Eva Quilodrán nació en Cholila, rodeada de las plantas de su abuela, sabia en la medicina ancestral de su pueblo mapuche. Hoy en su jardín de Esquel tiene frutales, árboles, plantas, flores y ese mismo saber que la impulsó a seguir en ese camino pero en otros tiempos, le ha dado la oportunidad de hacer su camino y mantener viva su cultura. Eva se jubiló como enfermera y ha escrito libros y expuesto en conferencias alrededor de toda Latinoamérica llevando su saber para un bienestar más integral, donde también cabe la naturaleza que nos rodea.
La cultura familiar estaba atravesada por el trabajo. Ella y sus siete hermanos se levantaban temprano todos los días a trabajar en la casa, barrer, cosechar, aprovechar las bondades de vivir en la costa del arroyo. Juntaban maqui, llao llao, leña, pescaban, cazaban piches -entonces no había política de protección- y en casa arvejas, lechugas y “muchos remedios”. Para el invierno trabajaban las conservas de charqui y los orejones de fruta: “Mi abuela y mi papá hacían un chenque -hoyo grande- y tiraban papas, repollos, zapallos y lo tapaban con pasto y tierra para tener cuando escaseaba y hoy es difícil vivir así”.
Su familia paterna era jornalera, su madre era lavandera, descendiente española, y en su casa era su abuela de parte de su padre quien la llevaba a trabajar el jardín. “Iba con mi abuelita a hacer rituales, ceremonias y yo era muy pequeña, me lo tomaba como un juego que después me dí cuenta lo importante que era”, pero todavía le faltaba un tiempo para reencontrarse con la sabiduría que le trajeron las plantas. Un paso más cerca fue conocer a Vicente Calfunao, su esposo desde hace 57 años: “No querían que me casara con él, decían que iba a vivir mal, a mi mamá le preocupaba el apellido y a mi papá que terminara la primaria. Recuerdo que me decía ´yo no quiero que su vida sea como la de nosotros, toda la vida trabajando´”.
VIVIR PARA TRABAJAR O TRABAJAR PARA VIVIR
Cuando terminó la primaria se fue a trabajar en la casa de la familia Breide con 13 años. Dos años más tarde conoció al amigo de su hermano y se enamoró: “Vi en Vicente un hombre trabajador y le insistí a mi mamá hasta que nos dio permiso porque yo era muy joven”.
Si bien hubo necesidades, “sabíamos que había mucha semilla, mucha cosecha y no nos iba a faltar nada. A nosotros nadie nos dio nada y en esa época no había ayuda como puede haber un poco más ahora, te las tenías que resolver”. Con Vicente se mudaron a Gastre donde él se dedicó a la construcción, saber que le dio luego la posibilidad de construir su casa, entre sus plantas.
- ¿A qué te dedicaste en Gastre?
- Éramos pocas familias, unos 40 vecinos y una de ellas enseñaba corte y confección. Su marido era radio operador de la Policía y vio lo que me esforzaba para aprender y me dice: ´¿No querría su marido trabajar en la Policía?´ Y yo le respondí: 'los odia, ni se te ocurra´. Le llevé los documentos sin decirle nada porque él vivía viajando y yo sola con los nenes. Cuando llegó el nombramiento ¡Ay Dios mío! Lo fueron a buscar por que de hecho en esa época si no trabajabas te llevaban preso. Así fue que ingresó a la radio y la parte de comunicación de la Policía.
Vicente había hecho una cabaña y ella estaba embarazada: “Tengo una foto por ahí, yo de minifalda y chalequito lo ayudaba a cargar la arena, buscar la madera, hizo una casa preciosa en medio de la nada y con un frío terrible. Todavía recuerdo el olor a kerosene, las casas de barro y los techos de paja. Yo terminaba todas las tardes en casa con los amiguitos de mis hijos y era muy sociable”.
Esa facilidad para relacionarse la ayudaría siempre. Un día llevó a los hijos a control y el médico le ofrece trabajo de cocinera en el Hospital: “Entré un 20 de junio con un guardapolvo celeste prestado. Siempre me acuerdo que tenía una manchita de quemado y le hice un parchecito. Me fui feliz de ponerme ese guardapolvo”, recuerda y agrega: “Yo justo había llevado los papeles para intentar entrar de portera en la escuela. Mi marido escucha en el radio mi nombramiento y me viene a avisar el mismo día que entré al Hospital como contratada. Yo lo pensé dos veces. Salí, miré al sol con mi guardapolvo celeste y me dije: ´me quedo acá´”.
