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26 de Junio de 2025

Lucy Adler: Entre el arte, la dulzura y el corazón de la Comarca Andina

Lucy Adler, referente de la Comarca Andina, nos abre las puertas de su vida. Desde sus raíces porteñas hasta su conexión profunda con la naturaleza y el arte, su historia está marcada por la creatividad, el amor por la familia y un legado que ha conquistado corazones con Jauja, la icónica heladería artesanal de El Bolsón.

Sabado, 07 de diciembre de 2024 a las 07:34

En el corazón de la Comarca Andina, entre montañas, bosques y cielos infinitos, Lucy Adler encontró su refugio y dejó su huella. En una nueva edición de este ciclo de entrevistas de InfoCordillera conocemos su apasionante historia de vida que promete emocionarnos y dejarnos reflexionando sobre cómo encarar los desafíos del día a día

Nacida el 16 de marzo de 1942 en la bulliciosa Buenos Aires, a dos cuadras del Obelisco, su vida podría haber seguido los pasos de la gran ciudad, pero decidió abrazar el llamado de la naturaleza y el arte. “Mi infancia fue porteña, pero mis veranos, al borde del mar en Mar del Plata, me conectaron con otra vida. Esa dualidad me marcó para siempre”, confiesa Lucy, mientras sus ojos brillan con recuerdos.

Hija de inmigrantes, Lucy lleva consigo la fortaleza de su historia familiar. Su padre, oriundo del antiguo Imperio Austrohúngaro, llegó a la Argentina escapando de un futuro incierto tras la Primera Guerra Mundial, mientras que su madre, nacida en Polonia cuando era provincia rusa, emigró junto a su familia siendo apenas una niña. “Soy primera generación argentina, y me enorgullece. Mis padres llegaron sin nada, pero con mucho amor y esfuerzo construyeron una vida aquí.”

A pesar de sus raíces europeas, fue en la Patagonia donde Lucy encontró su verdadero hogar. “Vine a vivir a El Bolsón con 38 años, ya había recorrido mucho mundo, pero cuando tuve hijos sentí la necesidad de darles una vida más tranquila, lejos del ruido de Buenos Aires.” El viaje hacia la Comarca no solo transformó su vida familiar, sino que también despertó en ella un profundo compromiso con la creatividad y el bienestar de los demás.

 

Un espíritu inquieto que abrazó el cambio

Lucy estudió medicina y psicología en su juventud, convencida de que entender al ser humano requería tanto del cuerpo como del alma. Sin embargo, una serie de giros en su camino la llevaron a descubrir otras pasiones: el arte y la artesanía. “Dejé muchas carreras a mitad porque la vida me llamaba hacia otros rumbos. Fui descubriendo que podía crear belleza con mis manos, ya sea pintando, diseñando o fabricando juguetes.”

Pero su espíritu inquieto la llevó a buscar nuevas experiencias. Decidió embarcarse en una vuelta al mundo junto a su primer esposo. Trabajaron en Estados Unidos para reunir fondos y viajaron durante un año y medio por África, donde incluso tocaron música para sustentarse. “Esa etapa fue increíble, aunque no siempre fácil. Viví muchas vidas en una sola”, recuerda.

 

Luego de separarse de su primer marido, fue en París, la ciudad de sus sueños, donde conoció a Pepe, quien se convertiría en su compañero de vida y el padre de sus dos hijos, Melchor y Camilo. La conexión fue inmediata, y juntos decidieron volver a Argentina. Sin embargo, Lucy ya no buscaba sólo viajar; quería formar una familia. Esa nueva etapa comenzó con la decisión de mudarse a la Patagonia en busca de una vida más sencilla y natural.

La llegada a El Bolsón trajo consigo nuevos retos y oportunidades.  Junto con Pepe, comenzaron vendiendo artesanías y juguetes didácticos. Luego, en 1980, el pequeño local que alquilaron para talleres de arte y actividades culturales se transformó en algo más. “La vida nos llevó a abrir una confitería, y cuando dejamos de trabajar con una marca de helados comerciales, decidimos hacer los nuestros. Así nació Jauja, casi por accidente, pero con mucho amor.”

 

Jauja: Más que una heladería, un legado

Jauja no tardó en convertirse en un ícono de la región. Lo que comenzó como una forma de sustentarse, se transformó en un espacio donde la calidad y el detalle eran la prioridad. Lucy, siempre perfeccionista, inculcó su filosofía en cada rincón del negocio: “Todo lo que hacemos debe ser con amor. Si estás de mal humor, ni siquiera un helado va a salir bien.”

Pero Jauja era más que un negocio. Era una extensión del espíritu de Lucy, donde el arte, la familia y la comunidad convergían. “Siempre dije: el negocio tiene que servir a la familia, no la familia al negocio. Fue un lugar de encuentros, de historias y de sonrisas, algo que no sabía cuánto impacto tendría hasta años después.”

Lucy recuerda emocionada cómo un cliente, allá por los 90, le confesó que había manejado 3000 kilómetros solo para probar el helado de Jauja. “No hacíamos publicidad, todo era boca a boca. Eso es lo que más me llena de orgullo, saber que lo que hacíamos llegaba a las personas y se quedaba en su corazón.”

Aunque Lucy se describe como una “artista tímida”, el arte siempre estuvo presente en su vida. Desde sus primeros dibujos hasta los diseños que embellecieron las paredes de Jauja, su creatividad fue el alma de todo lo que emprendió. “El arte me daba miedo. Era una vocación que implicaba inseguridad, pero siempre estuvo ahí, como una forma de expresarme y conectarme con el mundo.”

Hoy, Lucy se dedica nuevamente a pintar y crear, disfrutando de un tiempo más introspectivo. Pero su legado sigue vivo en sus hijos, Melchor y Camilo, quienes continúan llevando adelante Jauja con la misma pasión y dedicación. “Mis hijos y esta tierra son lo mejor que me pasó en la vida. Haber creado algo que ellos puedan continuar me hace sentir completa.”

 

Una vida vivida con amor

A sus 82 años, Lucy reflexiona sobre su camino con serenidad y gratitud. “La vida no es fácil para nadie, pero siempre hay que encontrar lo que te hace feliz. Si haces algo con amor, se nota, y eso se transmite a todo lo que te rodea.”

Para quienes han visitado Jauja, Lucy Adler no es solo la creadora de uno de los mejores helados de la Patagonia, sino una inspiración. Su historia, tejida con esfuerzo, arte y amor, es un recordatorio de que la vida, incluso con sus desafíos, puede ser tan dulce como un helado hecho con dedicación.