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9 de Agosto de 2025

Pablo Tuvo: El profesor que cambió el ruido urbano por el silencio de las montañas y dejó un legado imborrable

Pablo Tuvo es un docente que cambió las oficinas bancarias en plena Ciudad de Buenos Aires por las aulas de la Patagonia más profunda, dejando un legado de compromiso, comunidad y defensa de la educación pública.

Sabado, 09 de agosto de 2025 a las 09:21

En una nueva edición de este ciclo de entrevistas de Info Cordillera recorreremos el camino transitado por Pablo Tuvo, alguien que pese a tener una carrera en Buenos Aires, eligió enseñar en las aulas de nuestra zona.

Hace pocos días, Pablo vivió su última jornada como docente. El momento, cargado de emociones, no solo marca el final de una etapa laboral, sino el cierre de un capítulo vital en el que la vocación y el compromiso fueron protagonistas.

Con 25 años frente a las aulas y 34 de aportes previsionales, Pablo se despide sabiendo que su paso por la docencia dejó huella. Nació y creció en Buenos Aires, en el corazón de Parque Patricios —barrio del Club Atlético Huracán, el equipo de sus amores—, donde también empezó su vida laboral como empleado bancario. Sin embargo, el destino tenía otros planes: cambió la oficina y el subte por pizarrones, mochilas y paisajes de la cordillera.

 

Del asfalto al ripio

En 2013, Pablo tomó una decisión que le cambió la vida: trasladarse a la pequeña localidad de Ñorquinco, en la Región Sur rionegrina. Allí comenzó a trabajar en la Escuela Secundaria Río Negro N° 110 (ESRN 110), primero como docente de Ciencias Económicas y luego como vicedirector. El cambio fue radical: del ruido urbano y los viajes en subte, a recorrer kilómetros de rutas de ripio entre montañas y cielos inmensos.

“Era un shock pasar de la ciudad a estos paisajes, pero para mí fue una alegría. Cada viaje era un momento para disfrutar”, recuerda con una sonrisa.

 

La escuela nocturna: abuelos, nietos y cenas solidarias

Un tiempo después, Pablo comenzó a dar clases en el CEM 94, la histórica escuela secundaria nocturna de El Bolsón. Allí fue testigo de historias únicas: estudiantes de todas las edades, abuelos y nietos compartiendo pupitres, familias enteras celebrando la finalización de estudios y un clima comunitario que trascendía las aulas.

Uno de los momentos más significativos fue la organización de la cena solidaria, una actividad que unía a estudiantes y docentes en un solo objetivo: sostener la educación en tiempos difíciles. “Ahí vi lo mejor de la gente. A pesar de las crisis, todos aportaban algo: comida, tiempo, trabajo. La escuela nocturna es un ejemplo de que la educación pública se defiende con hechos”, subraya.

 

Del aula a la supervisión

En el último tiempo, Pablo asumió un nuevo desafío: ser Supervisor de Nivel Secundario en la Región Andina Sur. Su responsabilidad abarcaba desde El Manso hasta Ñorquinco, incluído, obviamente a El Bolsón. La tarea implicaba coordinar, mediar y acompañar a directivos y docentes en contextos muchas veces complejos.

Uno de esos momentos críticos fue la emergencia ígnea del verano pasado con el Incendio Confluencia. “El trabajo entre todos —directores, compañeros, UNTER, el Consejo Escolar— permitió iniciar las clases en tiempo récord y acompañar a los colegas afectados por el fuego. Fue un desafío enorme, pero también una muestra de la fortaleza de nuestra comunidad educativa”, cuenta.

 

La última asamblea y un asado para celebrar

El pasado viernes, Pablo participó de su última asamblea de cargos de interinatos y suplencias. El acto, más allá de lo administrativo, tuvo un aire de despedida compartida. Entre abrazos, anécdotas y sonrisas, el profesor cerró formalmente su ciclo laboral.

Sus planes inmediatos son simples y llenos de afecto: un asado con amigos para celebrar y un viaje a Buenos Aires para acompañar a su madre, que a sus 87 años sigue siendo su gran referente.

 

“Descubrí tarde mi vocación, pero la viví a pleno”

Pablo recuerda que su entrada a la docencia no fue inmediata. Antes de dar clases, pasó años detrás de un mostrador bancario. “Yo era bancario, pero descubrí tarde mi vocación. Lo habré hecho con errores y aciertos, pero siempre defendiendo la educación pública con equidad y justicia social”, afirma con firmeza.

 

Un legado que no se jubila

De sus más de dos décadas en la educación, Pablo se lleva la certeza de que todo lo que hizo —proyectos, ideas, decisiones— encontró respaldo en colegas, incluso en las diferencias.

“Siempre trabajamos con un objetivo común: mejorar la vida de nuestros estudiantes. Eso es lo que más valoro”, dice.

Aunque a partir de ahora ya no tendrá responsabilidades formales, su vínculo con la escuela no se corta. “Voy a seguir pasando por mis escuelas, aunque sea para saludar y dar una vuelta. Esto es parte de mi vida”, confiesa.

En cada historia que deja atrás, en cada estudiante que ayudó a formar y en cada colega que lo acompañó, queda el eco de un compromiso que no se jubila. Porque para Pablo Tuvo, la docencia fue —y seguirá siendo— mucho más que un trabajo: fue una forma de vida.