Quienes han podido disfrutar de Graciela Bonansea en el escenario saben que es un imán de pupilas. Cuando se baja algo presiste y esa presencia se expande por donde pasa, una persona y un personaje que se unen y se bifurcan cada vez que ella lo decide. Nació en Cholila en 1945 y en su adolescencia decidió ir a un colegio de monja de pupila, hecho que comparte en ese entretejido de su vida y el teatro en la obra “Yo soy como la perdiz” que ganó el Festival Provincial del Teatro en 2023. Con cuarenta años de trayectoria, gracias a su habilidad para contar lo que sea, el teatro se convirtió en el hilo conductivo de su vida.
LOS INICIOS DE SU CUENTO
En septiembre todavía nevaba mucho y las distancias eran mayores que ahora. Su mamá estaba con trabajo de parto pero no dilataba y como el médico no llegaba, la tía -que por suerte era partera- decidió ayudarla a parir. “Ella dijo: “voy a meter mano, la criatura quizás muera”, porque claro, no sabía nada, no iba a ver nada pero por supuesto querían salvar a mi madre”, cuenta Graciela que le contaron y agrega: “Así que mami siempre me decía: “mirá lo que hubiéramos perdido, qué vida”. Se crió cerca de Epuyén y por el trabajo de su papá se mudaron por Villa Rivadavia desde donde para asistir a la escuela había que recorrer 15 kilómetros a caballo, así es que decidieron mandarla a Esquel para ir a clases.
- ¿Qué recordás de vivir en el Rivadavia?
- Era complejo, no había el camino de hoy, ese camino se hizo en el 60 creo, era solamente camino de caballo, angostito, que por partes se hacía dos caminos y un arroyito en el medio, las ruedas del carro iba en cada partecita de esas, y con eso íbamos a buscar los víveres al Ramos Generales que quedaba en el pueblo, Casa Natayne, y otra era la casa Daher y otra de Boudarhgam. Era ir como si hoy estuviéramos programando un viaje al Caribe, qué sé yo, una travesía. Y veníamos con las compras, las bolsas de harina y nosotras nos sentábamos arriba de la bolsa de harina, era una diversión... con lo poco que antes nos conformábamos, era toda una salida. Después no había otra cosa que el correo, el hospital y un club donde se armaba algún baile pero con mi hermana éramos muy chicas. Si el día estaba lindo mi papá nos ensillaba un petiso a cada una. El de ella era Petiso y el mío era Blanquito porque era tobiano, a los diez andábamos muy bien y con montura. Parece que hablo de hace quininentos años, pero era como pasábamos el día. La única información era la radio y para hacerla andar teníamos el acumulador, que para mi papá era sagrado y te hablo antes de Radio Nacional: estaba Splendid, Radio Belgrano y El Mundo y nosotros guardábamos la carga para escuchar Los Pérez García y Glostora Tango Club que yo me sabía todas las letras. Mis canciones infantiles eran tangos de Gardel y Le Pera y después mi papá escuchaba boxeo, sé más de boxeo que de fútbol, la radio era todo entonces. Y las vitrolas, que se usaban en las marcaciones o señaladas, en momento de reunión del vecindario. También jugábamos a las muñecas gracias a que tenía un padrino en Buenos Aires que nos traía, teníamos un muñeco que se hacía pis, increíble era una novedad. Y además para nosotros era genial porque teníamos mucho trabajo a la mañana porque a la noche le dábamos una mamadera, a la mañana lo íbamos a ver y estaba todo mojado. Lavábamos eso, lo secábamos en unos tendales alrededor del fogón y mi mamá nos enseñaba a hacer ropita con camisetas viejas de papi y a tejer. En algo había que pasar el día y si estaba lindo, nos íbamos con todos los hijos, los muñequeríos que teníamos, y armábamos una casita abajo de los árboles y hacíamos la comida. Entrenamiento de madre. Pero ¿viste lo que es? A mí no me quedó para nada o lo gasté todo ahí. No sé qué pasó pero era tan en serio que ya fui madre. Eso de que no sos madre, digo no, por supuesto pero si supieran que fui madre de muy chica...
El doble sentido de lo que cuenta Griselda te agarra desprevenida si no le estás mirando la picardía en la cara. Nunca quiso tener hijos.
- Era un tema en esa época.
