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25 de Junio de 2025

Vocación y Compromiso: La Historia de Liliana Tamamé en Esquel

Cuando era chica quería ser Veterinaria y el test vocacional le dio como una de las opciones Trabajo Social. Finalmente estudió Maestra Jardinera y cumplió su sueño de venir a vivir a Esquel cuando había sólo tres jardines que dependían de escuelas primarias. Al jubilarse se unió al ALCEC y en 2018 fueron clave en la adquisición de un mamógrafo digital para salud pública local.  

Domingo, 12 de enero de 2025 a las 07:00

Cuando era chiquita, a Liliana le hubiese gustado una mascota pero no tenía donde tenerla, así que se dedicaba a curar animales de la calle y encontrarles un hogar. Tenía el sueño de ser veterinaria pero sus sueños de independencia la llevaron a elegir ser Maestra Jardinera. Participó en la organización de los primeros jardines en Esquel cuando se hicieron obligatorios y durante treinta años trabajó y enseñó en Nivel Inicial. Cuando se jubiló su vocación por ayudar se volcó a la Asociación Lucha contra el Cáncer Esquel donde desde hace diez años acompañan en la prevención y concientización sobre el cáncer de mama. Perdió una hermana y ella misma tuvo que atravesar un cáncer y asegura: “Tenemos que caminar, la vida es hoy, estamos ahora y no importa si tenés 20, 30, 50, 80, 90, es este instante. Si estás bien podés hacer cosas, si estás mal hay que buscar cómo resolverlo y si llegó el día de partir, es el día de partir. Uno debería agradecer, yo agradezco a la vida”.

 

CON LA PATAGONIA EN EL CORAZÓN

Liliana Tamamé es de padres patagónicos. Nació en Mendoza y como su papá trabajaba en YPF vivió en varios lugares de Argentina y la mayor parte en Buenos Aires. Su mamá era ama de casa y cuidaba de ella y de sus dos hermanas menores. Sus pasatiempos eran la danza y el cuidado de animales abandonados o heridos y si bien siempre quiso ser veterinaria, se terminó decidiendo por estudiar para Maestra Jardinera: “En momentos en que la independencia era importante, yo quería tener una salida rápida”, recuerda.

-¿Cómo fue tu infancia?
- En mi casa estaba muy bien, había mucha contención, mucho amor realmente, pero yo era muy movediza y en esa época, eran esas cuestiones de idealización de la vida, me quería independizar. Entonces estudié para Maestra Jardinera en el Sagrado Corazón en Buenos Aires. Yo vivía en Haedo y viajaba, había hecho un test vocacional y me había salido entre una de las puntas lo que ahora se llama Trabajador Social. Realmente creo que eso era y sigue siendo una parte importante y por eso hice todo lo que hice hasta ahora.

- ¿Por qué decidiste venirte a Esquel?
- Cuando tenía 10 años vinimos a Corcovado y amé todo esto y le dije a mi mamá que cuando sea grande, me iba a venir a vivir acá. Me gustaban los árboles, buscar bichos, en Buenos Aires antes había un poco más de eso, había muchos pajaritos y rescataba animales, los llevaba a asistir a mi casa. No podíamos tener mascota porque vivía en una casa con patio de cemento y mi mamá no lo consideraba, pero si había un perro herido lo arreglaba y después le buscaba una casa. En el 82 yo tenía 22 años, en pleno conflicto de Malvinas en Buenos Aires no había tanto trabajo y le pregunté a una tía que trabaja en el Ministerio si había posibilidades en Patagonia. Esta era una zona que faltaban maestras jardineras y me ofrecieron Golondrinas, Senguer y yo decidí Esquel. Empecé trabajando en la Escuela 24 .

- ¿Te acordás la primera impresión de Esquel?

