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10 de Agosto de 2025

Quiyén: “Cuando empecé mi transición, empecé a querer vivir”

La primera de las entrevistas a juventudes en Esquel. Un acercamiento a la experiencia de resiliencia de Quiyén, que nació en Gualjaina y encontró en Esquel la oportunidad de estudiar, expresar su identidad y cumplir sus sueños.

Domingo, 30 de junio de 2024 a las 09:00
foto: Andrés Jorgensen

“Era el puto del pueblo”, dice Quiyén, nacida y criada en Gualjaina, que como muchas juventudes decidió instalarse en Esquel para estudiar, y que como muchas juventudes, se alejó de su pueblo natal para buscar su propio destino, por fuera del bullying y la violencia machista en la que creció sin poder expresar su identidad. Una historia de resiliencia en una joven trans que con sus 27 años cumple sus sueños en Esquel.

“Los recuerdos que tengo de Gualjaina no son los más lindos que digamos. Mi vida fue atravesada por muchas violencias, como el bullying. Nos conocíamos todos y me apuntaban como el puto del pueblo”, cuenta con una entereza propia de haber atravesado desde muy pequeña, violencias sociales como el acoso y la pobreza. Quiyén abre su corazón sin dudar y cuenta su historia con un mensaje: la mejor reacción al miedo es el amor a la vida.

Pasar por una transición fue para Quiyén un camino de descubrimiento, obstaculizado por el contexto y por los prejuicios sociales, incluso propios: “Yo no lo quería ver, no me aceptaba en ese momento y si conocía a alguien gay me generaba rechazo”, confiesa. Las comunidades rurales suelen ser más tradicionalistas, y conservadoras frente a los cambios y nuevas dinámicas sociales. También el atraso en relación a la falta de políticas públicas más igualitarias con respecto a la ruralidad y los pueblos más chicos, suelen profundizar esas tendencias de las que Esquel tampoco es ajena. Sin embargo, para ella fue el destino en el que pudo ser como quería y cumplir con su objetivo de tener un trabajo: “no quería sufrir los condicionamientos que sufrimos las mujeres trans”.

DE PUEBLO CHICO A PUEBLO GRANDE

En Guajaina, Quiyén no le expresaba a nadie lo que sentía, aunque a su alrededor parecía que se daban cuenta: “Todo el tiempo tenía el pensamiento de que se me iba a pasar, que iba a terminarse el hecho de que mis compañeros me trataran mal. Siempre fue así y también en mi casa donde había problemas de alcohol y violencia. Lo peor fue la violencia psicológica pero hice una especie de proceso interno y cuando terminé la secundaria no dudé en irme”.

Siendo joven y habiendo vivido una infancia difícil, pudo entender la situación en su casa: “mis papás se tapaban con los cueros de los animales para dormir, tenían poco para comer y no fueron a la escuela, mucho trabajo de campo. Con lo que tenían hicieron todo para mandarnos a los internados de Gualjaina”.

Con la adolescencia, sus hermanas empezaron a ir a Esquel para salir los fines de semana. Era ese el momento en que aprovechaba para usar las “pinturitas” y leer las revistas que tenían escondidas sobre moda y maquillaje. Algo empezaba a unirse en su propia búsqueda: “Yo no hablaba con nadie de mi identidad sexual, ni con mis amigas, y aprovechaba cuando se iban para hacer lo que me gustaba”.

Quiyén necesitaba salir de su pueblo: “Creo que si seguía en mi pueblo, terminaba mal, no era el lugar para mí. Pasé una situación de acoso y como me daba vergüenza ser gay, no podía decirle a mi familia que esa persona me seguía y en Gualjaina lo conocían. Dormía mucho y pasaba el tiempo limpiando mi casa”.

- ¿Cuándo decidiste irte a Esquel?

- Mi objetivo era estudiar. Nunca fui tan aplicada pero yo quería tener un trabajo, probé un par de cursos y me costó un montón el salto educativo, no pude acostumbrarme pero fue una experiencia que igual me trajo mucho aprendizaje. Creo que el estudio siempre fue como mi foco e insistí con cursos profesionalizantes de atención al turista, camarero, aprendí inglés, auxiliar de comercio, de oficina, para ver qué me gustaba. Todo eso dio experiencia y quería tener herramientas. Sabía que un día iba a tener un trabajo y que tenía que prepararme antes. Eso también me llevó a ir conociendo gente porque en ese momento era muy tímido”.

