Iba caminando con botas de goma a hacer un mandado para su mamá y había unos vecinos jugando en la canchita del Estación. A falta de un jugador, uno recién llegado al barrio lo vio pasar y a falta de jugadores le gritó a lo lejos para invitarlo y él todo entusiasmado dejó la bolsa y se mandó al partido. Como no sabía su nombre, durante el partido su compañero de equipo le gritaba: ¡Botita largála! ¡Pasála Botita!, de ahí quedó su sobre nombre: “Botita”. Esta experiencia no sólo le dio un apodo por el que muchos lo conocemos, sino también una especie de epifanía que marcó su militancia social a través del deporte para contener a los pibes del barrio y generar otros espacios de socialización. Botita Molina del Estación tuvo, en un contexto de pobreza, una infancia feliz que lo inspiró a seguir intentando aportar a su barrio y dar esa alegría con la que creció a los chicos.
POR LAS VÍAS DE SU DESTINO
Botita no recuerda mucho de las circunstancias familiares pero sabe que su abuela materna, Isabel Díaz, se había criado en el Futalaufquen junto con su mamá y sus tías, “la sacaron de allá y la trajeron al Bella Vista, a unas casillitas que daba el Municipio en ese tiempo”. Sus padres quedaron trabajando en el campo y Botita quedó a cargo de su abuela. Alrededor de sus ocho años su padre falleció luego de un accidente.
- ¿Qué recordás de esa experiencia?
- Como yo estaba re pegado a mi abuela lo veía esporádicamente. Sé que también vivimos cerca de Trevelin en un momento porque mi papá era de la Aldea Escolar y yo recuerdo ir a la casa de mi abuelo paterno y jugábamos en los galpones de por ahí. Pero no recuerdo mucho más. Después fui a la Escuela 24 y era medio complicado porque estaba re apegado a mi abuela y para ella yo era el nene de la abuela, así que si tenía un problema ella iba a resolverlo. Yo no quería ir, esas cosas de chico que uno no entiende sobre la importancia de estudiar y mi abuela iba y me defendía.
- ¿Y tu mamá?
- En ese trayecto no se que pasó, nunca entendí y tampoco pregunté. Yo tengo dos hermanos más pero yo me quedé con mi abuela hasta que falleció y eso se convirtió en un problema para mí. Se ve que era muy malcriado y mis primos que paraban en mi casa en Bella Vista, empezaron a dejarme afuera de todo y ahí es cuando me vengo a vivir con mi mamá, Eulalia Regina Villablanca, que ya estaba acá en el Estación. Cuando mi papá falleció algo pasó y mis hermanos se fueron con mi tía y mi tío paterno y yo me quedé con mi mamá que se había juntado con mi padrastro. Mi padrastro nunca se hizo cargo de mis hermanos y de mí. Como se dice "se hizo cargo de la vaca pero no de los terneros", yo tenía problemas con él. Un día me fajó y ahí aparece Doña María Lismendra.
EL BARRIO, LA FAMILIA
Amiga de su mamá de la infancia y antigua pobladora del lago, Doña María empezó a cuidar de Botita y sus hermanos como si fueran propios. Sus hijos y los de Isabel andaban juntos en el rancho de Doña María: “tenía piso de tierra y eran muy pobres, pero vivimos una etapa muy feliz, yo era amigo de Elio, uno de sus hijos y ella vivía con Martín Linares, un hombre muy bueno que lo recuerdo tosco, muy trabajador y nos hacía chistes. Por ahí estábamos comiendo y él nos metía un hueso y ella nos defendía, era todo alegría”, recuerda.
- ¿Qué cambió entonces?
- Doña María era una persona muy bondadosa, veía los malos tratos de mi padrastro y como a muchos, los invitó a compartir con ella, nos daba lo que podía. Mi mamá también era así pero yo entonces decidí irme con ellos. Me hicieron una pieza y empecé a vender diarios: a la mañana La Nación y Clarín, vendíamos también Lotería, y a la tarde repartíamos el Esquel. La imprenta estaba ahí en Rivadavia casi el 25 de mayo, a la vuelta estaba el negocio El Jabalí Rojo que vendía unos sándwiches de milanesa muy sabrosos. Y después estaba el cine, que a veces íbamos. Linares era muy serio y trabajador y lo obligó a Elio a ir a la escuela, pero a mi, quizás por no ser su hijo, no. Yo era muy libre también y creo que por eso no me presionó, quizás me lo dijo pero no me presionó. No quería que nos mandáramos macanas entonces nosotros íbamos a trabajar, también cortábamos el pasto y él nos daba para las entradas del cine, pero primero teníamos que hacer bloques, desarmábamos la casa para armarla de vuelta pero fue una infancia muy divertida con los pibes de acá.
- ¿Dónde se juntaban con los pibes del barrio?