Ella le tenía miedo a la sangre, a las agujas, pero se la aguantó y siguió su corazonada. Cuatro años vivieron en Gastre: “Cuatro años después nos dieron el traslado a Río Pico y nos fuimos llorando. Habíamos entablado mucho cariño con los vecinos. Yo era amiga de todos, venían chicos del norte a trabajar sin nada y también los ayudaba porque no tenían a nadie. Nos juntábamos en casa a jugar al Rumy, a escuchar mi tocadiscos naranja, poníamos cumbia o alguno tenía acordeón, se lo pasaban porque todos lo sabían tocar y en las señaladas bailábamos chamamé, hacíamos tortas dulces para los cumpleaños y me gustaba cobijarlos a todos”.
NUEVOS RUMBOS, RÍO PICO
Allí la emoción fue plena: “Nos prestaron una cabaña y nos tiramos en el pasto con los chicos con una felicidad tremenda porque todo era hermoso, verde, con lagos, ríos, arroyos. Íbamos a pescar y pasábamos mucho tiempo con los chicos, de quienes aprendí mucho”. Allí llegaron a tener una sodería.
- ¿Con qué te encontraste en Río Pico?
- Todo lo que es cultura era muy hermoso. Se festejaba carnaval aún durante la dictadura. Hacíamos carrozas, desfiles, se jugaba al fútbol, al básquet. Mis hijos crecieron y nosotros crecimos, ellos empezaron a jugar y nosotros entramos en las comisiones para organizar los eventos y juntar plata para las camisetas, para los viajes a José de San Martín, Gobernador Costa. Hacíamos tortas, cocinábamos todo a leña porque no había gas. Una vida muy comunitaria, festejábamos los días del padre, del niño. Siempre se invitaba al vecino que tocaba bien el acordeón, así que siempre había música y deporte, hacíamos tremendas fiestas. Los chicos cambiaban historietas por el barrio, con los gendarmes, con los docentes, hasta venían las mamás a casa a cambiar historietas con para sus hijos.
- ¿Cuándo llegaron las plantas?
- Yo ya las tenía siempre conmigo, lo que pasa es que en el Hospital no te dejaban ni hablar de eso. Pero la medicina estaba en mi ADN. Mi suegra, una gran mujer de quien aprendí mucho, me hacía tecitos de toronjil, melisa, menta. En Río Pico por donde fuera que salías había limpia plata, tallito azul, estaba todo el tiempo en conexión con las plantas. Yo me empeñaba por tener el jardín más lindo de Río Pico, tenía flores de lo que me pidan. Ahí en Río Pico había una médica rusa, Halina Riasniansky, que tenía otra cabeza y empezó a formar, aunque sin título, a lo que se decía enfermeras empíricas, ella nos transmitió un tremendo conocimiento y experiencia, aún hablando poco en castellano. Entonces yo estaba de mucama y terminé haciendo yesos. En esa época los partos se hacían ahí mismo, no como ahora que los trasladan, y ahí empecé a ver la necesidad de una formación. Ella era también muy estricta y a la hora que fuera, como sea, a caballo en medio de la noche, atendía a todo el que necesitara. Ahí empecé a hacer algunos ungüentos. Pero estuvieron siempre en mi casa, más cuando me encontré con la familia de mi marido que tenía la cultura ancestral más presente.
- ¿Qué preparabas?
- Las tenía para mí, para el que necesitara pero en mi patio porque estaba prohibido, te podían llevar preso. Ahora puede ser que esté un poco de moda, pero en ese momento la medicina ancestral para mi implicaba parte de estar sana. Porque es algo natural y trata la mente y el corazón. Yo respeto mucho a las plantas, son mis hijas, mi vida, mis hermanas, yo puedo charlar con ellas. Acá en mi casa yo hablo con las plantas, ahora están tapadas por el invierno y el 24 de junio que comenzó el regreso del sol yo conecto con eso y las plantas también. Depende de tu corazón.
- ¿De dónde sentís que te viene?
- Como te dije de la familia de mi marido, algunos se han desconectado, perdieron eso lo desconocen y es muy triste. Mis amigas siempre renegaron cuando yo hablaba de los pueblos originarios. Yo llegué a la universidad, me esforcé y sabía que si estudiaba podía llegar a tener la oportunidad de compartir todo esto. Estudié en Comahue y me acompañaba con ginko biloba para la concentración, me acuerdo que hablaba del tema con el médico Machado, con quien compartíamos muchos saberes. Trabajé muchos años de enfermera, hasta jubilarme y ahí seguí trabajando pero con las plantas, escribiendo. Me animé a plasmar en mis tres libros mis recorridos, empecé a viajar a congresos por todo el continente. Me costó horrores que me reconozcan porque a veces me llamaban y me decían ´vos seguí con tus yuyitos y te vas a ir a la calle´, ese reconocimiento apareció cuando me jubilé.
