenta que me creía del pueblo, del campo, pero que eso no tenía nada que ver, no sabía nada, así que fue hermoso, fue hermoso esos dos años en Corcovado. Vivíamos con mi vieja y sembrábamos la tierra, teníamos huerta, se estaba construyendo su casa, así que para mí eso me gustó, eso de la sensación de lo nuevo, de cambiar de lugar y crecer en un montón de aspectos. Cuando terminé la secundaria, dije “me voy, quiero irme a estudiar música” y me fui a Córdoba, que tenía una amiga allá, fue todo también súper autogestivo, vendía con mi hermana, tejíamos, hacíamos feria ahí en la 25 de Mayo, y por otro lado mi único trabajo fuera de la música fue en Luma Libros. En ese momento era puerta a puerta, así que me recorrí todo Esquel, le golpeé la puerta a todo Esquel y vendí un montón de libros y conocí un montón de las realidades del pueblo, fue lindo. Y bueno ahí juntamos plata con mi hermana y nos fuimos a Córdoba. Llegué a mitad de año y no pude ingresar a una universidad, por lo que hice estudié en una escuela privada y en el medio me fui con mi hermana y una amiga a conocer Capilla del Monte. Una noche las tres nos miramos las caras con un fueguito en el medio, y nos dijimos, ¿vamos a viajar? Sí, vamos a viajar.

 

MÚSICA PARA VIVIR

Volvieron a Córdoba, armaron la valija y salieron a recorrer. Siete años viajando con su tambor y su guitarra, Antú se encontró, compartió y tocó con artistas de todas las culturas y músicas, principalmente de Latinoamérica. Llevaba también sus canciones para encontrarse con el sonido de cada provincia, de cada viajero de Uruguay, Chile, Paraguay, Brasil.

- ¿De entrada se embarcaron en un viaje largo?

- Las tres dejamos los estudios. Empecé a viajar sin parar y eso era mi vida, no me lo cuestioné y para mí eso fue la escuela, entregarme, lo único fijo que tenía era viajar. La cuestión era seguir, seguir y moverme, entonces iba desapegada de un montón de cosas, y a la vez absorbiendo pero digamos, ese desapego me sirvió para avanzar y moverme, En un momento, mi último viaje, gran viaje, fue a Brasil donde estuve como un año. Recorrí el país que es gigante, y también lo mismo, imaginate si Argentina, cada provincia es un mundo, Brasil que es enorme, cada estado es como un país en sí mismo y es muy fuerte. Mientras tocaba en toda circunstancia que podía y me iba consiguiendo instrumentos de los lugares. Para mí la música era parte del día a día hasta que llegó un momento que necesitaba parar. De mis 18 a mis 25 estuve en movimiento: era abrir una carpa y ver siempre cosas diferentes, escenarios diferentes, estar en ambientes nuevos, como salir al mundo ahí, me encanta recordar eso. Empecé a preguntarme cómo será estar en un lugar fijo, cómo sería tener algo más estable, y bueno, en ese momento estaba en pareja y nos fuimos a Tucumán con la excusa de estudiar lutería. Estuve tres años ahí, fue como mi primer parar, y donde también se abrieron un montón de posibilidades artísticas. Empecé a bailar afro, que era algo que ya tenía ganas hace mucho y el hombre que tocaba percusión en vivo, era un senegalés que me escuchó un ratito una vez y me invitó a tocar en su banda. Para mi fue... un sueño que una persona de la música que admiro, que había escuchado desde chica en un cassette venga y me diga que quería que toque en su banda.... Ensayábamos todos los días y yo estaba a nueve kilómetros del centro y fue mi primera banda profesional e íbamos a casamientos, fiestas, en teatro. Me dio la ropa senegalesa... no sé, como que fue hermoso sentir cómo confió ese hombre en mí, y yo lo di todo, absorbiendo todo, y era muy exigente, pero bueno, yo decía, esto es único, un montón, así que… Mientras seguía vendiendo bisutería.

- ¿Qué onda con lo afro? ¿De dónde te vino?

- Para mí es algo ancestral. Mi abuelo, de la parte materna era correntino, pero su bisabuelo era de Brasil. Entonces por ahí puede venir algo y bueno, después mi bisabuelo materno era riojano, así que de ahí también.

- Te falta aprender música celta por tu abuela paterna y vas completando..

- Sí es que para mí la música es infinita, entre tanta diversidad, sin perderla, la música es un hilito conductor en la que todos nos podemos sentir bien y sentir iguales y sentir unidos, eso es como algo que siempre me llamó de la música. Siempre es eso, más que lo virtuoso, unirse. Cuando hacemos música y estamos en ese momento único y nos miramos a los ojos, es como un presente total, una conexión única que se siente. A mí me resuena eso y es algo tan efímero y tan real que me encanta y que encima, vos cuando estás en ese flash con otra persona o con otras personas, las otras personas están también ahí. Nos sentimos todos. Me parece súper poderoso, sutil, porque te digo, eso no es algo que se cae, que vos estás ahí agarrando y sintiendo, sino que lo estás percibiendo.
- Y allá hiciste tus primeros escenarios.