- Entonces ya estaba la sede que tiene mucho que ver con los de mi edad que vivían acá. Ahí nos juntábamos y jugábamos al fútbol, compartíamos la copa de leche. Entonces había un Club de Madres conformado por Doña Delia Benitez, que era la presidente, mi mamá la vice, y nos daban contención a todos los chicos del barrio. Nos hacían ropa, nos cortaban el pelo, cosían medias y siempre teníamos un plato de comida, la mayoría de los pibes del barrio comían ahí. La pobreza en ese sentido no me afectó, siempre he sido pobre, nunca fui un hombre de plata.
- ¿Qué crees que hizo que no te afecte?
- Eso, no nos faltaba comida, y la alegría del barrio. Vendiendo diarios teníamos clientes por todos lados, allá por Vialidad estaban la mayoría. Mi hermano también vendía diarios pero no lo veíamos como algo malo, era lindo porque a través de nuestro trabajo teníamos nuestra plata para nuestras cosas. Teníamos una latita para ahorrar pero siempre algo ocurría o nos terminaban sacando la plata o íbamos a jugar al metegol en El Palenque.
- ¿El Palenque?
- Era un bar que estaba atrás de la Municipalidad, y hacíamos competencias de metegol y se jugaba por las fichas. También jugábamos a las bolitas y nos las comprábamos con nuestro trabajo. Éramos muchos los pibes que trabajábamos y estábamos prácticamente en la calle pero éramos un grupete y eso nos daba mucha alegría. Así fue que pudimos tener una bicicleta y salíamos para todos lados, a pesar de la crotera, éramos muy felices.
- ¿Cambió mucho el barrio?
- Sí, hay gente nueva. Cuando me fui a hacer distintos trabajos por el país y volví, incluso mi casa estaba llena de gente. Cambió tan rápido que ya no es comunidad, antes éramos todos una sola cosa, y además ahora todo está lleno de casas. Antes era descampado y no había forma que no te encontraras. Existían las torres acá atrás y para abajo todo calafate hasta la Escuela 200 y las canchas eran para abajo y para arriba, unas piedritas para los arcos y jugar ahí. ¡La polenta que agarrábamos para hacer un gol en subida! Sé que hemos pasado hambre unos días o comíamos menos pero no recuerdo que hayamos tenido angustias. Entre los clubes de madres y los curas que por ahí venían a acompañarnos o hacernos jugar, estábamos contenidos.
- ¿Por qué te fuiste a Buenos Aires?
- Un día con Elio hablamos de nuestro futuro, él quería una casa, un auto, una familia y yo quería conocer Argentina. Además me acuerdo que antes se podía hacer dedo y cada tanto aprovechaba y me iba con la esquila. Una vez en El Maitén que fui a esquilar me encontré con un parque de diversiones y conocer cosas distintas me hizo cambiar la bocha, era lo que quería. Una vez que arranqué estuve en todas las provincias. Viví en Corrientes, en Buenos Aires, Neuquén, Santiago del Estero, en Río Seco, Tucumán. Una persona importante para que eso suceda fue Isidro Ventura Vanega, que tenía un kiosco y era oficial retirado. El kiosco estaba ahí dos cuadras más abajo de la Clínica Los Alerces y fue quien nos empezó a dar diarios para vender, después nos enseñó a cocinar, tenía unas casas para alquilar y nosotros se las pintábamos. Resulta que tuvo un problema con el kiosco y generó una deuda y se tuvo que ir a Río Negro. Ahí me mandé con él, ya venía de trabajar en Mallín Blanco y Languiñeo cuereando y entonces ya había tenido otros trabajos.
CUMPLIR UN SUEÑO Y VOLVER
Lo primero que hizo Botita al llegar a Roca fue reencontrarse con su hermano que estaba en esa ciudad vendiendo diarios. Comenzó a trabajar en una bodega pintando tambores pero ni a Isidro ni a él les alcanzaba, “comíamos tomates con sal porque descubrimos un lugar donde podíamos sacarlos”, recuerda, hasta que le vino una propuesta mejor y empezó a trabajar en un galpón de empaque. Como era ágil embalando duraznos empezó a tener personas a cargo y a viajar a otros lados, volvía a Esquel cuando podía.
- ¿Cuándo decidís volverte definitivamente?
- Cuando venía de visita me divertía muchísimo y traía un montón de aventuras. Me escuchaban y eso era agradable, tenía tantas anécdotas que a veces no me creían. Me acuerdo cuando les conté que estuve en la cancha de Boca, se veía tan lejos e imposible que era difícil de creer. Después seguí viajando por trabajo y conocí a una chica de Goya, Corrientes y me casé y tuve un hijo. Nos separamos y en 1995 volví. Acá estaba todo abandonado porque mis padres siempre estuvieron en el campo. En esa época sí vino mi mamá para acá con su marido que no teníamos mala onda pero tampoco buena relación. De hecho pienso que cuando íbamos al campo y nos hacía trabajar, si bien aprendimos oficios, era una forma de cobrarnos. Nunca nos incluyó. Así que en el 99 me vuelvo a ir a Neuquen a trabajar de electricista y ayudar a mi hermano que estaba de pintor y me quedé diez años, volví cuando falleció mi mamá. Mi padrastro había quedado a cargo del rancho y lo había vendido, cuando intenté hacer los papeles en la Municipalidad, me querían cobrar una casa que no existía y de hecho mi mamá nunca logró tenerla. Cuestión que tuvimos que hacer muchos trámites y logramos que me den la adjudicación.
