Desde los tres años en esquíes, a rendir parciales universitarios en las laderas del Perito Moreno: la historia de un apasionado que nunca se fue de El Bolsón, ni siquiera cuando tuvo todas las posibilidades para hacerlo
—“Nunca me vi lejos de acá. Siempre supe que cada lugar en el mundo era de paso. Que mi lugar era Bolsón”, dice Julián, mientras repasa entre mates su historia, hecha de huellas en la nieve y valores familiares que bajan desde la cumbre como un legado silencioso pero firme.
Un apellido tallado en la montaña
Nacido en 1997, criado entre esquíes, bosques y viento helado, Julián es bisnieto de Albrecht Rudolph, pionero de la región; nieto de Gerardo, uno de los nombres insignes del Club Andino Piltriquitrón, e hijo de una familia que hizo del cerro un hogar, mucho antes de que existieran las aerosillas.
—“Me puse los esquíes por primera vez a los tres años, en la pista Tony John, la famosa ‘pista de Principiantes o de los tontos’. Ahí aprendimos todos”, recuerda entre risas. Lo dice con esa mezcla de nostalgia y orgullo que solo pueden tener los que vieron crecer al Perito Moreno como si fuese un hermano más.
De la abogacía a la montaña: estudiar en traje de nieve
Mientras sus amigos hacían pasantías en escritorios porteños, Julián rendía parciales desde las laderas del cerro. Literalmente. Estudió en Buenos Aires, pero nunca dejó de trabajar en el invierno local. E incluso cruzó hemisferios para hacer temporada en Andorra y Vermont (EE. UU.).
—“La motivación para estudiar era saber que en invierno volvía al cerro”, dice. Rendía exámenes online desde el refugio, entre ráfagas de nieve, y volvía a casa con más ganas de esquiar que de festejar una nota.
Pasión, identidad y compromiso
Más allá del rol laboral, Julián es parte de un proceso más grande: el de transformar la montaña en motor económico y social, sin perder su espíritu familiar. Su generación vivió momentos difíciles cuando el proyecto Laderas desembarcó en la zona, y el cerro pasó a ser tema de discusión pública. Él tenía solo 16 años, pero lo recuerda con claridad:
—“Fueron años duros. Pero hoy el cerro es otra cosa. Es trabajo para muchos vecinos, es turismo, es futuro. Y sobre todo, es un lugar donde todos podemos sentirnos parte”.
La nieve como escuela de vida
A Julián no lo mueve el dinero, ni la fama, ni el bronce. Lo mueve la sensación de deslizarse por una ladera nevada al amanecer, la camaradería del refugio, y la convicción de que siempre hay algo que aprender. Ha tenido caídas, como todo esquiador, pero ninguna que lo haya alejado de su propósito.
—“A veces te olvidás que estás esquiando, porque es parte del trabajo. Pero entonces parás, respirás, y te das cuenta de lo privilegiado que sos”, confiesa con humildad.
Lo escuchamos hablar de los amaneceres entre lengas, de los atardeceres que todavía lo sorprenden, de los mates compartidos mirando el Piltri, de las tortas fritas humeantes en la base del cerro —"nada supera eso"— y de su Boca Juniors querido, heredado de su madre, con quien comparte la pasión futbolera en una casa dividida: papá es de River.
También se ríe recordando cuando lo tentaron con el snowboard. “Lo probé, pero el esquí es como Boca para mí.
Una invitación a lo nuevo
Para quien nunca pisó la nieve, Julián tiene una frase que resume su filosofía:
—“¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?”
Y agrega: “El esquí no es solo un deporte. Es una experiencia que te transforma. Porque después te sentás, te tomás un chocolate caliente con torta frita, y sentís que hiciste algo distinto. Algo tuyo.”
El futuro: en la montaña, como siempre
A sus 28 años, Julián no sueña con rascacielos ni despachos. Sueña con seguir siendo parte de ese mágico equilibrio entre deporte, naturaleza y comunidad. Se imagina, con 50, guiando a nuevos esquiadores, soñando nuevos proyectos, siempre con los pies sobre la nieve y el corazón en El Bolsón. “Si puedo ser un puente para que otros conozcan esta belleza, entonces todo vale la pena”, dice con una sonrisa, mientras el cerro —silencioso y majestuoso— lo escucha.