Trabajó como mozo e iba y venía hasta que entró en crisis: “Necesitaba algo más seguro, sabía del prejuicio de la sociedad y quería tener una estabilidad. Primero me fui a probar en Chile y volví por un problema de salud de mi mamá. Mi hermana con tal de que me quede me pagó el curso de maquillaje y ahí me instalé en Esquel”. Fue a Esquel a vivir con sus dos hermanas y siente que no sólo la ciudad sino los estudios la ayudaron a desenvolverse. Empezó el profesorado de teatro que le quitó la rojez de los cachetes al entablar conversaciones con los demás: “Acá dejé mis inseguridades de lado, me cruzo con más gente pero menos que conozco. Me di la oportunidad de vivir y ser yo, aunque el prejuicio está siempre, pero de a poco te vas curando el espanto, por suerte no he tenido situaciones feas”.

 


 

ESTUDIAR Y ROMPER ESTRUCTURAS

“El profesorado de teatro fue una casualidad porque primero busqué una carrera que no tenga matemáticas – se ríe- y como mi prima quería que estudiara con ella y no había cupo elegí teatro, necesitaba soltarme, solté la mirada del resto. Ahí entendí que los prejuicios del resto son los que me hacían sentir que hacía algo mal y solté. Como changa hacía maquillajes con la ayuda de mi hermana. Ahí empecé mi transición y me empecé a maquillar para salir de mi casa”.

Sus hermanas solo observaron los cambios: “No se los dije en palabras, todo se dio así. Empecé a desinhibirme, me dejé crecer el pelo, fue poco a poco pero a la vez impactante. De la nada misma terribles revocadas en la cara, colores”, se vuelve a reír.

Quiyén cuenta que el desencadenante fue la serie Veneno, que cuenta la historia de la transición de Cristina Ortiz, una mujer transexual ícono en España en los años 90, hasta ser estrella de televisión: “Eso fue como decir ¿por qué estoy perdiendo el tiempo con lago que no soy, no quiero ser? Sabía que me iba a costar, porque ser gay ya cuesta, ser trans mucho más porque tenés que enfrentarte a vos y es todos los días encontrarse con una misma en el espejo y no era como quería verme. Tuve que trabajar la ansiedad y lo decidí sola a mis 25 años. Fui me hice el documento – gracias a la Ley de Identidad de Género- y luego -gracias a la salud pública- comencé con el tratamiento de hormonas”.

MI NOMBRE ES QUIYÉN

Su nombre es mapuche, como su sangre: “Quería reivindicar mi identidad cultural. Las generaciones de mis padres fueron criadas con miedo, silencio, negación de su identidad. Me parece tan rico lo que hay y me duele que no se haya podido transmitir. Mi mamá hace tejidos mapuches, es hilandera y me encontré con mi nombre de casualidad por el gato de un amigo. Cuando me dijo cómo se llamaba me dio escalofríos, lo sentí, Quiyén: luna en lengua mapuche. Había estado buscando nombres y me gustaba Evita, por que amo a Evita Perón, pero sentía que no iba conmigo, que ella es ella, pero tampoco quería un nombre común”.

- ¿Qué te gusta de Evita?

- “Mis papás no son políticos, pero a mi me atrajo el ícono Eva Perón. Me gusta apreciar la belleza de la mujer, ella como ícono de la moda, como mujer poderosa, decidida, segura, con convicciones y esa fortaleza para enfrentarse a todo. Verla me recuerda que el miedo está siempre, pero no te podes dejar ganar por él”.

Con el proceso hormonal se expresa con la misma determinación, foco y por sobre todo resiliencia: “Afecta un poco desde lo físico y en cuanto al humor, pasé tantas cosas feas que no me permito mucho mas allá de los días que tenemos todos. Porque cuando empecé mi transición yo empecé a querer vivir, antes no quería vivir. Yo quiero vivir como yo quiero vivir, por eso me propongo no estar triste o mal por pelotudeces.”

- Qué lindo lo veas así.

- Sí para adelante, para arriba y para adelante como digo yo. Más allá de mi proceso de transición, cualquier proceso de transición o cambio de vida lo valen si es para sentirse más uno.

Quiyén cumplió su sueño de tener un trabajo, gracias al Cupo Laboral Trans: “Yo no quería seguir los condicionamientos que sufrimos las mujeres trans. Yo me dije no, no pretendo ser una prostituta, me merezco más, estoy para más y no me puedo conformar con eso y acá estoy. Vengo de una familia pobre, me faltó todo siempre, desde el amor, la ropa, un par de zapatillas, menos comida. Pero ese afecto que me faltó, lo encontré en mis hermanas y mis amigas, bah, no sé si lo encontré, LO TRANSFORMÉ, con trabajo, estudio y esfuerzos”.

 

foto: Andrés Jorgensen