APORTAR A LA COMUNIDAD
En sus años fuera de Esquel Botita compartió y participó en distintos clubes de fútbol: “siempre había una cantidad de chicos que disfrutaban mucho el deporte, yo disfruté mucho cuando era chico. Era compartir y estar juntos, eso es para mí la política”. En sus años en Corrientes trabajó en algunas campañas para elecciones pero su militancia siempre fue social. En Esquel integró la vecinal del barrio Estación además de colaborar con la fundación del Club Social, Cultural y Deportivo Estación, hecho por el cual fue reconocido en septiembre del 2024.
- ¿Qué te interesa de la política?
- En mi casa mi mamá era peronista y todos lo éramos, se hacían cosas muy solidarias y eso es para mí la política. No teníamos idea, pero estuvimos con las organizaciones barriales, clubes, la vecinal de acá. Y me gusta de abajo, siempre estuve abajo, es una cuestión de vida. Me acuerdo a mis 13 años fui a afiliarme, en la época de Camilo Catena, porque yo quería viajar a esperar al General a Ezeiza y no pude, por suerte. Después vi la parte sucia de la política pero entonces éramos inocentes y de acá fueron me acuerdo en tren y todos estaban alegres, contentos, para mí eso reflejaba el peronismo: gente bailando, gente cantando, compartiendo, eso veía yo. No veía todas las cosas horribles que hubo después.
- ¿Entraste derecho a la vecinal?
- No, no era mi intención. Cuando llegué al barrio vi las mismas problemáticas que había en Neuquén y ningún tipo de apoyo. Chicos chupando, golpeándose, el barrio hecho mierda. Había una buena conducción de la vecinal, estaba Matilde Peterson que tenía hasta talleres de confección, hizo un trabajo muy bueno. El tema es que los chicos estaban desorientados y noté que había mucha falopa y ahí empecé a vincularme con la intención de cuidarlos y empecé a buscarle la vuelta para armar una cooperativa de trabajo de construcción. Logramos hacer la Unión Constructora del Sur, mi intención era que los chicos no estén en la calle. Quería que se motivaran a seguir estudiando y hoy hay profesores que antes estaban en la esquina. Y eso fue porque entendieron solos por dónde va la cosa. Después lo intentamos también con Una Mano para mi Vecino, un programa a través del que los propios habitantes del barrio se ayudan mutua y solidariamente para realizar arreglos en las viviendas o la necesidad que sea.
- Vos creciste en el mismo barrio y con muchas carencias ¿Qué crees que te pasó a vos diferente a los pibes?
- Yo lo tuve a Linares, a Elio, a mis amigos, los curas, la sede vecinal, nunca fui un santo porque también me mamé pero nunca robé para comprar un vino. Las tareas simples como compartir un plato o jugar a la escondida generan felicidad y eso lo hace todo más fácil, había más cercanía. Y después en mi recorrido acá nunca tuve pelos en la lengua y no me gusta que los políticos abandonen al pueblo, que lo usen para las elecciones y después lo abandonen. Yo siempre tuve un por qué y siempre estuvo vinculado a generar trabajo, de hecho es lo que estoy intentando hacer hoy. Como no soy ambicioso nunca fui político partidario, más bien social, yo quiero que todos seamos iguales y eso es muy difícil. Conozco mucha gente buena que participa desde lo partidario pero creo que en ese sentido no hemos logrado una unión.
- El deporte ha sido tu línea constante de acción, ¿Qué encontrás en el deporte como hecho político?
- Cuando armamos el Deportivo Estación el objetivo era que la gente tenga algo que sienta como propio colectivamente. Los partidos cruzaban a los chicos de distintos barrios y después compartíamos chorizos, siempre con buena onda, cantando, haciendo comunidad. En la formación de la organización nos ayudó mucho Juan Peralta, que fue candidato a intendente. Cuando lo intentamos con Una Mano para mi Vecino pasó que primero nos ayudamos mucho, pero después aparecieron quienes quisieron sacar ventaja y no lo pudimos mejorar.
- ¿Cómo ves la situación hoy?
- Cuando yo era chico, teníamos todo el espacio del mundo. Afuera era todo, tirar piedras por ahí, correr con los perros, cazar liebres con la gomera, eso nos daba afinidades. Hoy todo es con el celular, ya ni la Iglesia viene. Y en cuanto a la política lo que falta no es que busquen apoyo para sus ideas, sino al revés, que apoyen las ideas de la comunidad.