En el marco del ciclo de entrevistas de Info Cordillera, Diego Galperín, representante del Grupo Astronómico Osiris, narra con detalle y emoción su viaje desde los albores de su niñez en Buenos Aires hasta su arraigo en El Bolsón, revelando cómo el cielo transformó su vida y lo impulsó a compartir su magia con la comunidad.
Los periodistas de El Bolsón bien sabemos que cada vez que sucede algún evento astronómico, Diego Galperín es la voz de referencia a nivel comarcal. “Siempre es un gusto recibirlos, es un gusto poder dar información a la comunidad y aprovechar los conocimientos que uno tiene para que la gente esté más atenta a lo que sucede en el cielo”, afirma con una sonrisa acogedora en su casa, mostrando la calidez que caracteriza su labor divulgativa.
Nacido en Buenos Aires, Diego confiesa con humildad que hoy se considera “de la Comarca”, pues lleva 27 años viviendo en El Bolsón. “Viví 27 años en Buenos Aires y ahora llevo 27 acá. Soy mitad y mitad, pero en realidad, mucho más de acá, porque muchos de los años que viví en la ciudad se me escapan de la memoria”, comenta, reflejando cómo el cambio de escenario le permitió redescubrir su esencia.
La historia de su llegada a la Patagonia se remonta a su adolescencia. A los 13 años, en un campamento en Bariloche –organizado sin que sus padres se detuvieran a preguntar si quería o no ir– Diego tuvo su primer encuentro con el Sur, una experiencia tan novedosa como fascinante. “Hicimos caminata por el Bosque de Arrayanes, un lugar increíble al lado del agua; ahí empezó mi fascinación por la Patagonia”, recuerda con nostalgia. Con el tiempo, su espíritu mochilero lo llevó a recorrer el sur de Argentina y Chile, viajando de Zapala a Ushuaia y desde Santiago a Puerto Montt, explorando cada rincón y descubriendo que, entre tantos destinos, El Bolsón fue el lugar que más lo conquistó. “Nos sentimos como en casa cuando llegamos, por eso decidimos venirnos acá. Dejamos nuestros trabajos en Buenos Aires para empezar una nueva vida”, relata, haciendo énfasis en esa decisión que marcó su destino.
Ambos, él y su esposa –también docente– se aventuraron a instalarse en El Bolsón durante un verano en el que la actividad era escasa, pero la esperanza abundaba. Al alquilar una casa, la vida se fue acomodando rápidamente: mientras ella, maestra jardinera, comenzó a recibir cargos, Diego, aun cursando algunas materias para completar su formación, encontró su espacio en el mundo educativo.
Sin embargo, la gran transformación en la vida de Diego llegó a través del cielo. “En Buenos Aires el cielo no existía; en cambio, desde pequeño ya tenía inclinación hacia lo científico, leía libros de Asimov y veía la serie Cosmos, la original de Carl Sagan”, explica. Pero fue en un campamento en Uruguay, a los 16 años, donde su vida cambió para siempre. “Estábamos alrededor de un fogón, me alejé y entré en el bosque. De repente, encontré un claro y miré hacia arriba: el cielo estaba repleto de estrellas. La sensación de inmensidad fue tan intensa que me dio miedo y corrí a la arboleda. Pero tomé coraje, volví a salir y comprendí que no era el centro del mundo”, relata con asombro y emoción.
Esa experiencia lo impulsó a reconocer y estudiar el cielo. De regreso a Buenos Aires, al trabajar en una escuela, creó un taller extraescolar de astronomía. En una terraza sin barandas –con cables cruzados por encima que hoy parecerían impensables–, los chicos se reunían para observar el cielo con un telescopio que Diego mismo había conseguido. “Me subía al tanque de agua del edificio para poder ver el cielo, aprender a usar el telescopio y, poco a poco, los estudiantes empezaron a reconocer constelaciones”, rememora con cariño, señalando los humildes inicios que lo llevarían a un proyecto mayor.
Al trasladarse a El Bolsón en 1997, el cambio fue radical. “Salí al patio de mi casa, vi el jardín y la Vía Láctea; noté que aquí el cielo se veía distinto, y empecé a observarlo de manera sistemática. Comprendí que se podía aprender astronomía a simple vista, sin necesidad de un telescopio”, afirma con convicción. Así nació la idea de “Miradas al Cielo”, una iniciativa que se materializó con la formación del Grupo Astronómico Osiris, cuyo objetivo era revalorizar la observación del firmamento de manera accesible y cercana a la comunidad.
El compromiso con la divulgación se consolidó en 2005, cuando, junto a Cecilia Bordoli –una docente ya jubilada– presentó el proyecto “Proyectos para la Mejora de la Escuela Media” ante el Ministerio de Educación de la Nación. La iniciativa buscaba integrar la astronomía en el currículum de los colegios, involucrando a estudiantes de diferentes escuelas en un equipo de liderazgo que se convirtiera en nexo entre la formación docente y la enseñanza del cielo. De esta manera, nació el grupo Osiris, que este año celebra 20 años de impacto, marcando la vida de innumerables jóvenes. “Muchos de nuestros ex alumnos mantienen su vínculo con Osiris y se posicionan en roles de liderazgo, habiendo coordinado talleres desde los 14 o 15 años”, destaca Diego, subrayando el efecto transformador del proyecto en la vida de los estudiantes.
El Bolsón es conocido porque aquí la “mágico es natural”, por eso le preguntamos cómo se lleva ese pensamiento con el razonamiento científico, ante las luces o fenómenos que se pueden ver en el cielo y que no siempre son un ovni. “No tratamos de convencer a nadie de que nuestra forma de ver el mundo es la única; enseñamos a buscar explicaciones científicas basadas en evidencias, sin descartar otras creencias”, aclara con respeto hacia la diversidad de pensamiento.
Sin embargo, Diego también expresa su frustración ante la pérdida de la oscuridad natural que le permite contemplar la Vía Láctea. “Me molesta mucho salir a mi jardín en la ciudad y no poder ver la Vía Láctea. Es consecuencia de un exceso de luces, que nos dan seguridad, pero nos impiden disfrutar de un cielo auténtico. Por eso, busco ir a lugares oscuros, a sentarme junto a un lago y observar el cielo en su estado más puro”, confiesa, dejando entrever el anhelo de reconectar con la esencia del universo.
La pasión por la astronomía no es solo un deleite personal para Diego, sino también una forma de unir a la comunidad. Organiza encuentros para observar eclipses y otros fenómenos celestes, transmitiendo en vivo los eventos para que más personas se sientan parte de ese asombro compartido. “Me encantaría que, en una salida nocturna, más gente se uniera para disfrutar y aprender juntos. Esa es la fuerza de nuestro proyecto: compartir la experiencia del cielo y despertar en otros la misma fascinación que a mí me impulsa cada noche”, concluye con entusiasmo.
La emotiva historia de Diego Galperín es un testimonio de cómo el universo puede transformar la vida. Desde una infancia en la gran ciudad hasta el arraigo en la Patagonia, su camino se ha forjado en la búsqueda de la verdad y la belleza del cielo, y en el compromiso de transmitir ese conocimiento y asombro a futuras generaciones. Su relato es, en esencia, una invitación a mirar hacia arriba, a detenerse y a dejarse maravillar por la inmensidad de las estrellas, recordándonos que, en cada noche oscura, el universo nos ofrece la oportunidad de redescubrirnos y soñar.