Cada vez que se habla de fútbol en la Comarca Andina, un nombre aparece inevitablemente: el Ruso Keller. Alfredo Keller, su nombre completo, es mucho más que un comerciante de El Bolsón: es un testigo y protagonista de una época dorada del fútbol regional. En la antesala de un nuevo Superclásico, desde Info Cordillera nos acercamos a su local para conversar, pero, sobre todo, para escuchar. Y lo que comenzó como una charla informal, se convirtió en un emotivo recorrido por recuerdos imborrables.
“El Ruso” no es un apodo al azar. Es una herencia. Su padre, de origen alemán, fue bautizado así por los vecinos de Maquinchao, en la Línea Sur, donde se crió Alfredo. Un gringo alto, de ojos celestes, fue suficiente para que lo apodaran "el ruso". Con los años, “Rusito” se volvió la versión local, familiar, cercana.
Keller llegó a El Bolsón con 15 años, para cursar la secundaria en el Hogar Concentración. Ya jugaba al fútbol desde niño, en canchas de tierra, donde el ripio pelaba las canillas y la pasión no conocía de comodidades. En El Bolsón, junto a otros compañeros del hogar, intentó sumarse al Club El Refugio, pero no fueron aceptados. Entonces formaron su propio equipo, le jugaron a la selección local y le hicieron siete goles. Esa victoria fue el inicio de todo.
"Ahí nos anotaron a varios para los clubes locales. Yo entré al Club Güemes, y toda mi vida jugué allí", recuerda. Años después, incluso prestó su juego para El Refugio en una campaña inolvidable que terminó en campeonato, aunque nunca se entregó el trofeo. No pudo jugar la final porque debía cuidar a su suegro enfermo y no pudo concentrar con el equipo. "Me dolió mucho, jugué todo el torneo y me quedé afuera del partido más importante. Pero la familia está primero."
Keller comenzó jugando como defensor, luego como mediocampista central, reemplazando a Miguel Sorokoski en el Güemes. Se forjó como un jugador recio, sin mala intención, pero firme. "A mí siempre me decían que atropellaba, pero yo iba limpio, al balón."
Uno de los recuerdos que guarda con más cariño es el partido contra Cipolletti, cuando el club rionegrino ingresó por primera vez al fútbol profesional. El Güemes les ganó por penales, en un partido inolvidable. "Yo estaba destruido físicamente. El doctor Sado me llevó a su casa, me dio una inyección no se de que, pero la cosa que jugué todo el partido. Corrí como nunca. Después, eso sí, al otro día no me podía ni mover."
Las condiciones eran muy distintas a las actuales. Las canchas cambiaban de lugar: primero donde estaba la Escuela Comercial, luego en el actual predio del Gimnasio Municipal, y finalmente donde está el Estadio actual en el barrio Las Quintas. "Nosotros mismos marcábamos la cancha, cuidábamos el pasto. Era otra cosa, todo hecho con amor."
Jugar con botines era un lujo. Las pelotas eran de cuero, pesaban kilos al mojarse y dejaban marcas en la piel. Las anécdotas abundan: "Una vez teníamos dos wines, uno derecho y uno izquierdo, pero solo uno tenía botines. Así que se prestaron un botín entre ellos y cada uno jugó con un botín y una zapatilla. Era lo que había."
El fútbol era también un evento social. Los clásicos entre Güemes y Refugio atraían gente de toda la Comarca. "Terminaba el partido y nos íbamos todos juntos, abrazados. Eso era lo más lindo."
Y hubo un sueño que no fue. Una vez, River Plate lo quiso llevar. "Vinieron a buscar jugadores y me vieron jugar. Pero era menor, y el director del hogar no me dejó ir. Me dijo: si fracasás, no tenés vuelta. Me quedé, y nunca me arrepentí. Acá tengo mi familia, mis amigos, mi historia."
Hincha de Boca "de toda la vida", confiesa que habría jugado para River si eso significaba vivir del fútbol. "En esa época, uno jugaba donde podía."
Hoy, alejado de las canchas, no ve fútbol local. "Me molestó la falta de respeto de algunos jóvenes hacia los grandes. Y además, ya no se puede ni tocar al rival sin que se tiren al piso. Antes era distinto."
La charla se cierra con una sonrisa y un brillo especial en los ojos del Ruso. "El fútbol fue mi ilusión de toda la vida. Y aunque no jugué en primera, viví todo con el alma."
En tiempos donde el fútbol muchas veces se mide en cifras y contratos, la historia del Ruso Keller nos recuerda que alguna vez se jugó con botines prestados, la camiseta embarrada y el corazón en la cancha.