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19 de Julio de 2025

Eda Cerda, una vida en IPROSS y un corazón sembrado en El Bolsón

Se jubiló tras más de 40 años de servicio en la obra social provincial, pero su historia es la de una mujer que eligió quedarse, ayudar, comprometerse y construir comunidad desde lo invisible y cotidiano.

Sabado, 19 de julio de 2025 a las 09:13

En esta entrega del ciclo de entrevistas que nos acerca a las vidas que le dan alma a la Comarca, nos sentamos a conversar con Eda Cerda, quien acaba de jubilarse tras más de cuatro décadas de servicio en el IPROSS, la obra social provincial.

La historia de Eda Cerda no empieza en un cargo ni en una oficina. Empieza en Bariloche, un 3 de mayo de 1965, ciudad a la que sigue volviendo cada vez que puede porque allí quedó su madre, su hermana, su raíz más profunda. Pero fue en El Bolsón, allá por 1986, donde encontró su lugar en el mundo, donde formó una familia, crio a su hijo, y donde dedicó más de cuatro décadas de su vida al servicio público en la obra social IPROSS.

“Llegué por un reemplazo. Me estaba por recibir del magisterio y me enamoré del lugar. Nos vinimos con mi marido… y armamos la vida acá”, cuenta con la voz suave y emocionada que la caracteriza.

Pero su historia laboral había empezado antes. Apenas con 17 años, recién recibida de perito mercantil, fue recomendada por su colegio comercial de Bariloche. La gente de IPROSS buscaba personal. Llegaron hasta su casa. “Me esperaron a que cumpliera 18 y en mayo ingresé. Así empezó todo”.

 

IPROSS, su gran escuela de vida

Eda trabajó los primeros tres años en Bariloche. En 1986 se trasladó a El Bolsón, y allí echó raíces también en lo profesional. Durante más de 40 años, fue mucho más que una empleada administrativa: fue gestora, contenedora, compañera, y muchas veces también el rostro visible frente a los reclamos, las urgencias y las quejas. Porque hablar de IPROSS era, muchas veces, hablar de Eda Cerda.

“Me gustaba mucho la docencia, pero en un momento pesó lo económico. IPROSS pagaba bien, y después descubrí que el trabajo era interesantísimo. Tiene lo social, lo contable, lo médico. Interactuás con farmacéuticos, laboratorios, prestadores, y sobre todo: con la gente. Con tus vecinos”.

No se quedó en la rutina. En 1992 fue nombrada jefa zonal del Valle Medio, con delegaciones a su cargo desde Choele Choel hasta Río Colorado. “Un cargo que usualmente lo ocupaba alguien político. Pero esta vez eligieron a alguien de carrera. Fue una experiencia hermosa, un reconocimiento a mi compromiso”.

 

La burocracia frente a la urgencia

En su relato, Eda no esquiva los temas difíciles. Reconoce los años donde la política se convertía en un obstáculo, en una traba más que en una herramienta. “Vi muchas gestiones pasar. Algunas muy comprometidas, otras solo de paso. Y sí, duele cuando querés ayudar y te encontrás con puertas cerradas”.

Pero lo más duro, asegura, fue lidiar con la burocracia frente al dolor ajeno. “Cuando sabés que una persona necesita una prótesis, un medicamento carísimo, y vos no podés resolverlo de inmediato. Porque hay pasos, hay controles, hay dinero de todos los afiliados de por medio. Eso es muy duro. Te parte el alma”.

 

El rostro humano de la obra social

Lo que hizo la diferencia, tal vez, fue el lugar. El Bolsón, con su escala humana, le permitió mantener siempre la mirada personal. “No eran afiliados. Eran personas. Las conocíamos. Sabíamos quién era quién, sabíamos hasta sus teléfonos de memoria. Hoy es distinto, hay mucha más población, pero todavía tenemos esa ventaja de saber a quién estamos atendiendo”.

Y aunque también sufrió la falta de complejidad del sistema de salud local, que muchas veces obliga a derivar pacientes lejos de sus hogares, supo construir redes, puentes, vínculos. Supo ser el rostro amable en medio de la frustración.

 

Una nueva etapa, entre fútbol y libertad

El último año antes de la jubilación se le hizo eterno. No por falta de ganas de trabajar, sino porque ya sentía que había cumplido su ciclo. “Fue muy movilizante. Porque cuando pasaste toda tu vida trabajando, ya lo tenés incorporado. Pero también sentís un alivio enorme: puedo hacer las cosas que quiero, sin esperar una licencia o un fin de semana largo. Es libertad”.

Y esa libertad la encuentra ahora organizando campeonatos de fútbol infantil, otra de sus grandes pasiones, nacida a partir del amor por su hijo. “Por él me involucré. Me metí en el Club El Refugio y estuve 12 años. Fue hermoso. Levantamos el club cuando estaba caído. Logramos tantas cosas, fue un trabajo comunitario enorme. Después de la pandemia lo dejé, porque ya no podía con todo”.

Hoy sigue en contacto con ese mundo, organizando torneos, conectando chicos, gestionando. Porque eso es lo que sabe hacer: estar para los demás.

 

¿Y quién es Eda Cerda?

Le preguntamos casi al final. Con los ojos húmedos, la voz temblorosa pero firme, responde sin titubeos:

“Soy mamá, abuela, hija, tía. Estoy rodeada de gente hermosa. Y eso es todo”.

—¿Y cómo te gustaría que te recuerden?

—“Con una sonrisa. Eso es todo lo que quisiera”.

Nos despedimos con un nudo en la garganta. Porque, como siempre decimos, “si no terminamos emocionados, no es una entrevista de Info Cordillera”.