- Sí, me encantó además esto de estar en grupo. Creo que eso me dio mucha fuerza también para después salir a hacer mis cosas. Tuve también una primera experiencia de hacer una banda de autoría en Tucumán. Nos llamábamos Contacto Mestizo. Hacíamos canciones mías y canciones de otro pibe que componía, que estaban re buenas pero es como que siempre estuve en esto de hacer mis canciones, Y he tenido varias banditas de otro estilo, pero lo que más me llegó siempre fue hacer la música propia, ¿no? Porque es como, che, tenemos un montón para decir también y es valioso tu mensaje, tu voz, por eso me gusta valorarla de todas. Había tenido una experiencia de gira con dos amigos, un hombre que era más grande, que venía de toda la época latinoamericana de los 70 y otro chico que tenía mi edad que era de La Plata, y hacíamos un trío de cuerdas andinas, ronroco, guitarra y charango, hicimos una girita desde Catamarca hasta Salta a tocar en la Garganta del Diablo, que hoy en día yo creo que esas cosas ya no se pueden hacer. También una vez fui a Chile y conocí gente que sabía tocar sicuris y me metí, estuve ahí, no sé, un mes, pero en ese mes formamos una bandita de sicuris y nos presentamos en un festival grande que había del agua, por el agua, como que siempre todo estuvo en coherencia, la música, lo comunitario, el ambiente, he vivido también con comunidades, con gente que trabaja en la tierra, tengo recuerdo de haber hecho muchas casas de barro, por ejemplo, de participar en mingas, de sembrar la tierra, por más de que yo viajaba, yo ayudaba. Después me separé, me di cuenta que hacía diez años no estaba en la Patagonia y me llamó así que me volví.

 

 

MÚSICA PARA SOÑAR

Otra de las casualidades que unen el viaje y la música en la vida de Antú fue que se abrieron los Profesorados en Esquel. Empezó a estudiar el de Música, siguió presentándose como solista y paralelamente brindó talleres de percusión. Luego hizo un dúo con su hermana Rayén y armó una banda que se llamó Aves de Oniria con Kevin Muñoz, Ary Wengier y Marcelo Aravena, ambas con temas de su autoría. Volvió otra Antú a otra ciudad.

- ¿Con qué te encontraste?

- Yo venía con mucha data musical y quería bajar esa información. Cuando llegué no había muchos talleres y conociendo el pueblo... Están todos muy anichados, nichos que no comparten. El tema del No a la Mina, fue lo primero que siento que nos unió, que trascendió los nichos, y fue hermoso, y con eso yo me fui, ¿no? Cuando volví, es como que, a nivel cultural, vi que estaba todo separado, y yo venía de vivir con muchas conexiones con la gente, comunitariamente, que la música la damos todos y bueno, fue quizá, desde donde yo empecé a compartir, fue desde ahí, generar encuentro y lazos, y de empezar a encontrarnos con la excusa de la música, ¿no? A la vez fui aprendiendo un montón de cómo transmitir haciendo el profesorado, así que fue mucho aprendizaje y siempre poniéndolo en práctica. Creo que eso es algo hermoso de la docencia, ¿viste? Que se retroalimenta y me transforma, entonces yo también siento que tengo más. Así que bueno, hoy ya terminé esa formación académica y tengo diez años de experiencia de talleres no formales, mucha gente hermosa, me hice muchos amigos en el camino de de diferentes palos, así que cada uno de ellos también me abre munditos. Y bueno la gente que ha pasado, algunos por ahí no siguieron la música pero sí el arte y otros que sí , y me quedo con eso. Y lo lindo también de la música es que me pude meter en un montón de esos nichos que decíamos que están, de ver que la música se podía complementar en algún proyecto social, en algún proyecto educativo, en algún proyecto cultural, entonces yo fui por todos, me fui metiendo en todos para aprender, para compartir. Por eso siempre estuve implicada, más allá de mis talleres independientes, en algún proyecto que tenga que ver con lo que pasaba acá en la comunidad, como por ejemplo con mujeres jubiladas, con el refugio Cumelcan para mujeres que sobrevivieron a la violencia de género.

- ¿Y en lo musical?

- Armé un dúo de música folklórica, latinoamericana con mi hermana, nos llamamos Antú y Rayen. Después con Aves de Oniria agarré la eléctrica y se me abrió un mundo de sonidos, de repente todas las canciones que hacía sola, antes con guitarra criolla, un poco más latinoamericanizado, de repente se fueron un poco más al soul, humildemente.

- ¿Qué hay en la música para vos?

- Hay como un mensaje que siempre está, digamos, común en todos los géneros, y yo creo que tiene que ver con esto que te contaba antes de lo que significa la música para mí y transmitir sentimientos esperanzadores, de la humanidad, y de que todos podemos aportar un poco desde donde hagamos siempre que sepamos quiénes somos, qué hacemos, a dónde vamos. Hoy estoy dando clases y me metí de vuelta en los TAMFI con un equipazo de laburo, estoy re contenta porque logré encontrar eso que tenía ganas, que es equipo de trabajo con personas súper comprometidas, siempre pienso en hacer música para unir. Yo sé que va a ser mi compañera en mi vida, quizá va a ir cambiando, siento que no termina ahí, ahora estoy en un momento de descubrir que más allá de haber estudiado, todo empieza por amar esto que tenemos, porque si no siempre nos sentimos que nos falta, tener tu tu voz, tu música y darla, es un montón levantarte y cantarle a la vida. Y bueno, ahí estamos.