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5 de Julio de 2025

“La Chucky”: la alegría inagotable que eligió El Bolsón para brillar

Malisa Sequeiros, más conocida como “La Chucky”, es una de esas personas que no pasan desapercibidas. Con su energía arrolladora, su risa contagiosa y su motor solidario, llegó a El Bolsón por vacaciones… y terminó echando raíces tan profundas como el Piltriquitrón. Esta es su historia: la de una mujer que hizo del movimiento, el amor comunitario y la risa, su forma de vivir.

Sabado, 24 de mayo de 2025 a las 09:05

En este nuevo encuentro del ciclo de entrevistas de Info Cordillera, nos dimos el gusto de conversar con alguien que no necesita mucha presentación. Porque decir “La Chucky” en El Bolsón es decir sonrisa, energía, abrazos, música y corazón. Pero detrás del apodo hay una historia de vida intensa, conmovedora y profundamente humana. Malisa Sequeiros –sí, ese es su verdadero nombre, como figura en su DNI– llegó al pueblo por primera vez en 2002, desde Buenos Aires. Y apenas puso un pie en la terminal, dijo algo que cambiaría su destino: “Me quedo a vivir acá”.
Malisa Sequeiros, conocida por todos como “La Chucky”, llegó a El Bolsón en el año 2002, en plena crisis nacional, y encontró en este rincón del sur un lugar donde echar raíces. Lo que comenzó como unas vacaciones terminó convirtiéndose en una nueva vida, tejida a base de movimiento, risas, solidaridad y una energía arrolladora que aún hoy contagia a quienes la rodean.

 

Un flechazo con la montaña
La historia comenzó en enero. Malisa había llegado invitada por una amiga a pasar unos días de descanso. Venía desde Buenos Aires, donde había vivido toda su vida entre los barrios de Floresta y Versalles. Apenas bajó del colectivo, medio dormida, se encontró de frente con la imponente presencia del cerro Piltriquitrón. Fue una especie de revelación. “Me quiero quedar a vivir acá”, pensó. No era una frase al pasar: era una decisión.
Regresó a Buenos Aires solo unas semanas, a cerrar capítulos y despedirse de su abuela, que falleció poco después. El 24 de marzo ya estaba de nuevo en El Bolsón, esta vez con valijas cargadas de cosas y proyectos, entre ellos su torno de cerámica. Y con algo más importante aún: la certeza de que ese lugar, hasta entonces desconocido, sería su nuevo hogar.

 

De la hiperactividad a la acción
Malisa siempre fue una persona en movimiento. Desde chica no paraba: hacía danza, natación, taekwondo, aeróbic. “Mis viejos no sabían qué hacer conmigo. Era como un conejito de esos que no se les acaba la pila”, recuerda con una sonrisa. Tenía una energía inagotable y una gran necesidad de expresarse, de estar en acción constante.
También era la que organizaba, la que lideraba. “Jugábamos a ser animadoras como Xuxa, y yo siempre quería ser la que cantaba, la que dirigía, la que armaba todo. Las chicas me decían que era una pesada. Y sí, puede ser. Pero en el fondo ya estaba claro que esto era lo mío”, dice. Hoy, con perspectiva, sabe que esa niña inquieta que quería estar al frente era simplemente una versión más joven de la mujer que es ahora.

Un comienzo lleno de cambios
Instalarse en El Bolsón no fue fácil al principio. Acostumbrada a la vida acelerada de la ciudad, le costaba adaptarse al ritmo del pueblo. “Yo me levantaba a las siete de la mañana para salir a buscar trabajo, pero acá todo arrancaba a las diez. Era desesperante”, recuerda. Aun así, no se desanimó.
Comenzó ayudando en una posada: limpiaba, cocinaba, atendía huéspedes. Pronto empezó a participar en actividades comunitarias, siempre con una sonrisa, siempre con ganas. En paralelo, comenzó a estudiar cerámica en la Escuela de Arte de El Bolsón, hasta que un día, viendo televisión, algo le hizo clic: un infomercial de Zumba.

“Lo vi y dije: eso lo voy a hacer yo”. Nadie en el pueblo conocía todavía qué era esa combinación de baile y fitness, pero Malisa se encargó de traerla, presentando un proyecto en el área de Deportes. Empezó con apenas tres alumnas, pero la propuesta fue creciendo. Y con ella, también su autoestima y su salud. A través del movimiento y el baile, encontró una nueva forma de conectar con los demás y consigo misma.

 

La risa como bandera
Quienes conocen a Malisa saben que no pasa desapercibida. Su risa es fuerte, auténtica, contagiosa. “No grito porque esté loca. Grito porque quiero que me escuchen. Porque si hablás bajito, no se te vibra el pecho. En cambio, si hablás fuerte, algo se mueve en el otro. Eso quiero lograr yo”, explica.
Su energía no tiene que ver con el simple entusiasmo. Tiene que ver con la alegría como decisión de vida, como una forma de resistir. “A veces no estoy bien, también me pasan cosas. Pero cuando doy clases, cuando bailo, me pasa algo mágico: se me van las penas. Me transformo. Y quiero que eso le pase también a los demás.”

 

Una vida al servicio de los demás
Desde 2015, las clases de Zumba se convirtieron también en actos solidarios. Cada tanto, alguien se le acercaba y le decía: “¿Podés hacer una clase a beneficio de…?”. Y Malisa, sin dudarlo, decía que sí. Familias con dificultades económicas, escuelas, personas con problemas de salud, eventos comunitarios: todos encontraron en ella una aliada incansable.
“El fin de semana daba clases, organizaba sorteos, pedía donaciones, armaba shows. Terminaba agotada, pero con el alma llena.” Recuerda, entre risas, que incluso le pidieron ayuda para juntar dinero para una operación estética. “Querían hacerse las lolas. Y yo también me las quiero hacer, pero no da. No es prioridad. Mejor ayudo a alguien que realmente lo necesita.”
También participó de carreras solidarias, encuentros comunitarios y actividades barriales. Su nombre se volvió sinónimo de colaboración. Y su apodo, “La Chucky”, dejó de ser una broma para transformarse en una marca personal. La gente ya no pregunta quién es Malisa: todos saben quién es Chucky.

 

El amor y la familia, su otra cara
Malisa es madre y compañera. Tiene hijos, una casa y un compañero de vida que, como ella dice con humor, “es como un boomerang: a veces se va, pero siempre vuelve”. El amor también forma parte de su identidad. La maternidad la transformó, y la familia es uno de sus pilares. Aunque esté lejos de sus padres, mantiene una relación muy cercana con ellos. “Hablar con mi mamá o mi papá es como tomar vitamina. Los necesito, los extraño, pero sé que están ahí.”
También dice que le encantaría poder viajar más, conocer otros lugares, ver el mar más seguido. Pero no lo vive con frustración. “Mi vida está acá. Y todo lo que hago, todo lo que construyo, tiene sentido porque lo hago desde el amor.”

 

¿Y si alguien abre esta nota dentro de 40 años?
Cuando alguien dentro de varias décadas abra esta nota y pregunte quién fue La Chucky, ella quiere que respondan sin dudar:
“Era una mujer que no paraba. Que te hacía reír cuando más lo necesitabas. Que no sabía estar quieta, pero tampoco sabía ser indiferente. Que si podía ayudarte, lo hacía. Que si podía hacerte bailar, también. Que daba todo lo que tenía, y a veces más. Que gritaba, sí. Pero era su forma de decir: estoy acá, contá conmigo.”
Y que agreguen, con una sonrisa: “Era una loca hermosa. Pero de las que hacen falta en el mundo.”