- La gente te recibe. A la mañana estaba Olga Nastovich, una compañera de primera y el director era Don Pedro Horiszny que me recibió muy bien. Entré a la tarde cuando logré una vacante de un interinato que hacía una mujer cuyo esposo trabajaba en el Ejército y lo trasladaron. Igual mi sensación era la de que la Patagonia siempre fue mi segunda casa, porque mis tíos vivían en Trelew y mis papás amaban la Patagonia. Mi primer recuerdo del día en que llegué es que había olor a humo, caminamos desde la 24 que era donde está Supervisión de Escuelas, hasta Radio Nacional en tacos por la formalidad, que era toda otra historia. No llevaba mi guardapolvo y zapatillas de Jardinera... y el olor a jabón, dos olores que me quedaron. Después la comunidad era muy disímil y había pocos jardines, eran más de barrio, y asistían chicos cuyos padres tenían trabajos buenos y otros en situaciones muy vulnerables. Eso me hizo sentir de inmediato que era un lugar para trabajar, dar alguna oportunidad y me fui también involcurando con las familias.

CON EL DESEO DE AYUDAR EN EL CORAZÓN
Le pareció buena idea para conocer gente estudiar en el Profesorado y allí conoció a sus dos amigas, que fueron su familia, Mónica Ripa y Ana Ripa. Ana vivía en una pensión en Rivadavia y Fontana y sus amigas vivían a la vuelta: “Pasábamos las horas, qué sé yo, charlando, haciendo cosas, bordando, Mónica estudiaba el Profesorado y ahí enganchamos”.
-¿Qué recordás de esos primeros años de trabajo?

- En algunos momentos había situaciones duras. Me acuerdo un caso de una nena que tenía piojos, yo había visto piojos, yo trabajaba en lugares de Buenos Aires con barrios carenciados, pero no había visto, por ejemplo, una cabecita con piojos y una herida, que salían los piojos por ahí. Entonces había que llevarlos al médico y en esa época podíamos hacerlo. Entonces los llevábamos, veíamos cómo se podía curar y qué hacer. Y otros casos de familias que hasta te invitaban al cumpleaños de la nena, entonces iba a los cumpleaños y esa fue mi forma de insertarme. Y bueno a lo largo del trabajo hicimos un montón de cosas porque recién empezaban los jardines, nosotros dependíamos en ese momento de la Dirección de Escuelas, éramos salas anexas y trabajábamos con las chicas de la 8, con el Salesiano, donde también hice suplencias, y nosotras. Éramos tres centros y después estaba la Guardería del Ceferino y para fin de año nos juntábamos todas y hacíamos obras de teatro, salíamos en conjunto, éramos todo un grupo pensando en la niñez. Pensá que entonces no había casi obras de teatro para chicos, algunas películas, así que les inventábamos propuestas culturales. En el 84 los jardines se hacen obligatorios y las cosas empezaron a cambiar.

- ¿Cómo fue ese trabajo?
- En principio se dividieron y dejaron de depender de la Escuela Primaria. Había entonces un trabajo en conjunto entre Provincia y Municipio y había que conseguir las salas y empezar a pensar que tenían que tener una dirección. Fue muy autogestivo y con un grupo de locas buscábamos casas y veíamos una abandonada e íbamos. Fue hermoso, no te puedo decir lo maravilloso que era para nosotras forjar, buscar, ver, unirnos y se hizo en poco tiempo. Después algunos edificios se fueron modificando, adaptando para estar en condiciones, empezamos a hacer foros para promover la Ley Nacional que todavía no estaba y nos reuníamos en distintas partes del país. Había que ir pensando propuestas pedagógicas, había mucha creación y acá faltaban los jardines maternales. En ese momento estaba Daniel Díaz de Intendente y nos juntamos para trabajar y ver cómo los hacíamos. Fue pensado muy democráticamente con las Juntas Vecinales y nosotras desde el Foro para ver las necesidades. En ese momento trajimos con el ingeniero Segio Sepiurka casitas de madera que después se modificaron, el jardín del Don Bosco era de madera al comienzo. Con las Juntas se armaba la selección de cargos de personal operativo y los directivos se elegían por el sistema.
-¿Qué importancia tuvo en Esquel la obligatoriedad de los jardines?

- Hasta entonces veíamos que quedaban muchos chicos solitos en casa porque las madres tenían que ir a trabajar y no tenían con quién dejarlos. Eran muy chiquitos y si mal no recuerdo hubo incluso accidentes domésticos, eso empezó a cambiar. Después terminé el Profesorado y me sume como Coordinadora de la Carrera que entonces era de Nivel Inicial, después cerró su sede acá, también fui directora del Chispita y tuve a cargo una sala de 5 en el barrio Roca. Ahí, despues de 31 años, me jubilé y como cierre, el último día hicimos una obra de teatro con amigas y colegas.