- Lo sigue siendo... ¿Cómo no vas a ser madre? Y si tenías un varón ¿para cuándo la nena? Y vos veías las madres que no daban más. El casadito había que tenerlo y más vale que tuvieras el casadito porque si no hasta que no lo encontrabas al otro no podías parar. Eso a mí no me pasó por suerte. Y tuve un padre que era feminista, yo me di cuenta hace pocos años. Yo no conocí a mi abuela pero él tuvo una madre con unos ovarios... Cuando nació mi papi su padre había fallecido 29 días antes, era Juez de Paz, comisario... Parece que lo asesinaron por razones políticas y por un tiempo pensábamos que había sido en Telsen pero parece que fue en Gaiman. Bueno, cuestión que mi abuela estaba por parir el sexto hijo y quedó sola. Mi abuelo luchó mucho porque esas tierras no fueran chilenas y había una empresa que estaba ahí y bueno, nunca supimos mucho. A los años mi abuela se casó con un jefe de correo que tenía otros seis hijos. Imaginate esas mesas y mi abuela dirigiendo la batuta. Creo que eso lo hizo feminista.
- Pero en qué sentido.
- Una vez hubo un caso de una mujer que tenía cinco hijos y se suicidó. El único que dijo otra cosa fue mi papá. Dijo... una mujer que tiene cinco hijos no se mata porque sí, él era una porquería seguro, seguro la maltrataba. Después nos enteramos que había sido así, pero no era normal eso en ese entonces y de un hombre. Él decía que “un hombre queda solo con dos hijos y enseguida busca una mujer. Una mujer se queda con ocho y se las arregla”, una admiración tremenda a las mujeres y por supuesto con nosotras la tenía, con mi mamá que la trataba como a una reina.
ESQUEL: EL NUDO DE LA HISTORIA
A los siete se vino a Esquel a la casa de sus tíos, los Sea, para asistir a la Escuela 20 que funcionaba donde está actualmente la Escuela 76. La primera semana la acompañaban y después empezó a ir caminando sola. Todos sus primos eran más grandes y solían subirla a la mesa para que cuente que había hecho en la escuela.
- ¿Por qué lo hacían?
- No sé por qué pero les encantaba que les cuente todo lo que había vivido. Y además me tocó una etapa linda en la escuela. Mi maestra de primer grado era la señora de Quiroga, de la joyería y en segundo a Ethel Morgan, después Porota de la Vega, la señora Catena, todas muy buenas maestras.
- ¿Y que te acuerdas de esa época? ¿Qué hacías?
- Ahí empecé a participar de los carnavales disfrazada, una vez recuerdo me vestí de florista con un vestido me había hecho Griselda Sea, un sueño. Se organizaban bailes infantiles en La Española en febrero, las clases terminaban en mayo y también siempre que podía leía en los actos, recitaba poesías, algo hacía. Y en la casa de Griselda era como una actriz porque me subían arriba de la mesa a contar y así me hicieron que me guste. Algo pasó ahí.
- ¿Y leías?
- Sí, leía. Me acuerdo un libro que me volvió loca, fue Alicia en el país de las maravillas, el Martín Fierro, con mi papá. Después era muy romántica y sigo creyendo que la gente se puede morir de amor. Creo que es el motor de la vida, por eso me gustaban los tangos por las letras. Por ejemplo...
He llegado hasta tu casa
Yo no sé cómo he podido
Si me han dicho que no estás
Que ya nunca volverás
Si me han dicho que te has ido
Cuánta nieve hay en mi alma
Qué silencio hay en tu puerta
Al llegar hasta el umbral
Un candado de dolor
Me detuvo el corazón
Nada, nada queda en tu casa natal
Solo telarañas que teje el yuyal
Y el rosal tampoco existe
Y es seguro que se ha muerto al irte tú
Todo es una cruz
¡Eso! No, no se puede decir que eso no es maravilloso. Fueron mis canciones de cuna, tuve una infancia muy feliz. Y tuve una adolescencia que no supe que la tuve porque la pasé en el colegio de las monjas, donde fui muy feliz.
“ADORNAR” LA VIDA PARA CONTARLA
Una tarde de domingo Graciela fue al cine Armonía a ver dos películas de Lolita Torres: “La mejor del colegio” y “La hermosa mentira” y salió siendo otra persona. Había decidido que quería ir de pupila a un colegio de monjas: “Y mi papá ateo”, dice entre sonrisas.
- ¿Cómo se lo planteaste?
- Lo cuento en Soy como la perdiz. Llegué a casa y le dije a mami que no iba a hacer la secundaria en Esquel. No me dio mucha bolilla y me dijo que espere a mi papá. Faltaba tres días para que llegue y me volví loca esperando. Había lago que me decía que me iba a dejar porque además tenía trece años y tenía que esperar casi un año para empezar en marzo. Bueno, me armé todo el plan y me dejó ir, estuve cinco años. Ahí empecé a actuar más, me dejaron entrar en el grupo de teatro de la Universidad de El Salvador porque un cura que iba a dictar conferencias al colegio era de ahí y una compañera que era externa me pasaba a buscar para asistir a clases.
-¿Te acordás que obras hiciste?
