En esta entrevista exclusiva con InfoCordillera, este conocido vecino de El Bolsón, nos invita a su chacra a orillas del río Quemquemtreu que tiene tanta historia como él y nos abre su corazón para compartir los hitos de su asombrosa vida.
En 1959, en el pequeño paraje de Rincón Currumahuida en la localidad de El Hoyo, conocido en aquellos tiempos como “Bolsa de Gato” debido a disputas vecinales, nació José Bahamonde. Era una región de montañas imponentes, cielos infinitos y comunidades rurales aisladas. Allí, José creció en un entorno tan hermoso como desafiante, donde la naturaleza marcaba el ritmo de la vida cotidiana.
La tragedia golpeó temprano en su vida. La muerte de su madre cuando tenía solo tres años lo llevó a vivir con su tío Arturo en una zona más remota, conocida como el Turbio. "La vida en el campo era simple pero intensa", recuerda. Desde temprana edad, cuidaba terneros y aprendía a convivir con la dureza del entorno. "Una vaca te podía dar un susto si no eras rápido para esquivar", comenta con una sonrisa.
“Tengo recuerdos muy felices de aquellos años, explorando los risqueros de las montañas y maravillándome con el eco de mi voz”, detalla con clara emoción en su voz.
La conexión con su familia y su entorno rural marcó su carácter, pero la llegada de una carta a los seis años cambió su destino. Una tía lejana pedía que fuera a estudiar a una Escuela Hogar en El Bolsón. “Fue una despedida dura. Recuerdo a mi padre llorando, pero entendíamos que esa decisión era por mi bien”.
El salto a una nueva vida
La transición a la escuela hogar en El Bolsón fue abrumadora. José pasó de la tranquilidad del campo al bullicio de los pasillos escolares. Todo era extraño: los pisos relucientes, las luces eléctricas y la convivencia con otros niños. Pero su curiosidad y determinación lo ayudaron a adaptarse. Terminó la primaria con esfuerzo y enfrentó un futuro incierto en la adolescencia.
A los 16 años, ingresó en la Escuela de Cadetes de la Policía del Chubut, una experiencia que le enseñó disciplina y le abrió las puertas a nuevos desafíos. “Era un cambio radical, pero me ayudó a forjar carácter”, reflexiona.
En Comodoro Rivadavia, vivió momentos decisivos como cuando durante el Mundial de Futbol del 78, todo era felicidad y la región se llenó de turistas de todo el mundo. Asimismo, en la ciudad petrolera, durante la Guerra de Malvinas en 1982, la cercanía con la zona del conflicto lo colocó en el epicentro de la coordinación entre autoridades y fuerzas militares. “La tensión se sentía en el aire. Mientras el país miraba la guerra desde los diarios, aquí la amenaza era palpable”, relata.
Nuevos horizontes: de la Patagonia a Nueva York
Tras dejar la policía, José buscó nuevas oportunidades. En Buenos Aires, trabajó en el puerto, enfrentándose a situaciones que lo obligaron a comprometer sus ideales. “El hambre y la necesidad te empujan a hacer cosas que nunca creíste posibles”, admite.
Ante la falta de oportunidades, hasta planeó meterse como polizón en alguno de los barcos que partían del puerto de Buenos Aires, pero el consejo de un amigo lo hizo desistir de este plan.
En los años 90, con el sueño de mejorar su vida, emigró a Estados Unidos. En Nueva York, comenzó trabajando en la construcción, pintando puentes y realizando tareas que requerían destreza y valentía. La ciudad le ofreció posibilidades, pero también le mostró la fragilidad de la vida.
El 11 de septiembre de 2001, José estaba trabajando en el Williamsburg Bridge cuando vio las Torres Gemelas en llamas. “Fue un día que nunca olvidaré. Desde allí vi cómo se derrumbaron, y el humo cubrió el cielo como una nube de pesadilla”. Aunque quiso ofrecer ayuda en la Zona Cero, no le permitieron participar. Este episodio dejó una huella profunda en su vida.
El regreso a casa
En 2004, José regresó a El Bolsón. Encontró su chacra ocupada, pero con determinación logró recuperarla. “Esta tierra es mi pedacito de patria. Los árboles que planté con mi papá, los paisajes que recorrimos juntos, todo esto es parte de mí. No iba a dejar que se lo llevaran.”
“Volver al valle y ver el Piltriquitrón cada mañana es lo que me da paz. Aquí está mi verdadera esencia”, asegura.
En su chacra, José vive en comunión con la naturaleza. Cultiva su tierra, cuida animal y contribuye al mantenimiento de la comunidad. Uno de sus gestos más simbólicos fue pintar el mástil de la Plaza Pagano, una tarea que asumió por amor a su pueblo. “Verlo oxidado era como ver una parte de nuestra historia descuidada. Y como yo tenía esa experiencia de trabajar en alturas, decidí subir y devolverle su dignidad”, cuenta con orgullo.
Un legado para compartir
Además de cuidar su tierra, José encontró en la escritura una forma de preservar sus vivencias y reflexiones. Su libro “El clamor del Piltri” es un testimonio de amor por su tierra y sus raíces. “Escribir fue mi manera de devolverle al valle todo lo que me dio. Espero que estas páginas conecten a las personas con la belleza y la fuerza de esta región”.
Hoy, José es una figura querida en El Bolsón. Sus relatos, impregnados de emociones y aprendizajes, son un puente entre las generaciones. “La vida no es fácil, pero lo importante es encontrar aquello que te conecta con el mundo. Para mí, ese vínculo siempre será esta tierra”, señala.
Finalmente, mirando hacia atrás en su vida, reflexiona y reconoce que “si pienso cuando realmente fui feliz, fue en esa infancia, siendo chico en la zona de El Turbio”.
Con una vida que abarca desde la humildad del campo hasta los grandes escenarios del mundo, José Bahamonde encarna el espíritu de la Patagonia: resistente, auténtico y profundamente humano.