 

EL CAMINO CON EL CORAZÓN

En algún momento había trabajado en el Programa Materno Infantil con UNICEF, en un trabajo en conjunto entre pediatras y docentes en lo que después sería estimulación temprana. En 2001 se terminó pero le marcó su trabajo con Rolo Lombardelli y Neonatología del Hospital: “Era un trabajo maravilloso”, recuerda: “Un día en la peluquería me encuentro a Elba Guera y me invita al ALCEC, poco después mi hermana se enferma y yo venía trabajando en la promoción de las mamografías, de esa primera parte ella se recuperó”.

- ¿Estar en ALCEC sentís que te aportó algo para atravesar la enfermedad de tu hermana?

- Después vino un segundo y un tercer proceso, ahí fue cuando falleció. Desde el lugar de hermana fue bastante duro, era una persona que quería vivir y entonces estaba en Buenos Aires. A veces en el sistema de salud... cómo decirlo... depende del profesional que te toque... sos un número. Cuando falleció mi hermana, ella tenía 64 años y había empezado con cáncer a los 48, podría haber tenido otras alternativas pero en su momento creo que el profesional minimizó algunas cosas. Desde mi experiencia, ví que había muchos grupos de ayuda, ex pacientes que se interesaban y ayudaban a transitar mejor. Mi hermana murió de cáncer de pulmón y yo la veía bien aunque estaba enferma, creo que era una negación y hacía poco había fallecido mi papá que tenía PAMI y asistía a la clínica a la vuelta pero las colas eran tremendas. Se cayó y se quebró la cadera, quizás si hubiese conseguido la prótesis se salvaba, pero estuvo tres meses en agonía. Son diferentes tránsitos, con respecto a mí yo me apoyé en mis compañeras de ALCEC y seguí colaborando, tratamos de hacer todo por conseguir el mamógrafo, queríamos hacer ferias de mujeres.

- ¿No había varones?

- No tenemos varones en nuestro grupo. Las que sostienen las ONG son las mujeres en un porcentaje mayoritario.

- ¿Qué te enseñó tu tránsito por el cáncer?

- Que tenemos que caminar, que la vida es hoy, estamos ahora y no importa si tenés 20, 30, 50, 80, 90, es este instante. Si estás bien podés hacer cosas, si estás mal hay que buscar cómo resolverlo y si llegó el día de partir, es el día de partir. Uno debería agradecer, yo agradezco a la vida porque la amo profundamente, pero un día pic! Y no es, así que bueno, nos vemos. Agradezco al ALCEC porque pudimos hacer un grupo de trabajo y humano que se sostiene con la historia de cada uno. Hay muchas tardes de charla, juegos, planificación de propuestas y locuras también. Nos gustaría se incorpore más gente, eso da ánimo, fuerza para hacer cosas, es lindo poder decir que estamos en comunidad para hacer algo por los otros. Pienso que el cáncer se puede atravesar desde un montón de lugares, no siempre es aceptar la muerte, es aceptar la vida. Hay que atravesar dolores pero no estamos solos, podemos hacer en conjunto.

- ¿Qué es lo que más te motiva hoy?

- El punto es que las personas no lleguen a estar enfermas. Y que si les suceden la pasen lo mejor posible, que sanen para que sigan viviendo. Lo que más complica es el miedo, que en el cáncer es social porque por mucho tiempo la palabra cáncer significó muerte, y afrontar la muerte no es nada fácil. Pensamos que somos eternos, creo que ese es el punto, pero si algo tenemos seguro es que no vamos a morir un día. Eso es lo más seguro que tenemos. Puede ser un nuevo nacimiento, que uno debería pensarlo. Pero yo creo que hay que hablar del miedo, del miedo al dolor, el miedo al sufrimiento, el miedo a dejar familia. Pero lo que sí sé es que uno puede salvarse y hoy ha avanzado tanto... si te hacés los controles todo lo que es incipiente tiene muchas chances de ser atravesado. Yo pienso así, sigo apostando a la vida.