LAS PLANTAS, COMPAÑERAS DE VIDA
Ella se quedaba en silencio y aprovechaba cada momento para aprender y adquirir experiencia. Las plantas son medicinas sutiles pero no inocuas, sus dosis y propiedades requieren de mucho aprendizaje que víctima del prejuicio, en esa época era en soledad y de boca en boca. “Mirá yo veo prejuicio en todas partes. Por ejemplo cuando hablan del hippie o chabón que le dicen, yo tengo siempre presente que cuando llegás a uno lugar son los primeros en compartir, una bolsita de pan, no sé, azúcar, lo que sea, eso es amor, yo lo tomo así. Para mi el amor más grande que puede haber es el de compartir, ayudar, no como la gente que te juzga, siempre juzgan por algo. Imaginate que yo estudié, logré mi título y me dí cuenta que yo podía ayudar a la gente”, dice con sabiduría.
En Esquel y en Trevelin brindó talleres gratuitos en conjunto con la ingeniera forestal Ana Valtreani, gran promotora de la agroecología, para el uso medicinal de las plantas. Cremas, talcos, jabones, aceites: “explico y difundo el uso de las plantas, dónde crecen y cómo cultivarlas y cosecharlas, siempre teniendo presente que las plantas son seres vivientes. Son como un hijo para mí y siento que pude unir medicina popular y ciencia y eso es hermoso aunque me costó mucho. Me han llamado desde Rawson para hacerme explicar lo que sabía y de pronto estaba compartiendo charlas en la Universidad”.
“EMPECÉ A HABLAR”
- ¿Todo ese proceso fue un reconocimiento para vos?
- Sí. Ahí empecé a hablar sobre plantas y sobre todo sobre los pueblos originarios. De dónde venía la marginación, el maltrato, la tortura. Por que ese reconocimiento todavía no está y hablo tanto desde el corazón que sé que modifico en algo. Yo ví a las abuelas que se llevaban presas por dar té de paico, el desconocimiento era del otro. Por que claro algunos se tomaban un té con una enorme cantidad de hierba y eso intoxica también. A pesar de todo ese maltrato y esa falta de conocimiento yo respeto, apoyo, doy todo mi encanto y no lo hago desde un lugar político ¿Sabés todo lo que hubiese hecho si hubiese sido política? Mis padres fueron siempre peronistas y llevo este nombre precioso que honro, porque por algo me lo pusieron. Yo apuesto al trabajo y a las personas que hacen el bien.
- ¿Qué te hizo cambiar?
- Cuando me jubilé. Yo fui de otra manera, con otra mirada y presenté mis trabajos en San Luis, Tucumán, iba con los médicos como Lía Pérez Rienzi o Fernando Macayo. Llevé medicina a los pueblos originarios de Chaco, Misiones, Corrientes, intercambiábamos en la selva. Eso me lo gané yo y fui a Cuba, México, Chile, Perú. También muchas escuelas y bueno con la pandemia, aún estando muy triste, ayudé a muchas personas que venían acá a la puerta de mi jardín a buscar preparados. Incluso gente de distintos lugares, tengo usuarios en Comodoro, Trelew, Caleta Olivia, coseché muchos amigos y muchas semillas.
UN TALLER NIDO
Es invierno y las plantas duermen. Eva está en el taller en el fondo de su jardín con miles de frascos y verdes en distintos tonos.
-¿Cuáles hierbas te gustan más?
- La gente sufre mucho insomnio, que tiene que ver con el pensamiento, el corazón, la piel. Hay mucha rosácea y también gastritis, y como se conecta con el mundo es lógico, sobre todo después de la pandemia. Hay mucho dolor de espalda que tiene que ver con las cargas emocionales y las plantas trabajan también la energía. El cuerpo manifiesta, y una gran planta es el hipéricum o la hierba de San Juan que depende de cómo se use sirve para el ánimo, para el sueño, para los calambres, para una quemadura. Otra es la melisa, que alienta, tranquiliza y el pañil para la piel y para lo digestivo. Con eso ya tenés para ayudarte porque cura y sana y a eso me dedicaré mientras pueda seguir haciéndolo.