En la localidad de El Maitén, entre las montañas y los valles patagónicos, se escucha el eco del ferrocarril más emblemático de la región: La Trochita. Allí trabaja Luis Ponce, un hombre cuya vida transcurrió al compás de las vías. Con más de 45 años de dedicación, Luis es mucho más que el jefe del taller; es el guardián de una historia que ha marcado a generaciones.
Continuando con este apasionante ciclo de entrevistas exclusivas de InfoCordillera, nos acercamos hasta la localidad ferroviaria, y con el telón de fondo de locomotoras y vagones centenarios, conocimos su maravillosa historia.
Luis nació en Ingeniero Jacobacci, una localidad igualmente atravesada por las vías del ferrocarril. Su historia familiar está profundamente vinculada al tren. “Mi papá vino desde Tucumán y se integró al ferrocarril en Jacobacci. Crecí viendo cómo él trabajaba y entendiendo lo importante que era el tren para nuestra comunidad”, relata Luis.
A finales de la década del 70, la familia se trasladó a El Maitén, donde Luis tuvo su primera oportunidad en el ferrocarril. “Entré el 1 de octubre de 1979, como peón provisorio. Aprendí de los más veteranos, haciendo de todo dentro del taller. Con el tiempo, fui ascendiendo hasta convertirme en jefe del taller”, comenta con humildad.
El motor de los pueblos
Luis explica con pasión cómo el ferrocarril fue esencial para el desarrollo de los pueblos patagónicos: “Sin el tren, estas localidades no habrían crecido. Todo dependía de las vías: el transporte de lana, mercaderías, alimentos... incluso los productos de Esquel y El Bolsón pasaban por acá. Las estaciones eran el corazón de cada pueblo”.
A lo largo de los años, Luis fue testigo de la transformación del ferrocarril, desde un servicio esencial para la economía regional hasta su rol actual como atracción turística. Sin embargo, hubo momentos de crisis.
El cierre del ramal: un golpe difícil de superar
En noviembre de 1994, llegó una noticia devastadora para los ferroviarios: el cierre del ramal. “Nos llegó un telegrama diciendo que nos quedábamos sin trabajo. Fue un momento durísimo. La mayoría de nosotros no sabíamos qué hacer. Todo lo que habíamos construido parecía derrumbarse”, recuerda Luis con emoción.
A pesar de la incertidumbre, un esfuerzo conjunto entre el gobierno provincial y los trabajadores permitió rescatar a La Trochita con fines turísticos. “Pudimos recuperar las locomotoras y los talleres. Tuvimos que adaptarnos, pero lo logramos. Fue un renacer”, dice con orgullo.
El arte de la reparación: un trabajo artesanal
Los talleres de El Maitén son únicos en su tipo. Allí, las locomotoras de más de 100 años son reparadas y mantenidas por manos expertas. Luis describe el trabajo como un arte: “Todo es manual, casi artesanal. Cada locomotora tiene su propia personalidad, y nosotros las conocemos de memoria. Cuando algo falla, sabemos exactamente qué hacer”.
El taller no solo mantiene las locomotoras en funcionamiento, sino que también capacita a nuevas generaciones de trabajadores. “Es importante transmitir este conocimiento. No solo estamos reparando máquinas, estamos preservando una parte de nuestra historia”, explica.
La Trochita: un puente entre pasado y futuro
Hoy, La Trochita es mucho más que un tren. Es un símbolo de la Patagonia que atrae a visitantes de todo el mundo. “Vienen turistas de Europa, Asia, América… Todos quieren conocer esta joya histórica. Nosotros estamos orgullosos de mantenerla viva, porque representa el esfuerzo y la identidad de nuestra región”, comenta Luis.
Sin embargo, el mantenimiento de estas locomotoras no es sencillo. Luis explica que han tenido que adaptarlas a los tiempos modernos: “Antes funcionaban con petróleo crudo, pero ahora las hemos convertido a gasoil porque ya no se consigue el combustible original. Es un desafío, pero seguimos adelante”.
Un futuro incierto, pero esperanzador
Con la jubilación en el horizonte, Luis reflexiona sobre lo que significará dejar el taller: “Va a ser difícil. Llevo toda mi vida viniendo acá cada mañana. Entré con 20 años, y ahora estoy cerca de los 65. El ferrocarril no fue solo un trabajo; fue mi vida entera. Mi padre, mi hermano y yo somos ferroviarios. Es un legado familiar”.
A pesar de su retiro, Luis tiene claro que seguirá vinculado a la comunidad de El Maitén: “Este es mi lugar. Aquí está mi familia y mis recuerdos. Aunque ya no venga al taller, siempre estaré cerca de las vías”.
Luis también sueña con un futuro en el que La Trochita recupere parte de su antigua gloria: “Sería increíble volver a conectar las localidades como antes, aunque sabemos que es un proyecto costoso. Pero si algo he aprendido en estos años es que el ferrocarril siempre encuentra una forma de seguir adelante”.
Un legado que perdura
Luis Ponce es mucho más que un ferroviario. Es un símbolo del esfuerzo, la dedicación y el amor por una tradición que define a la Patagonia. Su historia, como la de La Trochita, es un recordatorio de que, con pasión y trabajo, es posible mantener viva la memoria y construir un futuro mejor.
“Ser ferroviario es un orgullo. Cada vez que veo una locomotora en funcionamiento, siento que mi trabajo vale la pena. Es como ver a un miembro de la familia”, concluye con una sonrisa.
La Trochita, gracias a hombres como Luis, sigue siendo un testimonio viviente de la historia y el alma de la Patagonia.