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28 de Septiembre de 2025

Hugo Oyarzo: la voz del Fogón de los Sin Sello y la memoria viva de la Patagonia

Por las calles de El Bolsón y en cada fogón donde resuena el folclore, el nombre de Hugo Oyarzo es sinónimo de tradición, identidad y lucha por la cultura patagónica. Locutor, músico y excombatiente, su historia está marcada por la resiliencia y el amor por su tierra.

Sabado, 15 de marzo de 2025 a las 08:44

Cada comunidad tiene su historia, sus raíces y sus voces que, con el tiempo, se vuelven símbolos de identidad. En la Comarca Andina, uno de esos nombres es el de Hugo Oyarso, referente del folclore, la radio y la memoria colectiva. Desde su infancia en Los Repollos hasta su compromiso con la cultura a través del Fogón de los Sin Sello, Hugo ha sabido tejer una vida marcada por el esfuerzo, la pasión y la resiliencia.

En una charla amena y cargada de recuerdos, en una nueva edición de este ciclo de entrevistas de Info Cordillera, repasamos su historia iniciando un recorrido por su vida, su amor por la música y sus vivencias durante la guerra de Malvinas.

 

Infancia en Los Repollos: entre el campo y la escuela

"Yo nací a 20 kilómetros de El Bolsón, en el paraje de Los Repollos, en la clase 62. Se fue el general San Martín y quedé yo, el 17 de agosto", dice con humor, mostrando ese espíritu alegre que lo caracteriza.

Su infancia transcurrió en una zona rural donde la disciplina y el respeto eran pilares fundamentales. "Fui a la Escuela 214, donde tuve de maestras a Ana María Piacenza y Doña Elsa Cuevas. En esos años, la supervisora era Doña Benavides, la esposa de Don Carlos Tornero. Ella llegaba de sorpresa a revisar las pruebas, así que imposible no haber estudiado", recuerda entre risas.

El campo fue su gran escuela de vida. "Nosotros nos criamos en una familia humilde, de primeros pobladores. Mi abuelo vino de Chile y mi abuela, mapuche, nació en Cuesta del Ternero, hija de Don Antonio Valle, un hombre que había sido soldado del General Roca", relata.

 

Juegos y travesuras de la niñez rural

La infancia en el campo era distinta, sin juguetes de fábrica ni pantallas. "Nosotros hacíamos nuestros propios juguetes. Con mi vecino armábamos caminitos y jugábamos a los camioneros. Una vez, mi hermano dejó un tamborcito en un radal y se encontró con una culebra. ¡Salió disparando como alma que lleva el diablo!", cuenta con nostalgia.

La creatividad era la clave. "Un día, un amigo tenía un camión de juguete Mercedes Benz, con dirección de piolita. Yo, en cambio, tenía un Chevrolet C60, pero sin ruedas. Me las ingenié para hacerle chasis y carrocería. Además, descubrí que si le ponía un aerosol con brasa al escape, salía humo, ¡como un gasolero de verdad! Terminamos haciendo un trueque de camiones", recuerda con orgullo.

 

El servicio militar y la Guerra de Malvinas

El destino quiso que, a sus 18 años, la historia lo colocara en un momento clave. "Me tocó hacer la Colimba en el Regimiento de Caballería 181, en General Pacheco. Yo era conductor motorista y llevaba municiones en la zona cordillerana y en Puerto Deseado", relata.

La guerra cambió todo. "Cuando nos dieron el casco, el fusil y la medalla con nuestro número de identificación de muerte, se me cayeron las medias", confiesa con voz seria. "Nosotros, los del sur, estábamos curtidos para el frío y el hambre, pero una guerra es otra cosa".

Como dato anecdótico y muestra de lo ajeno que estaban de lo que era la guerra, cuenta que muchas veces debían transportar municiones hacia Caleta Oliva u otras bases militares y por el frio se congelaba el gasoil de los camiones. “Como las ordenes se tenían que cumplir y debíamos llegar sí o sí, nosotros prendíamos un fuego debajo del tanque de combustible para que se descongele. ¡Imagínate, haciendo fuego y arriba había miles de kilos de explosivos!

El recuerdo de los camaradas perdidos aún pesa. "Del regimiento nuestro fueron muchos. Dos de ellos quedaron allá en Malvinas. También perdimos compañeros en el continente, como el subteniente Abraham y el soldado Cantero. En total, 17 compañeros nuestros murieron en situaciones de conflicto".

El retorno no fue fácil. "Años después empezamos a conocer informes que en su momento no se hicieron públicos, como el de Rattenbach y el de Chevalier. Ahora, después de tantos años, la historia se va contando como realmente fue", señala.

 

El Fogón de los Sin Sello: la música y la radio como identidad

El folclore llegó a su vida de manera natural. "Mi abuelo escuchaba Radio Santa María de Chile todas las noches. Yo, en cambio, escuchaba Radio Nacional y soñaba con ser locutor. Caminaba por el campo hablando solo, como si estuviera al aire", recuerda entre risas.

En 1994, junto con otros músicos populares de la zona, fundó la Agrupación de Músicos Inés Zúñiga, en honor a una reconocida acordeonista. "Muchos músicos de la comarca no tenían espacio para mostrarse. Con esta agrupación, logramos que grabaran y que se les reconociera su arte", destaca.

De ahí nació el programa radial Fogón de los Sin Sello, que lleva más de 30 años al aire. "El nombre representa a la gente de abajo: el albañil, el carpintero, el leñador, el mecánico. Todos esos que no tienen un sello oficial, pero son el alma del pueblo", explica con orgullo.

El programa, que comenzó en la FM La Señal, se convirtió en un espacio de resistencia cultural. "Nunca imaginamos que iba a tener tanto impacto. Al principio pensábamos que nadie nos escuchaba, pero la gente empezó a responder. Honorio Alegría, Abel Pérez y yo le pusimos el alma", cuenta.

Hoy, Hugo sigue al frente del programa. "Siempre digo que esto lo vamos a hacer hasta que nos vayamos. Porque lo importante es mantener viva nuestra identidad patagónica", asegura.

 

El legado: un paisano del montón

Al preguntarle cómo le gustaría ser recordado, su respuesta es sencilla pero profunda: "Solo como un paisano más, del montón. No necesito títulos ni honores. Lo que hice fue por amor a mi tierra, a mi gente. Ojalá que quienes vengan después sigan defendiendo nuestras costumbres y tradiciones. Con respeto, con memoria y con corazón."