- Una de Alejandro Casona, “La llave en el desván”, yo hacía de la criada de la casa y ahí supe que el teatro era mi vida. Haberme ido a los trece fue algo que mi mamá me echó en cara toda la vida porque para mi papi fue un sacrificio. Tener una casa nunca fue fácil pero tuvo que comprar una para cuando fuera mi hermana a estudiar a Esquel y que no tuviésemos que estar las dos en lo de Griselda y resulta que yo después me fui. Las opciones para la gente de campo era que la madre se venga con las hijas para que estudien o meterlas en un colegio pupilos, donde todos eran infelices, no sé porqué. A mi me tocó la felicidad, estaba nueve meses sin venir. Si volviera a nacer, volvería a hacerlo.
-¿Qué te gustaba?
- El orden. O sea, yo tenía ya una educación de orden, cero educación religiosa, así que ahí tuve que mentir hasta que me vine y sostenerla. Tampoco te generaba ninguna moralina porque en el contexto aquel, era más fácil mentir y no perjudicaba a nadie. Aún así tuve momentos tremendos, pero el teatro ahí me sirvió porque siendo pupila tenía que ser parte de una familia que además era católica. Yo estaba bautizada en Cholila pero la Comunión... no había Iglesia, nada. Lo pinté como pude y una monja me evangelizó, me enseñó a rezar y me confesé por primera vez. Las monjas eran todas españolas y creo que eso me ayudó porque tenían otra cabeza, más moderna y un sentido del humor y una alegría de vivir que me fascinaba. Me hubiese encantado creer porque ellas eran felices con eso. Me robaba la llave del sótano y sacaba vino y bananas hasta que un día me llamaron. La monja se asomó de su escritorio y yo dije, “-Madre, ¿Usted me llama? - Sí, ¿Sabés qué nos falta? El certificado de casamiento por la Iglesia de tus padres...” yo en el acto me largué a llorar. Ahí le conté que a mis padres los había casado un misionero y que no tenían el certificado... era una mentira. Pero nunca me pidieron nada y terminé la escuela. Años después mis compañeras me decían que ya sabían que eran puras mentiras pero se daban cuenta que no era con maldad. Igual quizás yo pensaba que no se daban cuenta y en realidad todos sabían.
HACER DE LA VIDA UN CUENTO FELIZ
En la escuela hizo el Magisterio y luego estudió para Mecánica Dental. Volvió a Esquel para trabajar y conoció a Daniel García. En él encontró una persona que confiaba mucho en su talento y cuando ingresó como Secretario de Cultura le dieron un espacio en Radio Nacional para difusión y la invitó a Graciela para llevar adelante el ciclo. No era simplemente difusión.
- ¿Qué tenía de particular el programa?
- Se llamaba Té con Nain y yo hacía de viejita galesa que tomaba el té con todos los artistas que se presentaban. El primero lo hicimos grabado y con León Gieco, después entrevisté también a Landriscina, Susana Rinaldi, Virginia Lagos, Marilina Ross, todo muy divertido. Y con Daniel también hicimos teatro, ganamos tres selectivos y trabajé dos veces en El Cervantes. Un sueño ir ahí y ahora estamos aplicando para el selectivo con “Vieja”. Desde que empecé con Daniel, aún trabajando de mecánica dental, nunca dejé de hacer teatro. En un momento Daniel se fue a México y ahí empecé a trabajar con Nené Guitart y no dejé de hacer teatro con ella, es un entendimiento que lleva cuarenta años. Me conoce tanto, no nos tenemos que explicar nada. Siempre digo, es la última que hago, pero sigo.
- ¿Y qué es lo que más te gusta de hacer teatro?
- Bueno con “Soy como la perdiz” me pasó que una chica muy joven se quedó para saludarme y yo me lo tomé muy en serio. Le pregunté porqué le importaba y me dijo que era por cómo lo contaba y para mi eso es un piropo porque las cosas que cuento son cosas que por ahí llegan más a gente que ya las vivió. El hecho de que alguien entienda, no sé, bueno, viste que dicen que los actores nos gusta que nos quieran... Por eso a mí no me importa decirlo, porque ¿a quién no le gusta que lo quieran? El que diga que no le importa, no es verdad. Yo me doy cuenta que yo estoy en una reunión, por ejemplo, y de repente digo, ¡ah!, levanto un poquito la voz, ya se hace un silencio y empiezo a contar, ¡cualquier pavada! Y si hay una visita, por ejemplo, mis amigos me piden ¡ay, Grace, contale de esa vez que les va a gustar! Y yo me siento como ese nene que le piden que haga su gracia pero cuento igual. Y si, es verdad, les termina gustando. Y observo mucho, un solo gesto me hace dar cuenta y si lo disfruta, continúo.